A primera hora de la mañana del día prometido por Úrsula, las tiendas de Divas, en toda la ciudad, fueron asaltadas simultáneamente por docenas de grupos de enardecidos manifestantes que protestaron haciendo hogueras con prendas de las ultimas colecciones de la empresa de modas.
Úrsula no había aplaudido con entusiasmo la idea de quemar piezas de ropa tan finas y caras, sin embargo, como el dinero no lo ponía ella y la estrategia le pareció alucinante a sus nuevos patrocinadores: la pequeña fortuna para la compra de prendas se autorizó, y se le confió a ella la tarea de adquirirlas, repartirlas entre los grupos y asegurarse de que fueran incineradas justo en el momento en que los reporteros hicieran aparición. La misión, a pesar de los buenos frutos que dio, le resultó particularmente dolorosa, casi una blasfemia a decir verdad, y para mitigar un poco la culpa se aseguró de que algunas prendas,– las mejores y las que más le gustaron,– no terminaran sus días en manos de aquella chusma de irreverentes salvajes que nunca en su vida llegarían a entender el concepto de moda y buen gusto: las hurtó, lamentando no poder salvarlas a todas, y las puso a buen resguardo en su clóset, para que como si de trofeos de guerra se tratara, en un futuro ya no tan lejano, adornaran su cuerpo.
La idea de la quema de ropa había sido de Rony Batres y a Úrsula no la sorprendió cuando expuso el plan. Era el tipo de cosas que solo se le podían ocurrir a taimados como él.
Rony era un sujeto con muy mal gusto para casi todo, pero irónicamente, estaba dotado con un agudo sentido del espectáculo, y aquella mañana lo había dejado probado de sobra. Era sin duda, capaz de convertir al incidente más simple y frívolo en una sensacional nota de primera plana, algo, que paradójicamente era incapaz de conseguir con su aspecto personal. Era mediano de estatura, de cabellos rojipajisos y salpicados de caspa y de un andar desgarbado y de hombros encorvados; traía siempre los zapatos deslustrados o sucios y vestía trajes, – también salpicados de caspa, – que parecían sacados de una venta de saldos de la mafia, y aunque también solía reír como mafioso, carecía de la imponente peligrosidad física de estos.
La primera vez que Úrsula lo vio había sido durante la manifestación frente a la penitenciaría el día que Alberto fue liberado. Se le aproximo exhibiendo todas las inseguridades que caracterizan a los hombres que se cohíben frente a mujeres bellas y, entre tartamudeos, risas idiotas y una imparable agitación de manos, le ofreció la oportunidad de participar en un proyecto muy poco remunerado pero que, a la larga, según él, podría terminar convertido en un buen filón de oro. No pudo o no quiso explicarle en aquel momento cuál era la naturaleza del proyecto, pero igual le suplico que meditara en la oferta que le hacía y le entregó una tarjeta de presentación para que lo llamara por si le interesaba saber más sobre el asunto. Úrsula, había cogido la tarjeta con el pulgar y el índice, y aguantándose las ganas de rompérsela en las mismísimas narices, la depositó en el fondo de su cartera de piel y le sonrió con la animosidad que les fingía a todos los periodistas. La tolerancia hacia personas como Rony, – a pesar de llevar años practicando, – aún no era muy de su gusto. Sentía que con cada gesto de cortesía hacia ellas se disolvía un trozo más de la dignidad que aun conservaba. Desde su infancia, su ego se había alimentado con el escarnio y la humillación de aquella gente, y como vampiro privado de sangre, cada vez que lo obligaba a hacer una concesión se retorcía furioso y gruñía exhibiéndole los colmillos amenazadores, aplacarlo la dejaba siempre con una frustrante sensación de desasosiego y aunque Walter y la experiencia le habían enseñado que aquello era más ventajoso que darle rienda suelta a su vampiro, comprenderlo no le ayudaba a sobrellevarlo mejor; al fin de cuentas, para Walter la cortesía era una mera herramienta de trabajo y no tenía ningún problema en prodigar indiscriminadamente simpatía a todo el mundo, para ella, en cambio, era un recurso de diferenciación y reconocimiento social. Podía ser cortes, pero solo con sus iguales. En su opinión, el resto de la desafortunada humanidad apenas merecía gotas de exigua deferencia, y eso, solo a condición de que supieran ganárselas con el servilismo y veneración que se esperaba de ellas. En todo caso, siguiendo las instrucción de Walter, la segunda vez que Rony la abordó durante la manifestación frente a Divas lo trató con más confianza y simpatía, y en plan de negocios, hasta le aceptó una invitación a cenar que para su sorpresa se convino en el Guten Appetit: un restaurante exclusivísimo y caro, donde Rony, a pesar de su aspecto y toscos modales fue recibido y atendido como un miembro de la más selecta sociedad, aunque no pasó desapercibido para Úrsula, que el buen trato se lo pródigo solo el personal del establecimiento, pues si bien, muchos comensales parecieron reconocerlo, ninguno tuvo la cortesía de saludarlo o acercarse a su mesa e incluso era obvio que lo ignoraban intencionalmente, y si a Úrsula la situación le pareció chocante y vergonzosa, a Rony, o bien parecía traerle sin cuidado o sabía fingir que no le importaba, porque a su modo timorato, no dejaba de hablar, reír y sacudirse como un pavo, y fue en ese instante, con la imagen del pavo en mente, que Úrsula cayó en la cuenta de lo que está pasando.
"Hijo de puta" –pensó– " Me has traído aquí para exhibirme como un trofeo" "Me has traído para que te vieran luciéndote conmigo"
Instintivamente Úrsula se preparó para arruinarle la noche y ponerlo en ridículo, sin embargo, al observar las miradas furtivas que les lanzaban los otros comensales recordó las advertencias de Walter y decidió mejor seguirle el juego a Rony, que no paraba de sonreír, de hablar y de sacudirse, justo como un pavo.
Editado: 14.02.2024