Las horribles cosas que se estaban diciendo de ella la tenían furiosa. No eran mentiras, pero tampoco eran verdades. Las estaban exponiendo maliciosamente fuera de contexto, para confundir al público y perjudicarla.
No negaba que fue ella la que introdujo a Esther en el bizarro mundo de las adicciones, sin embargo, su inclinación por los vicios había estado siempre ahí, y si existió alguien responsable de que se precipitara por aquel camino, esta había sido su propia familia.
Cuando Úrsula la conoció, estaba prácticamente al borde de cruzar la línea, como lo hubiera hecho un pequeño cachorro indeciso de cruzar la calle en hora pico; ella se limitó a cogerla de la mano y ayudarla a pasar al otro lado con seguridad. Otros oportunistas no le hubieran tenido tanta gentileza ni compasión, ni la habrían cuidado ni escuchado como lo hizo ella. Si el público estuviera enterado de las frustraciones y vergüenzas que Esther había pasado por culpa de la mezquindad y metidas de pata de su padre, o, de la soledad y el rencor que la carcomió al verse desplazada por sus despreciables primos que le robaron la atención de su madre, o, de la intensidad con que aborreció la imagen de niña bien que le habían impuesto, y contra la cual se revelaba, en realidad, solo para mortificar a su familia y llamar la atención, Alberto jamás se hubiera atrevido a hacer las declaraciones que hacía, cargando la responsabilidad de la perdición de su esposa totalmente a ella.
Cuando Úrsula la encontró, Esther era prácticamente una bomba a punto de estallar, y de no haber salido toda aquella presión de la forma en que lo hizo y de la mano de su mejor amiga, lo habría hecho de otra forma, y ¿quién podía saberlo? quizás podría haber desarrollado una enfermedad mental o habría recurrido al suicidio, Úrsula, en todo caso, había sido el menor de los males, y así era como se lo pagaban entonces.
Haaaa, pero ella sabía cosas, muchas cosas que Esther le había contado de aquella presuntuosa familia y, ya que en aquellas estaban, ya vería sobre qué pie bailaban cuando ella se pusiera a cantar.
La habían enfurecido, pero no les tenía miedo. Todo lo que estaba declarando aquel imbécil podría rebatirse fácilmente, y, además, tampoco parecía tan bien informado, porque no fue sólo con drogas que embaucó a Esther: antes de su escapada, se había aprovisionado de ropa, joyas, zapatos, maquillajes, carteras y maletas, y otro montón de cosas que adquirió a nombre de Esther, y que ni de cerca cubrían lo que esta le debía al haber arruinado su futuro al lado de Patrick y al repudiarla como futura cuñada. Le hubiera complacido que el mundo se enterara de lo perra que había sido, pero lastimosamente tenía que contar una historia diferente: admitiría que en efecto se había marchado dejándole aquella gigantesca cuenta a Esther, pero aclarando, que, en todo caso, nunca se trató de un robo, sino, del noble gesto de una buena amiga que la favoreció con todos aquellos regalos luego de contarle que se marchaba a la costa en busca de mejores horizontes.
Un último presente entre dos buenas amigas que se separaban.
Estaba consciente que más allá de las palabras no podía probar tal cosa, pero en todo caso, Alberto tampoco podía demostrar lo contrario sin el respaldo de la declaración de Esther, que, para su fortuna, y para la desgracia de él, estaba muerta. Todo se reduciría en última instancia a la palabra de un ex convicto que levantaba calumnias para defenderse contra las de una noble amiga que podía citar por nombre a cada persona y negocio donde adquirió los artículos y a los que estaba segura, Esther les había cancelado sin agitar tanto las aguas, y, si ellos la atacaban mezclando medias verdades con medias mentiras, ¿qué le impedía hacer a ella lo mismo admitiendo una parte de la historia y negando la otra?
Bien expuesta su versión de las cosas, podía dejar a Alberto como un calumniador y mentiroso además de asesino. No podía probar nada de lo que la estaba acusando, y eso incluía la cuestión de qué Galdámez la hubiera protegido porque era una cosa que ni Fellini ni Mendoza admitirán nunca y que tampoco podía corroborar Galdámez, porque al igual que Esther, estaba bien sepultado en el cementerio. Y, aun así, no dejaba de inquietarla el hecho de que se hubieran enterado de su relación con él, y que estuvieran excavando tanto en su ominoso pasado, como lo habían hecho quince años atrás, luego del asesinato de Esther.
En aquella oportunidad, se había enterado que la estaban investigando, por pura casualidad, y se apresuró a empacar maletas para desvanecerse antes de que dieran con ella.
En realidad, nunca había temido que sus proveedores de drogas hubieran matado a Esther, y, de hecho, recién cometido el asesinato, jamás se le cruzó por la mente semejante idea. De entrada, la premisa era absurda, porque no había existido razón para que la ajusticiaran tres años después de haberlos embaucado. Si en todo aquel tiempo las cosas permanecieron calmadas era evidente que se debió a que Esther había pagado la cuenta, sin embargo, fuera lo que fuera lo que quisieran de ella los investigadores, tuvo temor de terminar a la larga con una acusación por tráfico y prefirió coger vuelo. Por aquel entonces aún era posible trazar su conexión con aquella gente y ella no era imbécil, y fue en plena faena de cerrar las últimas maletas que Galdámez la encontró y escandalizado le pidió explicaciones. Al final, sonriendo con su bocaza de simio, le pidió que se tranquilizara, porque no iba a permitir que a su novia favorita, (aunque ciertamente así le llamaba a todas sus amantes), le tocarán un cabello. El militar, que para Úrsula resultó mejor protector que amante, cumplió su palabra, y las autoridades la dejaron en paz, pero si bien era posible negar que Galdámez la había protegido, no era igual de fácil esconder la relación que habían mantenido y aunque era posible minimizarla cómo lo hicieron otras modelos era Inevitable que le causará problemas a su sociedad con Fellini y Mendoza, afortunadamente, para eso tenía contratado a Roni, que ya iba siendo hora que comenzará a ganarse el sueldo en serio, le marcó al teléfono una veintena de veces y se fue poniendo más furiosa e Inquieta a medida pasaba el tiempo y continuaba sin contestarle las llamadas y los mensajes, de pronto, fue su propio teléfono el que comenzó a sonar mientras ella rechazaba llamada tras llamada de gente que quería entrevistarla, pedirle explicaciones o que rindiera cuentas. Estresada, furiosa y ya casi histérica, decidió marcarle por última vez a Walter, pero este permanecía tan mudo cómo Roni, finalmente, desesperada, cogió su bolso, salió del piso dando un portazo y se precipitó sin vacilación a la calle a cometer su último y más fatal error.
Editado: 14.02.2024