Todo estará bien

Capitulo 36

 

–En nuestro oficio– solía repetir en sus cátedras de inicio de curso – los pensamientos son el enemigo más peligroso. Los pensamientos son escurridizos, traicioneros. Uno comienza creyendo que tiene el control sobre ellos y cuando menos nos enteramos; son ellos los que se han hecho con el control de nuestra conciencia; nos inducen a divagar, y, las divagaciones distraen. Una distracción de una fracción de segundo en nuestro trabajo puede echar a perder operaciones en las que se han invertido hasta cinco años de planificación y seguimiento. Los pensamientos son traicioneros. Es la primera cosa que deben aprender en este oficio. Ahora bien, ¿cómo podemos lidiar con ellos? La verdad es que sólo hay una manera eficiente de hacerlo, y esa manera es: enviándoles al trabajo de campo en equipos. Sin embargo, nunca faltarán esas ocasiones especiales en que tendrán que trabajar sin apoyo, y entonces…. entonces tendrán que apañárselas con sus pensamientos ustedes solos, y créanme, no es una tarea tan fácil como suena.

En aquel punto, les proponía a sus discípulos una dinámica de grupo que dejaba en evidencia lo fácilmente que podían distraerse, y luego, pese a los vergonzosos resultados, les prometía enseñarles técnicas para lidiar con la soledad, la monotonía y los pensamientos traicioneros. Había impartido aquel curso durante más de diez años, repitiendo punto por punto el mismo discurso a docenas de agentes que se entrenaban en el sórdido y cuestionable oficio de vigilar personas, sin embargo, aquella tarde, no por un segundo, sino por casi cuatro minutos, él mismo había sucumbido al asedio de los pensamientos traicioneros.

Había seguido a la mujer atravesando toda la ciudad y por último se había aparcado frente al edificio al que se había metido y donde esta vivía. Pacientemente espero a que volviera a salir o a que alguien ajeno a las visitas regulares entrará, sin embargo, durante un corto lapso de tiempo se distrajo y ahora lo carcomía la duda de si en aquel descuido la mujer se había escabullido o de si alguien sospechoso hubiera ingresado al condominio. Era altamente improbable, pero en lo referente a distracciones era un perfeccionista, y por experiencia, en situaciones de incertidumbre como aquella, solía esperar siempre lo peor. Los malditos pensamientos lo habían traicionado, el trabajo de oficina lo tenía reblandecido. En aquel momento se arrepintió de no haberle asignado la tarea a un par de agentes jóvenes y de confianza. Se repantigo en su anodino Subaru, y entonces recordó que la operación era un favor, Inusualmente muy personal, que le estaba haciendo a Andrés.

"Una tarea de vigilancia que exige especial discrecionalidad" le había dicho, y eso quería decir solamente dos cosas: que podía existir un conflicto de intereses en la operación, y, que por tanto, confiaba en que él se hiciera cargo personalmente del trabajo de campo, ¿y cómo podía decirle que no? Se trataba de Andrés; el único amigo que tenía en la vida y al que le debía no solo su redención, sino que de repente también la vida.

Se sacudió la cabeza y regresó su atención hacia la entrada del edificio.

Los pensamientos eran traicioneros, y los recuerdos eran los pensamientos de peor categoría cuando de distraerse se trataba, y por aquellos días, a Iván lo acometían con más frecuencia e intensidad de lo acostumbrado. Se repantigo otra vez en el asiento del Subaru y se sacudió las cavilaciones que por un Instante estuvieron a punto de arrojarlo en la ensoñación. Había reaccionado a tiempo, pero sentía que era una batalla que estaba perdiendo, estiró su mano hacia la cámara Pentax que tenía a un lado y la acarició como si de un gato se tratara. Contrario a lo que se veía en las películas el trabajo de vigilancia no tenía nada de emocionante y para la mayoría de los agentes era tedioso y deprimente hasta la muerte. Sacó un pañuelo de papel de la guantera y se lo pasó por el ojo perezoso que le lagrimeaba otra vez, cerró el otro ojo durante quizás medio segundo, y al abrirlo se topó con que Úrsula estaba parada al frente de la entrada del edificio y observando cautamente al Subaru de ventanas ahumadas. Un torrente de adrenalina hizo que Iván se incorporará de un brinco y maldijo la mediocridad con que estaba llevando aquel trabajo. Era entendible que el cansancio estuviera minando su capacidad de atención, pero no podía perdonarse los excesos de confianza, que eran tan peligrosos como los traidores pensamientos. Había cerrado el ojo solo un instante y en esa fracción de tiempo Úrsula se le pudo haber evadido; había bajado la guardia como un novato y por las mismas razones que lo hubiera hecho un novato. A veces tocaba vigilar a personas que provocaban ese efecto, personas con rutas y hábitos tan regulares y aburridos como las órbitas de los cometas, y hasta aquel día, Úrsula había estado en aquella categoría. La había perseguido durante días sin observar cambios notables en sus costumbres y él había caído en la ilusión, como un novato, de que las cosas continuarían igual de tediosas muchos días más. El abandono prematuro de la manifestación frente a Divas tuvo que haberlo puesto en alerta, sin embargo, él le había restado importancia al incidente después de seguirla hasta su apartamento y después cometió otro imperdonable error de novato al ponerse a especular sobre las razones del cambio en la rutina atribuyéndole razonables y mundanos motivos. Si Úrsula no se hubiera detenido unos segundos a observar la calle sin duda que se le podía haber escabullido, sin embargo, en aquella oportunidad la precaución jugó contra ella e Iván tuvo tiempo de reponerse y analizar la situación

–Está entrenada–se lamentó –Toscamente, pero entrenada.

Y eso quería decir:  que no podría seguirla en el Subaru porque ya lo tenía apuntado en su lista de vehículos sospechosos, y también quería decir; que la rubia tenía algo importante que ocultar y que estaba acostumbrada a evadir perseguidores, pero desde luego, (y a pesar de los descuidos de aquel día) que a ninguno como a él. Sea lo fuera que Úrsula ocultara, Iván estaba dispuesto a descubrirlo, y cuando la rubia subió por la avenida, espero un rato a que se sintiera confiada, entonces bajó del auto, y con su cámara en mano, se deslizó entre los peatones y aligero el paso detrás de ella.




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