Esperó media mañana, agazapada en la penumbra de una esquina del parqueo hasta que vio entrar al vehículo: una Land Rover gris.
El corazón le dio un brinco al verlo pasar; por ratos, había temido que nunca llegará: pero allí estaba, y ella corrió detrás de él. Se había puesto tenis, unos vaqueros desteñidos, una sudadera negra que le quedaba grande, gafas ahumadas y una gorra, también negra, bajo la cual ocultaba el pelo en un moño. El vehículo se estacionó demasiado lejos (para su mala suerte), y para alcanzar al conductor que se había bajado del auto y caminaba hacia al ascensor tuvo que hacer un esfuerzo adicional al correr.
–¡Patrick! –. Le gritó cuando estaba ya apunto de subir a la cabina. Patrick se dio la media vuelta y se enfrentó a la voz que lo llamaba.
–¡Tu! – Exclamó–. ¿Qué demonios haces aquí?
–Tienes que ayudarme–suplicó Úrsula jadeando.
–¿Ayudarte? ¿En serio? ¿Después de lo que me hiciste? No, Úrsula. Tu y yo ya no somos socios. Pídele ayuda a tus, ¿cómo les llamaste? ha si, nuevos patrocinadores.
–¡Patrick por favor! Estoy en graves problemas –exclamó con un chillido. Tenía lágrimas resbalando por las mejillas y Patrick se conmovió, pero solo fue un segundo.
–No estarías en problemas si te hubieras atenido a lo acordado– le recrimino–. Me traicionaste. Invitaste a la fiesta a tus amiguitos y mira cómo has terminado. Tú me mandaste al diablo.
–No fue idea mía, Patrick. Perdóname–imploro con angustia–. Fue idea de Walter, todo fue idea de Walter.
–¿Y quién demonios es Walter?
–En el periódico, está en el periódico, la cara de culo me ha jodido, me jodio.
–¿De qué estás hablando? ¿A qué periódico te refieres?
Úrsula le extendió el ejemplar del observador que llevaba doblado y arrugado, Erick se acercó cauteloso y lo tomó de su mano temblorosa; lo extendió y al ver la primera plana entornó los ojos y entró en pánico.
–Yo no puedo ayudarte con esto–dijo con un escalofrío recorriéndole la espalda.
–¡Por favor! –Chillo ella más desesperada.
–¿Pero es que te has dado cuenta de lo que hiciste? ¿Te has dado cuenta del problema en que me has metido? ¡Maldita sea! …Te pasaste de la raya, Úrsula. No me pidas que te ayude. Ve y dile a tu novio que te saque de esta porque yo no puedo.
–¡El me abandono! –Berreo con desolación–. Cerró todas las cuentas, recogió todo el dinero que teníamos y desapareció. –Eres lo único que me queda, Patrick. ¡Ayúdame! Por el amor que nos tuvimos, ayúdame.
–Tu nunca me amaste. Tu jugaste conmigo y me engañaste.
–¡Me obligaron!... Yo quería pasar la vida contigo ...me obligaron a dejarte. Perdóname…. perdóname….
Patrick apretó los puños furiosos.
–¿Quien te obligo? ¿Qué nueva mentira es esta que estás inventando?
–No es ninguna mentira: fue la cara de culo. La cara de culo le contó a tu hermana sobre nuestra relación; y ella me exigió que la terminara, pero sin que tú te enteraras que ella estaba detrás. Tuve que herirte, no había otro modo de que me dejaras. Yo dependía mucho de Esther, y tú eras tan joven…tan joven…no tuve alternativa .... Perdóname…
Patrick se agarró las sienes con las manos y cerró los ojos aturdido y furioso. ¿Sería posible? ¿Sería posible que Janneth hubiera arruinado su relación con Úrsula? Tantas revelaciones, tanto dolor, tanto odio y tantas mentiras.
–No–dijo de pronto–¡No te creo! Tú le hiciste algo horrible a mi hermana; no sé qué fue, pero sé que se lo hiciste. Tu eres una oportunista, una mentirosa, y si una vez te amé fue solo porque fui un ciego estúpido. Sal de mi vida, Úrsula. No quiero volver a verte nunca más.
Se dio la media vuelta y caminó hacia al ascensor mientras escuchaba los gritos de Úrsula suplicando, al entrar a la cabina y comenzar a cerrarse la puerta se giró y la vio una última vez. ¿Había dicho realmente la verdad? ¿Era Janneth la responsable de arruinar el primer y más grande amor de su vida? En aquel momento ya no importaba, había tomado una decisión y no daría marcha atrás, sin embargo, mucho después, se arrepentirá, y al recordar a Úrsula, llorando debajo de aquel sombrío sótano, pensaría que el amor que habían vivido merecía haber tenido un mejor cierre, tenían que haber tenido una despedida más digna, y aquel fue un pensamiento que lo persiguió hasta el día en que tendido en su cama y rodeado de nietos expiró su último aliento.
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Cuando Janneth iba hacia la oficina de Manuel con Erick caminando tres pasos detrás, Julia ya venía de regreso y coincidieron en la mitad del pasillo.
–Si buscan a papá, no está en la oficina. Nadie sabe dónde fue, y nadie ha podido localizarlo–dijo Julia.
–A mí no me manden a buscarlo–intervino Erick–. Si quieren continuar jugando a las escondidas búsquense entre ustedes. Yo paso: tengo mucho trabajo que hacer.
–¿Tu no deberías estar en la planta supervisando el despacho a las tiendas de los pedidos de prendas de la colección que está por salir? –le preguntó Julia.
Editado: 14.02.2024