Todo estará bien

Capitulo 16

En el patio trasero de la casa, Félix y Lidia tenían una piscina enorme y, en otro tiempo, cuando las tres familias decidían juntarse para celebrar algún evento, era el sitio donde los niños la pasaban mejor.

Por común acuerdo, los eventos que merecieron celebrarse los celebraron siempre en la casa de Félix y Lidia; fue el punto de encuentro en donde todos se sintieron siempre más libres y cómodos: era una especie de zona neutral donde ninguno se sentía inhibido y dónde podían andarse con confianza por todos lados. Lidia y Félix habían concebido la casa, después de todo, para eso: para recibir visitas y celebrar en ella el gozo de vivir y compartir con la gente que amaban. Caso contrario era el de Laura y Lorenzo, que habían hecho de su residencia una especie de museo donde había que andarse con el cuidado de que los niños no rompieran nada, o el de Leticia y Manuel, que parecía más bien un santuario sagrado edificado solo para la felicidad de ellos y de sus tres hijos. Era difícil definir porque, pero en la casa de Manuel y Leticia, pesé a lo espaciosa y cómoda, era imposible sentirse bienvenido; en el ambiente flotaba una atmósfera pesada y densa que parecía emanar de los mismos cimientos y paredes, era como si la misma casa se esforzará por expeler y rechazar a los visitantes para impedir que mancillaran la serenidad y el rígido orden que imperaba en ella. Podía afirmarse que si en la casa de Laura y Lorenzo el problema era cuidar que los niños no tocarán nada en la de Leticia y Manuel era evitar que no hicieran ruido. Leticia y Laura, resentidas y afectadas en su amor propio, intentaron durante un tiempo acaparar las reuniones en sus casas, pero estás, por mucho que Laura y Leticia se empeñaron, no salían igual; aparte, ni Leonel ni Manuel les colaboraban mucho en sus cruzadas: más pragmáticos y con menos sentido de la vergüenza que sus mujeres, fueron los que más fácil se habituaron a la costumbre de celebrar en la casa de Lidia y Félix y los únicos que al preparar cada excursión andaban recordándoles a los involucrados no olvidar los trajes de baño. Unos años antes de morir Leticia, sin embargo, Janneth ya había renunciado al tradicional chapuzón en la piscina; cómo muchos otros hábitos abandonados, nunca le explicó a nadie porque tomó la decisión y nadie intentó tampoco averiguarlo; con Janneth, para bien de todos,  siempre era mejor así, y sobre todo en aquella ocasión en la que al parecer todos presentían cuál fue el embarazoso motivo del qué Janneth se negaba a hablar y ellos a confrontar: el caso era, que Janneth había llegado a los quince años flacucha y plana como una tabla, mientras que en Esther con solo un año más de edad  ya eran distinguibles las curvas que anunciaban el deslumbrante cuerpo que llegaría a tener y hasta Julia con nueve años se había vuelto tan alta como ella y le habían comenzado a florecer los pechos mientras la robustez que la había caracterizado toda su infancia iba cediendo a proporciones más femeninas. La naturaleza era simplemente así. Tarde o temprano le tocaría a Janneth el turno de transformarse en mujer, pero nadie se atrevía a consolarla conversando sobre aquel tema con ella, y, preferían dejarla que se refugiara en su soledad y se apartará del grupo de preadolescentes del que ella sin duda ya no se sentía parte.

Una tarde subida en la terraza de la casa y observando divertirse a los otros en la piscina, vio que Esther y Patrick avanzaron disimuladamente hasta dónde estaba Julia que recién había salido del agua, se detuvieron a distancia suficiente como para que Julia escuchara el chiste que estaban contándose y las risas maliciosas que esté les produjo, el chiste, sin embargo, no pareció haberle hecho gracia Julia que se enfadó de repente y le plantó cara a Esther con la que cruzó un montón de palabras antes de asestarle un contundente derechazo que le dio justo en el ojo y la hizo saltar hacia atrás, cayendo con su trajecito de baño rosa, despatarrada sobre las baldosas mojadas.

Janneth había abierto los ojos espantada y el terror le encogió el estómago cuando vio a Patrick saltar sobre Julia y está retroceder indefensa ante la embestida, sin embargo, en el último momento, Alberto había alcanzado a desviar el ataque de Patrick y, de un empujón, lo había arrojado al piso al lado de Esther que boquiabierta era incapaz de entender porque Alberto estaba defendiendo a Julia y no a ella. Erick que había observado la pelea entre Esther y su hermana con asombro  y luego  la agresión de Patrick con terror saltó fuera de la piscina y corrió como alma que lleva el diablo hacia adentro de la casa, mientras Patrick, otra vez de pie y con el orgullo más lastimado que el cuerpo se preparaba para enfrentarse a Alberto que se interponía entre él y Julia y que con cuatro años más de edad y un tercio más de músculo prometía recetarle una buena paliza si no se quedaba quieto y dejaba en paz a Julia. Todo ocurrió en fracción de segundos y para cuándo Janneth reaccionó y bajó de la terraza los adultos ya se encontraban afuera y Esther que no había estado llorando, ahora gritaba a todo pulmón jurando que Julia le había sacado el ojo, aunque en realidad este seguía ahí, colorado y amoratándose rápidamente en todo su alrededor.

Furiosa, pero preocupada por conducirse con justicia porque al fin de cuentas los cuatro chicos estaban bajo su responsabilidad, Laura trato de esclarecer que había ocurrido intentando discernir la verdad entre dos versiones de los hechos. Se trataba de la palabra de Julia y Erick contra las de Esther y Patrick y en medio como acorralado por las preguntas de los adultos se encontraba Alberto: el único que podía desenredar aquel nudo y aclarar que había ocurrido realmente.

Janneth, llegó a tiempo para ver su expresión desgarrada por la incertidumbre y sus lealtades. Cuando posaba sus ojos tristes en Esther estaba aullaba más, exigiéndole, o más bien, ordenándole sin palabras lo que debía decir, y, cuando volteaba a ver a Julia está simplemente rehuía la mirada, ya no colorada de ira, sino pálida de terror ante la decisión que Alberto pudiera tomar, y entonces, solo por un par de segundos, este le dirigió una lastimosa mirada a la aturdida Janneth que lo observaba con la misma decepción con qué lo había contemplado el día en que se tragó un gusano y entonces, y quizás por única vez en la vida, Alberto decidió actuar contra la voluntad de Esther y escuchando la voz de su conciencia conto la verdad: Esther y Patrick habían comenzado todo el jaleo, pero el asunto era tan feo, dijo, observando a Janneth, que solo le contaría los detalles a su tía Laura para que está decidiera que hacer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.