Los días que siguieron al regreso de Alberto fueron sumamente complicados e intensos.
Mendoza y Fellini se defendieron como fieras heridas argumentando que habían sido víctimas de una conspiración, y si bien, en un principio contaron con el apoyo de muchos políticos e hicieron mucho ruido mediático valiéndose de la televisora que controlaban, poco a poco, y en la medida iban rodando cabezas, se fueron quedando más solos. El observador y Andrés contrarrestaron la campaña de los agentes de prensa del juez y el fiscal, que, junto con su canal televisivo, cayeron en el descrédito y se convirtieron en blancos del repudio público. El escándalo creado por la trampa tendida por Janneth atrajo a nuevos actores que se fueron robando el protagonismo y convirtieron el caso de Alberto y de Justicia para Esther en un tema secundario en los periódicos; los nuevos protagonistas de las primeras planas eran Úrsula y Walter, cuyas historias, en muchos casos exageradas por los reporteros que las relataban, no solo entretenían, sino que fascinaban al público. Las redes sociales fueron inundadas con teorías sobre el paradero de ambos y con memes que se encarnizaron con la gente que había donado dinero y trabajado de gratis para Justicia para Esther. Con Mendoza, Fellini y los políticos que los respaldaron la crítica no fue menos mordaz, sin embargo, poco a poco, los cuestionamientos fueron ampliándose a todo el sistema de justicia y Alberto fue convertido en la imagen de todo lo que funcionaba mal con aquel aparato legal que era dirigido por juristas que vivían amancebados con políticos, periodistas y mafiosos. Andrés, por otra parte, paso a ser exaltado como el único periodista serio, valiente y honesto de un gremio que hacía mucho había olvidado el significado de aquellas palabras. Al final; la retirada de los manifestantes, el desplazamiento del frente de batalla y el cambio del interés del público le dio al personal de Divas el respiro que habían estado esperando para replegarse, organizarse y sumergirse en una batalla aún más desesperada: la batalla para cumplir con las fechas calendarizadas del desfile que prácticamente ya tenían encima.
El departamento más afectado por los atrasos fue, (como cabía esperar) el de eventos y mercadeo, que no solo sufrió por las complicaciones creadas por Úrsula, sino también por la ausencia de su gerente al frente de este. Había tantas cosas que hacer, reprogramar y revisar, tantos problemas que resolver; y se contaba con tan poco tiempo, que Julia comenzó a perder la dulzura que la caracterizaba y afloro en ella la vena autoritaria y despótica que le había heredado a Manuel. Sola en su laberinto de metas, objetivos y fechas tope, le pasó inadvertido el mal clima laboral que estaba generando entre su personal y no se percató de las quejas que circulaban sobre ella. Sin embargo, y de eso su personal a cargo se había dado cuenta, había algunas cosas que la ponían más neurótica que otras, y entre todas esas cosas, la presencia de Janneth parecía la peor. Cada vez que esta se aparecía por el departamento Julia se ponía tensa y a la defensiva, perdía la concentración en lo que estaba haciendo y luego de que esta se marchaba tardaba varias horas en recuperar el ritmo de trabajo. Janneth, con sus escrutinios y exigencias se había vuelto tóxica y cada vez que se le acercaba, Julia temía que fuera solo para cargarla con más trabajo pidiéndole esto o aquello y quitándole tiempo valioso que necesitaba para cosas más importantes. En su trato hacia ella Julia se había vuelto áspera, sin embargo y para empeorar la situación, Janneth ignoraba sus provocaciones con la indiferencia de quien hace oídos sordos a la rabieta de un niño y lo observa tragarse la última verdura, furioso, lloriqueando, pero obediente. El personal que las observaba y que culpaban a Janneth de todas las cosas malas que estaban ocurriendo alrededor trabajaban inmersas en la misma paranoia de Julia: atentas a las sorpresivas e incómodas visitas de Janneth, pero por añadidura, también embargadas por la zozobra de que un día, una de las dos hermanas perdiera totalmente los estribos, y el día en que Janneth entró al departamento sin saludar a nadie y se metió a la oficina de Julia sin pedir ser anunciada y sin tocar la puerta, contuvieron el aliento asumiendo que aquella fatídica fecha por fin había llegado.
–¿Oye no sabes que es descortés y de mala educación entrar a un sitio sin llamar a la puerta? –gruño Julia.
–A mí me parece más bien irónico e insólito que precisamente tú me estés recriminando eso. – Contestó Janneth sentándose sin ser invitada a hacerlo. La oficina de Julia era muy pulcra y ordenada, tenía retratos de la familia colgados por todas partes y estaba pintada en colores de tonos suaves y alegres; a Janneth le parecía más el consultorio de un pediatra (de hecho, mantenía sobre el escritorio un frasco con caramelos para obsequiarle a las visitas) que el despacho de una especialista en estilo y modas.
–¿Qué quieres ahora? Dilo y márchate. No prometo ayudarte, pero por lo menos tendré la gentileza de escucharte y poner tu solicitud al final de la lista de pendientes.
–No vine a pedirte nada. Estoy aquí para ponerme a tu servicio.
Julia levantó la mirada de entre los documentos que revisaba y observó a Janneth con recelo y sorpresa.
–Eres malísima intentando parecer graciosa. Tú, careces de sentido del humor. De todas formas, gracias por intentar animarme un poco con tus malos chistes, ahora; si me disculpas, tengo mucho trabajo que hacer.
–No vine a entretenerte, Julia. Para eso ya tienes a tu alegre corte de asistentes que de seguro son mejores que yo contando chistes, y ojalá fueran igual de buenas resolviendo problemas. Yo estoy aquí, como ya te dije, para ayudarte. Estamos muy atrasados con los preparativos del próximo desfile y el cuello de botella lo tenemos aquí: en tu departamento.
Editado: 14.02.2024