–Erick ¿qué haces aquí? –Pregunto con fastidio. Tenía la boca seca, le dolía la cabeza y debajo de los ojos le resaltaban terribles ojeras.
–¡Buenos días! –La saludo Erick con burlona cortesía –¡Cielos! Te ves fatal, hermanita. ¿Una noche difícil?
–¿Qué haces aquí, Erick? –Volvió a preguntar con impaciencia, y sin intenciones de permitirle pasar.
–El tirano qué gobierna nuestras vidas me ha enviado con órdenes de llevarte a la oficina. Pensé preguntarle si te prefería viva o muerta, pero; si me atrevía a consultarle semejante cosa, asumí qué el muerto podía resultar yo. Nuestro excelso déspota de guante blanco amaneció alegre hoy, cosa realmente rara en él, pero de pronto se ha puesto de un humor de perros; cosa también extraña, déjame decirte. Normalmente, es difícil adivinar sus estados de ánimo; cuando visita la planta hacemos apuestas sobre el humor en que anda; ¿quieres saber cómo hacemos para identificar su ánimo?
–No, no me interesa. Pero si me gustaría saber por qué se enfadó. ¿Fue por la publicación?
–Para nada. De hecho, fue la publicación la que lo puso de buen humor, y ha sido la prensa, los proveedores y los acreedores los que lo han sacado de quicio. Los manifestantes se han retirado con la cola entre las patas, pero luego nos han asediado los periodistas y otras gentes interesadas en que les contemos qué está pasando, pero como la noticia ha sido una sorpresa incluso para el personal de la empresa, pues ya puedes imaginarte: todo es un caos sin ti, nadie sabe cómo debe procederse con los periodistas, y ya no digamos con la gente a la que debemos dinero.
–Si–admitió Janneth–, la noticia publicada fue una decisión repentina y de último momento, pero Julia estaba al tanto: debería estar haciéndose cargo de la prensa.
–Supongo que lo estaría, si se hubiera presentado a trabajar.
–¿Cómo? ¿Julia no se presentó a trabajar?
–No solo eso: igual que tu; tampoco le contesta el teléfono a nadie. Sin embargo, es a ti a quien me ha mandado a buscar nuestro venerable padre: qué Dios le de mil años más de vida.
Janneth resopló enfadada, pero más por la negligencia de Julia, qué por el requerimiento de Manuel, o las payasadas y la impertinente interrupción de su descanso por Erick.
–Me iré a cambiar– dijo resignada–. Dame solo unos minutos.
–Seguro. Mientras yo te espero en…–Janneth le cerró la puerta en la cara y le corto el intento de colarse en el piso–mi apartamento. –termino diciendo–Al fin de cuentas vivo aquí a la par.
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Al otro lado de la ciudad, y justo en el mismo instante en qué Erick salía con Janneth hacia Divas, Roni terminaba de leer el artículo titulado: La caída de una diva. Y le pedía otro café a la camarera: el primero, junto con el desayuno, se había enfriado, y languidecían; ambos, olvidados a un lado de la mesa. Regreso a la primera plana del periódico y comenzó una segunda lectura, más pausada, mientras por fin se decidía a comer. El desayuno había adquirido una textura y un sabor grumoso, pero no se dio por enterado, y de haberlo hecho, en todo caso, pareció compensarlo entre bocado y bocado con sorbos de café humeante.
La primera lectura había sido emocional y específicamente informativa: devoró las palabras, saltándose puntos y comas, con la compulsión de un lector obsesivo qué está a dos capítulos de terminar una buena novela. La segunda lectura; más racional y reflexiva, fue para descifrar los subtextos ocultos entre líneas y para calcular la magnitud de los daños que dejarían las publicaciones: porque ciertamente había más de una; y dejaban a Roni y Mendoza atrapados en un callejón sin aparente salida.
