Todo estará bien

Capitulo 27

En la empresa, pero más particularmente en las tiendas, Julia era tenida como una versión un tanto alocada de Lidia: Ambas poseían el prodigioso talento de no olvidar nunca una cara o un nombre una vez la hubieran visto o escuchado y, por lo tanto, al dirigirse al personar siempre por su nombre y sin vacilación lo hacían con una familiaridad que inspiraba en sus subalternos respeto y confianza. Eran las dos muy gentiles y accesibles, sonreían todo el tiempo y sabían escuchar y atender prontamente las necesidades de los empleados; sus visitas se podría decir que eran no solo bien recibidas sino más bien festejadas; a donde fueran, todo mundo parecía tener siempre algo que solicitarles, sugerirles, o comentarles, y el que no, simplemente se les acercaba por la mera satisfacción de saludarlas.

En la empresa en general, pero sobre todo en las tiendas, eran muy apreciadas y queridas, sin embargo, mientras el trato hacia Lidia era más formal y sobrio con Julia la actitud era un poco más relajada y desinhibida, con Julia había espacio para contar uno que otro chiste picante, bromear y hasta chismorrear un poquitín cuando había tiempo, en este aspecto las diferencias eran tan marcadas que incluso la manera en que eran recibidas difería. Normalmente Lidia era muy metódica y respetuosa de las jerarquías y del lugar que debía darle a los  gerentes de modo que al entrar a una tienda, por experiencia, lo primero que hacía el personal al verla era conducirla hasta dónde se encontrara el gerente y abordarla solo después de que esta se desocupaba porque ese era precisamente el orden con que ella programaba su tiempo en las tiendas, con Julia en cambio ocurría al revés, al llegar a una tienda lo primero que hacía el personal que la miraba entrar era precipitarse a saludarla con alegría y llevarla a recorrer la tienda, en el camino hacía pausas para conversar, como si contara con todo el tiempo del mundo, con los empleados que se le iban acercando  y era hasta el final, después de recoger sus evaluaciones, que se dirigía al gerente para discutirlas con él.

El día que entro a la tienda que administraba Johana buscando a Patrick, sin embargo, nadie corrió a saludarla o atenderla. El instinto les advirtió a quienes la vieron entrar que en aquella ocasión lo mejor era mantenerse fuera de su camino. Nunca nadie la había visto enfurecida de aquel modo y el rumor de lo que pasó aquella mañana se esparció de tienda en tienda como un incendio y hubo muchos que se negaron a creerlo.

Los chismosos más imaginativos contarían que Julia cayó en la tienda como una valkiria feroz dispuesta a exterminar a cualquiera que se interpusiera en su misión.

"Vestía preciosa con su falda y su blazer rojo sobre su blusa blanca,"– afirmaron, – "y entró caminando muy decidida, de frente y sin volver a ver a nadie. Echaba fuego por los ojos, era la encarnación misma de la ira, y detrás de ella un hombre apuesto, pero lastimosamente cojo trataba de seguirle el paso apoyado en un bastón y notablemente preocupado."

"Ella iba derecho a la oficina de gerencia"– Añadirían con un susurro como para ponerle drama al relato–"Y fue entonces que Johana se le cruzó en el camino" –Y en este punto particular tanto los que relataron como los que escucharon el chisme sonrieron con la satisfacción propia de los populachos que ven caer en desgracia a un odiado tirano.

 

– Julia…no la esperaba por aquí hoy – Exclamó Johana interponiéndose temerariamente en el camino hacia la oficina de gerencia.

–¿Dónde está Patrick, Johana? –La interrogó Julia sin ninguna cortesía y dando por sentado por el tono que aquella conocía la respuesta

–Él no está aquí, no ha venido por aquí– Susurró Johana aterrorizada. Julia se le quedó viendo con el desdén de quién contempla un insecto y, como si fuera un insecto la hizo a un lado y pasó sobre ella derecho hacia la puerta de la oficina de gerencia que resultó estar cerrada.

–Abre esta puerta–Le ordenó después de forcejar con el pasamano.

–Julia es mí oficina y….

–Que abras la maldita puerta–Le gritó Julia perdiendo la paciencia. De lejos los empleados observaban perplejos y Andrés a unos pasos de las dos mujeres se frotó la barbilla, avergonzado y le agradeció al cielo que no hubiera clientes en la tienda.

–Yo, ...yo…yo. No voy a permitir que me grite–Exclamó Johana casi al borde de las lágrimas.

–Si no quieres que te grite, o peor aún, si no quieres perder tú empleo abre…la……maldita…puerta– La amenazó Julia aporreando la puerta con cada pausa entre palabra y palabra. De pronto Johana estaba temblando y Julia sintió por ella una extraña mezcla de compasión y desprecio. – Patrick, sé que estás ahí–Gritó aporreando la puerta otra vez–Más te vale que me dejes pasar, Patrick o te juro que mandó a botar la maldita puerta y pongo en la calle a está..

Antes de que terminará la frase la puerta se abrió y Patrick apareció vestido impecablemente con su traje negro y con el rostro congestionado de ira y el corazón y el estómago de vergüenza.

–¿Qué demonios crees que estás haciendo? –Espetó. En ese momento Johana se puso a llorar, al personal que los observaba, incluido Andrés, los invadió un desagradable sentimiento de vergüenza ajena y se quedaron de una pieza eludiendo mirarse entre sí; Julia se metió a la oficina arrastrando con ella a Patrick, la cerró de un portazo y Armando que no alcanzó a llegar a tiempo para colarse se quedó con un palmo de narices frente a la puerta ahora angustiado y con miedo además de avergonzado.




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