Al quinto timbrazo opto por apagar el teléfono. En el registro, tenía almacenado el aviso de 15 llamadas de Johana, unas 20 de Lorena Palau, otra docena de su equipo de gerentes leales y Franklin, y en los últimos cuarenta y cinco minutos, cuatro testarudos intentos de Raquel Reis: una mujer a la que no conocía y que en aquel momento había asesinado cualquier oportunidad de que le concediera una entrevista. El hecho de que aquella mañana la hubiera dejado plantada por cuarta vez no le producía ni pizca de culpa, al fin de cuentas, la interesada en que se encontraran era ella no él, y aunque reconocía qué sentía curiosidad, que lo seducía su voz y que hasta había fantaseado con su apariencia, la impertinencia de interrumpirlo justo en aquel momento lo tenía fastidiado y como represalia decidió mandarla de una vez al diablo.
"Con suerte aprenderá a ser más paciente y a tomar conciencia del sitio que le corresponde en este mundo" pensó.
Estaba enfadado. Aquella reunión bien habían podido tenerla en un restaurante como él había sugerido, pero Javier insistió en que fuera en el club de golf, Alonzo lo secundo y el bastardo de Rodríguez, sospechosamente sin mucha oposición, los convenció de organizar el evento para en la mañana, muy a sabiendas, de que Patrick prefería las tardes para jugar. Era claro que la intención era incomodarlo y transmitirle un mensaje, sin embargo, habían superado ya el tercer hoyo y aun no discernía de qué se trataba. Era una costumbre no discutir sobre negocios antes del tercer hoyo; en ese lapso de tiempo se dedicaban a saludarse, a preguntar por las familias y amantes, y a compartir chismes y rumores sobre los extravagantes protagonistas del alucinante mundo de la alta costura y la moda, sin embargo, hasta aquella hora de la mañana el tema de Walter, Úrsula y el caos del que recién estaba saliendo Divas había sido omitido en las conversaciones, y eso a Patrick le daba muy mala espina, porque aquellos, precisamente, eran los chismes que estaban en boca de todos, y, él , una de las fuentes más confiables para corroborarlos u obtener datos nuevos para retorcer y esparcir; no estaba convencido que fuera por cortesía o delicadeza que se abstuvieran de hacerle comentarios o preguntas, más bien le parecía, que, como un pollo en una granja, estaban tratando de apaciguarlo y dándole espacio para que se sintiera cómodo y confiando antes de cogerlo sorpresivamente del pescuezo para retorcérselo. En todo caso, si bien las exageradas narraciones de las promiscuas aventuras de sus tres compañeros lo divertían no fueron suficientes para que bajara la guardia, y su impaciencia y nerviosismo se fue incrementando en la medida se acercaban al inicio de la partida por el cuarto hoyo. Finalmente, tomándose su tiempo para ubicar la pelota en su tee, elegir el palo adecuado, estudiar el campo, tantear el viento y las posibilidades que este le ofrecía, Javier se preparó para abrir el juego. Parado varias yardas detrás, con su trolley a un lado y mesándose la barba, Patrick lo observó, muy consciente, de que Javier se preparaba para algo más que pegarle a la pelota; trago saliva esperando que soltara las siguientes palabras como si fueran balas; tenía la polo empapada de sudor y se jalo la visera de la gorra echándole la culpa al sol y el calor por su incomodidad, a su lado, vestidos también con gorras, polos blancas y pantalones de lino celeste, Rodríguez y Alonzo lo resguardaban como a un condenado que era conducido por el corredor de la muerte.
–Esa tu prima– dijo por fin Javier, mientras de frente a la bola, balanceaba su palo preparándose para pegarle–nos ha pegado una buena jodida.
Le dio a la bola con un swing furioso pero elegante y la bola salió disparada y cayó describiendo una amplia curva que estuvo a punto de terminar como un tiro perfecto. Javier era un sujeto alto, huesudo y muy ágil y fuerte para tratarse de un hombre que pasaba de los sesenta años y trabajaba 20 horas al día.
–¡Wow!–exclamaron los tres acompañantes aplaudiendo.
–Que gran tiro–. Dijo Alonzo que rondaba los 55 pero que tenía el aspecto de un hombre de 40, no era tan alto como Javier, pero si de modales más refinados, poseía una voz encantadora y una sonrisa entre lasciva y paternal: un recurso erótico que había resultado la perdición de muchísimas modelos jóvenes.
–Acostumbro jugar mejor cuando estoy enfadado con alguien–dijo Javier.
–A mí no me mires–exclamó Patrick–. Yo no tuve nada que ver con lo que les hizo Janneth y Alberto.
–Pudiste habernos advertido. - Le reprocho Javier
–Yo sé que les va a costar creerlo, pero en todo este tiempo he andado tan ciegas como ustedes, y por otro lado, cuando me enteré de lo que andaban proponiéndoles no creí que ustedes fueran a aceptarlo.
–Tu prima nos engañó–dijo Rodríguez preparándose para su tiro. Era un hombre calvo, el más bajo de los cuatro y también el más codicioso e inescrupuloso, poseía una nariz grande y ganchuda, cejas espesas y una mirada adormilada que le daba un aire ingenuo que había sido la perdición de muchos sujetos que se habían creído más listos que el –. Queremos de regreso nuestro dinero.
–Bueno, yo no sé si llamarle engaño a lo que esos dos hicieron.
–Fue una treta sucia–insistió Rodríguez–, se presentaron a nuestras oficinas haciéndonos creer que Divas estaba perdida.
–Lo hicieron cuando las manifestaciones se pusieron más violentas– agregó Alonzo–, y como para atizar más nuestros temores: en cada visita tu prima nos presentó al tal Alberto como el nuevo gerente financiero. Aquello nos pareció una locura, que quieres que te digamos, era el sujeto por el cual se había armado todo aquel embrollo y lo estaban poniendo oficialmente al frente de las finanzas de la empresa.
Editado: 14.02.2024