En aquel contexto, opinaba Roni: la segunda parte del reportaje sobre Esther (salvo por alguna que otra curiosidad) salía sobrando. El propósito del aquel segundo artículo era continuar los ataques contra Úrsula, extendiéndose con un poco más de detalles sobre las acusaciones qué ya le había hecho Alberto en relación a la perniciosa influencia qué había ejercido sobre Esther. Incluía testimonios de reconocidos protagonistas del mundillo de la moda; qué las habían conocido a ambas, y que daban fe de la viciosa, rastrera y traidora conducta de Úrsula. En la redacción del artículo era reconocible el estilo de Andrés qué apenas disimulaba su intención deliberada de arruinar la reputación de Úrsula, o más bien: de desenmascarar a la verdadera Úrsula; y menos obvia era, quizás, la estrategia de lastrar con el desprestigio de esta a Mendoza y Fellini. Sin embargo, para ese mismo fin, las restantes dos publicaciones resultaban más que contundentes: en la primera, (qué era la que ocupaba la plana principal) se notaba la ausencia del estilo de Andrés, y en las fes de erratas: la precipitación con que se había redactado e impreso. Roni sabía que Andrés jamás hubiera permitido qué salieran de aquel modo de las prensas, y eso inducia a pensar a que este: o bien no estaba enterado de que el artículo sería publicado; o no había querido verse implicado con él, y por el contraste entre la calidad de las fotos y la mediocridad de la redacción, Roni dedujo qué lo más probable es que hubiera ocurrido lo segundo, y de ser así; ciertamente no tenía nada que reprocharle, al fin de cuentas; una cosa era exponer y mandar corruptos a la cárcel, y otra muy distinta, colgarles una diana en el pecho como se había hecho con la publicación del observador. En todo caso, concluyó Roni con convicción, lo más seguro era que la participación de Andrés en aquella nota comenzaba y terminaba con las fotografías: estas eran realmente buenas, asombrosamente detalladas. Estaba claro que quien las había tomado no era un profesional del montón, sino alguien particularmente especializado en el oficio de vigilar y retratar personas clandestinamente, pero no con la vulgar ligereza y frivolidad de los paparazzi, sino con el sutil cuidado del qué, por, sobre todo, espera que a nadie le queden dudas sobre la identidad de la persona retratada. Walter en aquellas fotos, por ejemplo; era imposible de confundir con otra persona. Había cambiado el estilo de peinarse y se había cortado la barba, pero eran retoques cosméticos qué apenas podían engañar a un observador avezado, y Roni era uno muy bueno. Además, años atrás, cuando su persecución y búsqueda era un asunto de prioridad nacional, se habían publicado retratos de como luciría sin barba y con diferentes tintes y cortes de cabello, (incluso se le había representado calvo) porque se supuso qué cambiar la apariencia sería lo primero que haría para evadir su captura, sin embargo, y pese a la fortuna qué se llegó a ofrecer por su cabeza, Walter logro mantenerse oculto el tiempo suficiente para que el público y la prensa perdieran interés en él. Algunos especulaban qué había conseguido salir del país y que vivía rodeado de lujos en Brasil, otros lo ubicaban en las Bahamas, y algunos más en las Guayanas, mientras que los menos optimistas aseguraban; qué donde realmente descansaba era en un cementerio clandestino en donde había sido sepultado después de pasar por una intensa maratón de choques eléctricos, una manicura practicada con alicates de mecánico, y una terapia de inmersiones con capucha en agua con hielo. Las opiniones de donde estaba pasando sus días, sin embargo, tenían que ver más con lo que el público sentía por Walter qué con los hechos, y en ese sentido, a Roni siempre lo habían sorprendido lo emparejados qué estaban los números entre los que lo admiraban y los que lo odiaban. Para los primeros; Walter era una especie de leyenda y un modelo, al qué, si tuvieran la oportunidad, y sobre todo el valor, no dudarían en imitar, mientras que para los segundos; no pasaba de un vulgar delincuente qué había recibido (decían con cruel satisfacción) lo que se merecía. En todo caso, y por lo menos en eso el consenso era general, Walter había caído, más por una coincidencia qué a causa de la eficiencia y eficacia de las autoridades, de hecho, si las autoridades responsables de supervisarlo hubieran hecho un buen trabajo, afirmaban sus detractores, se habría evitado, o por lo menos atenuado, el daño que se le hizo a tanta gente.
Editado: 14.02.2024