Todo estará bien

Capitulo 39

 

Abrió los ojos al sentir la conmoción qué marcos se tenía en su lado de la cama, en realidad, solo estaba sentándose con los movimientos más gentiles posibles para no interrumpirle el sueño, pero a julia, más bien le pareció qué estaba intentando utilizar la cama de trampolín.

Le agradeció al cielo, cuando se quedó quieto y volvió a cerrar los ojos dispuesta a seguir durmiendo, entonces, sintió el aroma a tocino y huevos fritos, a pan tostado con margarina, y el estómago le gruñó. Sintió tanta hambre como deseos de seguir echada: un dilema terrible a tan tempranas horas de la mañana. ¿Pero porque olía su cuarto a desayuno súper económico de Burger King? ¿Estaba soñando, acaso?

–Marcos ...–gruñó buscando una explicación y arrastrando las palabras.

–Buenos días, dormilona. Ya faltan quince para las nueve.

–¡Quince para las nueve! –Exclamó Julia brincando y girando sobre sí misma con la agilidad de un gato. –¡Por Dios! ¡Tengo que ir a la oficina! ¿Y los niños? …Hay que despacharlos a la escuela, y…… ¡es tardísimo! … ¿Porque no me despertaste?

–Ya despaché a los niños. – La calmo Marcos, y con sus gruesas manos, cogió los cobertores qué se estaba sacando de encima y la cobijó otra vez mientras la hacía sentarse utilizando de respaldo las almohadas.

–Pero ¿qué crees que estás haciendo? ¡Marcos, por favor! Tengo que irme.

–No sin desayunar– dijo el guiñándole el ojo–. Te he preparado un sabroso desayuno; mira que tenemos aquí: huevos fritos, tocino, tostada, jugo de naranja.

Julia observó cómo arrastraba hacia la cama la mesita plegable con la bandeja de comida y la colocaba delante de ella sobre sus piernas; la boca se le hizo agua casi inmediatamente.

–Marcos–continuó protestando, pero sin quitarle los ojos de encima al aromático y apetitoso desayuno–, la oficina…, tu trabajo.

–Olvídate de la oficina. Desconecte todos los teléfonos para que no te molestaran, y le avise a mi secretaria qué no llegare en la mañana.

–Pero…, pero….

–Pero nada. –Cogió una ración de comida con el tenedor y se la acercó a la boca, ella hizo un intento de protestar, pero se lo pensó mejor y acepto el bocado: los sabores diluidos en la grasa se esparcieron en su boca con una explosión y cerró los ojos extasiada mientras el estómago, agradecido, le pedía más.

–¡Dios! ¡Esto está delicioso!

–Claro que lo está. Yo lo prepare.

–Pero es tan tarde–. Continuo sin darse por vencida.

–Tarde es la hora en que llegaste anoche, y antenoche, y antes de antenoche. ¿Hace cuánto que no duermes bien o ingieres una comida decente?

–La empresa está pasando por problemas muy graves: tú lo sabes.

–Lo sé bien, pero los problemas seguirán allí después de que te mueras. Hace más de una semana que no ves a los niños, y cada día que pasa te veo más desmejorada: anoche te costó quedarte dormida, y cuando al fin cerraste los ojos te pusiste inquieta, y hasta hablaste dormida. La verdad: es que te costó mucho alcanzar el sueño profundo–. Mientras Marcos la sermoneaba, Julia dio cuenta con ferocidad de la mitad del plato de comida, qué para no atragantarse, se bajó con dos largos sorbos de jugo de naranja, qué después eructo con escándalo.

–Esto está más que delicioso–dijo sonriendo, y sin un ápice de pena por el descortés eructo –. Mira: ya sé que he estado distanciada los últimos días, pero te prometo que esto se acabará pronto.

–Yo creo que ya se acabó–dijo él estirando la mano para coger el periódico qué había dejado sobre la mesita de noche y tendiéndolo para que ella viera la primera plana. – La noticia tiene conmocionada a la ciudad: los manifestantes se han retirado de las tiendas, y la policía está buscando a esa mujer hasta debajo de las piedras.

–¡Dios mío! Lo hizo –Exclamó Julia.

–¿Hizo qué?

–Las fotos: las publicó.

–¿Tu no sabías de esto?

–Si lo sabía, pero creí que Janneth al final cedería y reconsideraría otra manera.

–¡¿Janneth, ceder?! ¡Jo!¡Jo!Jo!¡Jo!, tienes que estar bromeando. En todo caso, lo que me estás diciendo, es que tu no estabas de acuerdo con esto.

–Ni Andrés, ni yo.

–Y porque permitieron qué lo hiciera; ustedes eran la mayoría.

Julia guardó silencio. Se había pasado media noche intentando contestar aquella pregunta, y cada conclusión a la que llegó le pareció más deshonesta qué la anterior

–Entiendo–dijo Marcos, leyéndole el pensamiento–en realidad no había otra manera de hacerlo.

–Cualquier otra manera dejaba un margen para que Alberto volviera a la cárcel

–Entonces dejaron qué ella tomará la difícil decisión. La decisión qué ustedes no querían tomar. La dejaron sola con las consecuencias –dijo, y Julia aceptó de la boca de él la verdad que no había querido confesarse a sí misma. De pronto había perdido el apetito y la comida comenzó a sentarle mal, afortunadamente ya tenía el plato limpio cuanto la culpa la alcanzó.




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