En la cafetería, Andrés la dirigió a una mesa alejada de los grupos más ruidosos de estudiantes y, por la satisfacción expresada en su rostro y la familiaridad con que se acomodó y pidió la comida, julia dedujo que aquel aislado rincón al que la había llevado era muy especial para él. Luego, mientras esperaban que les sirvieran y antes de que Andrés tomara cualquier iniciativa, Julia se adelantó agradeciéndole la discreción que había mantenido respecto a su identidad y le pidió disculpas por las molestias de hacia un par de noches, ofreciéndole incluso, el reembolso del dinero que había pagado en taxi. La propuesta ofendió en lo más profundo el orgullo de Andrés, que sin meditarlo y con aspereza, le aclaro que no era para cobrarle el dinero del taxi que la había invitado a comer. Julia se ruborizo; y al comprender que la había avergonzado, en lugar de sentirse satisfecho o victorioso, se sintió infantil y empequeñecido, entonces, con voz afectada y sinceramente arrepentido le pidió disculpas por, justificando su conducta, en el machismo cavernícola en que lo habían educado, y ocultando, tanto para ella como para él, que la verdadera razón de haberse sentido ofendido había sido el prejuicio que tenía hacia el dinero y la forma en que pensaba que los ricos lo utilizaban, pretendiendo poder comprar con él, cualquier cosa que desearan, incluido la amistad y el amor.
Le pareció al principio que julia había ofrecido el dinero con más consideración que gratitud, pero luego de verla sonrojar, comprendido que no había sido así; ella simplemente estaba tratando de redimirse con él, por qué se sentía apenada por el mal rato que le había hecho pasar, de manera, que intentando reparar su estúpido error, Andrés no solo se disculpó, sino que también, le dio un giro jocoso al impase intentando bajarle importancia al asunto pero pidiéndole al mismo tiempo y con mucho tacto que le aclarará algunas dudas, entonces, ya con la orden servida y mientras iban comiendo, Julia volvió a relatarle su historia, haciendo algunas pausas, cuando sentía que las emociones la traicionaban.
-El responsable de lo ocurrido- Le aclaró Andrés después de escucharla- no fueron tus deseos, fue el sistema corrupto en el que vivimos. La responsabilidad es del mal gobierno que tenemos, de la desigualdad, del crimen que ahoga este país y que nadie controla. La corrupción y la mala gestión de nuestros gobernantes es en primer término la culpable del asesinato de tu prima y de la incriminación de su esposo y no habrá justicia ni para él ni para nadie hasta que no cambiemos todo.
- ¿Y cómo puede lograrse eso?
-Solo hay una manera: peleando en las calles.
Poco a poco y a medida que Andrés la adoctrinaba, Julia fue deshaciéndose de su sentimiento de culpa y comenzó a ver la cosas desde una perspectiva más real y cruda.
La culpa que la había mantenido estancada en la impotencia fue metamorfoseándose en un enojo y un odio visceral contra los burócratas corruptos que llevaban el caso de Alberto, y en la medida madurada las ideas que le exponía Andrés, también se volvía más crítica, cuestionando el entorno en que vivía. Sin embargo, a diferencia de la culpa que había experimentado, el odio no era pasivo; la motivaba a ilustrarse para conocer y entender mejor el mundo y la época en que le había tocado nacer; comenzó, participando en talleres y eventos de formación política, y luego, de la mano de Andrés, se integró a grupos más activos, donde se sintió bien recibida y apreciada. Ahí, le enseñaron a confeccionar mantas con slogans, pancartas y a distribuir propaganda entre los estudiantes, descubrió, en los mítines que organizaba Andrés, que poseía un talento innato y latente para expresarse frente a multitudes y una mentalidad aguda para comprender las contradictorias y tortuosas estrategias de la práctica política y el diseño de propaganda. Se entregó con tanta devoción a la causa por la que luchaban y a las responsabilidades que le confiaron que antes de darse cuenta la madurez la alcanzó y dejó atrás la infancia. Alberto dejó de ocupar la totalidad de sus pensamientos, y el amor que un día llegó a sentir por él, perdió la ardiente pasión inicial y se convirtió en un sentimiento que era más bien un recuerdo tierno y cálido. Se transformó en el recuerdo del primer gran amor, de una niña que había crecido y descubierto que amar implicaba mucho más que sentir adoración pasiva por un hombre, y ese aspecto más completo, profundo y dinámico del amor lo conoció trabajando y luchando a la par de Andrés que se convirtió en el segundo gran amor de su vida y en su primer y más dulce amante.
Con Andrés, Julia se hizo mujer, superó muchas de sus inseguridades y se divorció de su mentalidad de infantil e ingenua. Sin embargo, aún tuvo que vencer la resistencia de este para que le permitiera salir a pelear a las calles por las causas que le parecían justas, y al conseguirlo, en el campo de batalla, combatió con una ferocidad que rayaba en el suicidio; ya fuera arrojando piedras, lanzando bombas Molotov o enfrentándose cuerpo a cuerpo con la policía antidisturbios, siempre estaba en la primera línea de batalla y nunca cedía un paso. Cuando la violencia se desataba, era como un volcán liberando siglos de furia en su interior, nunca se quejaba de los magullones, las heridas, de los golpes de los chorros de agua a presión o de los gases lacrimógenos, ni se amedrantaba frente a los hombres armados con porras, escudos y cascos que eran enviados para contenerlos. Odiaba el sistema con una furia vengativa y en su empecinamiento por cambiarlo nunca consideró las consecuencias que sus acciones podían implicar ni para su seguridad ni para su familia.
Animaba por un lado por la injusticia cometida por Alberto y por otro lado por el idilio en que se había enredado con Andrés, al cual amaba con una locura que solo su inexperiencia podía justificar, se embarcó en una existencia clandestina donde no solo se vio en la necesidad de ocultarle su identidad a sus compañeros de lucha, sino también, su amor por Andrés a su familia, que por nada del mundo admitirían su relación con un agitador.
Editado: 14.02.2024