La presencia de Janneth lo inhibía. No sabía explicar por qué, pero así era. Algo había cambiado entre ellos, y cuando está anunció su traslado temporal al departamento de Julia se lo agradeció.
Las veces que se encontraban en los pasillos de la empresa eran pocas, y las conversaciones que mantenían, aún más escasas. La premura del próximo lanzamiento absorbía el tiempo del que disponían como un agujero negro: por más que corrían de aquí para allá afanados en las innumerables actividades, al final del día, estas permanecían obstinadamente inacabadas; el tiempo se les escurría misteriosamente y sin lograr progresos, pero como paliativo al estrés que iba acumulándose en progresión geométrica a la velocidad en que se les acortaba el tiempo contaban con el chismorreo, y los temas favoritos de conversación, como cabía esperar, eran Janneth, Alberto y las noticias que a diario se publicaban sobre Mendoza, Fellini y la banda de mafiosos que intentaron destruir a la Divas. Los chismes, sin embargo, era como una corriente que fluía más rápido y turbia cuanto más se alejaba de los mandos medios de la empresa; algunos, verdaderamente bizarros, subían de vez en cuando a la superficie como una burbuja y llegaban a los oídos de los altos gerentes, que no podían, más que sorprenderse, con la inventiva, la imaginación y la malicia del personal de planta, y en ocasiones, la naturaleza de los rumores era tan desconcertante como el camino que recorrían asía su destino. El rumor que afirmaba que Janneth estaba enamorada de Alberto, por ejemplo, había llegado a los oídos de éste de una forma realmente inesperada y en buena medida, también inapropiada: ese día, Alberto se había quedado trabajando hasta bastante tarde con Manuel cuando de pronto a este último se le antojó salir al baño, y en su apuro, (los problemas de próstata, le diría a Alberto) dejó la puerta solo entrecerrada. Para estirar las piernas y aliviar el entumecimiento, Alberto se puso de pie y recorrió la oficina estudiando la colección de libros y arte de Manuel, y al acercarse a la puerta, escuchó en el pasillo el cuchicheo de dos mujeres que ignoraban que esta estaba mal cerrada y que alguien se encontraba adentro del despacho.
–Dicen que haría cualquier cosa por él. –Susurro, al parecer, la mujer de más edad.
–Yo creí que a ella le gustaban las mujeres. –Comentó la más joven.
–Tal vez le gustan las dos cosas.
–Bueno, él está guapísimo. Aunque le gustaran las mujeres no me extrañaría que se hubiera enamorado de él.
–Pues, a mí, la señorita Janneth me da lástima. Todo mundo sabe que Don Alberto solo tiene corazón para su difunta esposa.
–Pero dicen que cuando le dieron la bienvenida la abrazo.
–Yo estuve allí, observando de lejos; y si: la abrazo, pero como quien abraza a una hermana; ella en cambio, casi se derretía en sus brazos. Al principio creí que era puro morbo mío, pero luego comencé a escuchar los rumores.
–¿Qué rumores?
–Los rumores; ya sabes: que ella está loca por él y que estaba dispuesta a hundir la empresa con tal de salvarlo, que pidió trasladarse a trabajar con la hermana porque estar cerca de él la pone nerviosa y triste.
–¿Triste? ¿Pero y por qué? ¿Cómo va estar triste de estar cerca del hombre que ama?
–Ay, ya te dije. Porque él no puede quererla y ella lo sabe.
–¡Dios! Qué historia de amor más complicada. Hasta da rabia y ganas de llorar pensar que él no se fija en ella después de todo lo que ha hecho por él. Lástima, porque hacen buena pareja, son muy lindos los dos.
–Si. Los hubieras visto abrazados; es que parecen hechos el uno para el otro; claro, que él es muy dulce y ella tiene un modo muy feo, pero ya ves, las parejas dispares a veces resultan formar los matrimonios más felices… ¡Jesús! ¡Don Manuel! –Advirtió la mujer mayor y la más joven cerró la boca y pareció avanzar apresuradamente detrás de la otra.
–Buenas noches
–Buenas noches Don Manuel– Saludaron las mujeres al unísono y continuaron alejándose con el arrastrar de escobas hacia el fondo derecho del corredor. Al entrar a la oficina Manuel encontró a Alberto en un estado emocional extraño: parecía enojado y muy furioso, pero a la vez asustado e impotente, como sorprendido por una revelación, pero a la vez mas confundido que antes, intrigado, pero también como oprimido por una inoportuna certidumbre.
–¿Te pasa algo? –. Preguntó Manuel.
–Afuera había dos mujeres.
–Son de la limpieza; el edificio está ya casi vacío, pero no embrujado, no fueron fantasmas los que oíste.
–¿Fantasmas?
–Es que parece que hubieras escuchado fantasmas. ¿Seguro que estás bien?
–Sí, sí. Es solo que las voces me parecieron conocidas.
–¿Y porque no te asomaste para identificarlas? … ¿Porque te quedaste solo escuchando? … Fue lo que dijeron, ¿verdad? ¿Lo que escuchaste te ha puesto así? ¿De qué platicaban esas mujeres?
–No lo sé. –Mintió Alberto –. Yo, las escuche solo susurrar, y no te preocupes, no me pasa nada, solo estoy un poco cansado.
–En ese caso sugiero que mejor nos retiremos. Creo que ya hemos hecho bastante por hoy.
–Sí, creo que será lo mejor
Editado: 14.02.2024