La caída de la noche era mortificante.
La caída de la noche implicaba tener que retirarse a su desolada mansión a enfrentar el acoso de la soledad y los recuerdos que la deambulaban como fantasmas. En varias ocasiones, cuando ya estaba a punto de conciliar el sueño, de pronto, le había parecido escuchar las risas infantiles de Julia y Erick rebotando por las paredes, e inmediatamente despertaba sobresaltado y consciente de que aquellas carcajadas eran imposibles: Julia y Erick nunca habían tenido la mala educación de reírse tan groseramente; recordaba escucharlos pelear entre cuchicheos, y a veces, recordaba haberlos oído llorar en susurros, esto último había ocurrido con frecuencia durante la convalecencia de Leticia, entonces habían parado de pelear y solían llorar juntos mientras Janneth trataba de calmarlos para que él no los escuchara, luego Leticia había muerto y Laura se llevó a los tres niños y la mansión se quedó sola y más sombría, sobria y silenciosa que nunca. Risas, suponía el, era lo que le hubiera gustado recordar de la infancia de sus tres hijos, sin embargo, ya no había tiempo para lamentarse por ello o por lo menos quería convencerse de eso. Durante años había lidiado con el dolor de la pérdida de Laura entregándose obsesivamente al trabajo y olvidándose de todo lo demás en el aislamiento de su casa, casi podía decirse que había logrado alcanzar una tregua con la lúgubre mansión hasta el día en que comenzó a oír las risas de Julia y Eric, por esos mismos días también comenzaron a disminuir sus horas de sueño y su apetito, tomó los síntomas como una señal de senilidad y supuso que también a ellas se sobrepondría, sin embargo, una noche le pareció escuchar el llanto infantil de Janneth y el terror le sobrecogió el corazón: Janneth nunca lloraba y tampoco reía, era la más parecida a el: fuerte, fría, pragmática, resuelta, sin embargo, la había escuchado con tanta claridad, y había sentido tanta desesperación y angustia en su llanto que por primera vez desde la enfermedad de Leticia se sintió otra vez zozobrando frente a la costa de una inminente catástrofe y la tercera noche que la escucho, ya totalmente vencido por la incertidumbre y la impresión de que estaba enloqueciendo decidió que era hora de retirarse de la empresa y abandonar aquella mansión. Comenzó a trazar su retirada, y entonces, milagrosamente, las risas y el llanto de los niños, por un tiempo, cesaron. El intuía, sin embargo, que si daba marcha atrás las risas volverían, aunque ahora, reflexionando frente a su opulento escritorio, ya bien entrada la noche, y sin deseos de marcharse a casa, no está muy seguro de cómo interpretar el llanto de Janneth.
Ese mediodía Alberto había entrado a su despacho hecho una tromba, y vaya que había tenido motivos para conducirse con aquel atolondramiento:
–Manuel –le había dicho– tienes que acompañarme.
–¿Adonde? –había contestado Manuel fríamente, estaba molesto porque Alberto había faltado a su cita de trabajo a las diez, habían perdido media mañana, pero no era un asunto que deseaba sacar a relucir en aquel momento, la inusual conducta de Alberto lo intrigaba suficientemente como para posponer el reclamo.
–A un almuerzo de trabajo, a una cita de negocios. –dijo eufórico
–Que sepa, no tenemos programadas citas de negocios para hoy.
–Por favor Manuel, no cometas las mismas estupideces de Patrick, olvídate de las formalidades, tenemos entre manos el negocio que puede salvar a Divas.
–¿Qué negocio es ese y que tiene que ver Patrick con esto?
–No puedo explicarlo del todo, primero tienes que ver algo. Vamos, no te arrepentirás.
Manuel observó con escepticismo el semblante suplicante de Alberto, entonces le marcó a su secretaria y le pidió que cancelara todos sus compromisos, se puso de pie y se preparó para acudir a la inesperada y misteriosa cita de negocios.
Regresaron a la oficina esa misma noche y completamente eufóricos los dos.
–Dios, esto parece casi un milagro–dijo Manuel tumbándose en su sillón.
–Es un milagro, claro que es un milagro–Exclamó Alberto. –Será la salvación de Divas.
–Será una movida arriesgada. Pero si lo hacemos bien.
–Será un éxito, Manuel, tú sabes que será un éxito.
–Tendremos que montar una gran campaña, Julia tiene que lucirse como no lo ha hecho nunca en su vida.
–Julia estará a la altura, y Janneth…
–No, Janneth, no.–Lo interrumpió Manuel–Janneth no tiene que saber nada de esto.
–¿Qué? –dijo Alberto boquiabierto.
–Lo que oíste, Janneth tiene que estar al margen de esto.
–Pero…
–Pero nada Alberto. Tú me pediste confiar en ti, ahora confía tú en mí, mañana nos reuniremos con Julia, manejaremos esto entre los tres, Janneth se queda fuera.
–Pero, Manuel, ella es tu segundo al mando…
–También es mi hija y se cómo piensa. Todos estos días estará en el departamento de Julia así que no será necesario ponerla al tanto, se lo contaremos cuando el modelo de negocios esté montado y ya casi aprobado.
–Creo que cometes un error, creo que cometeremos un error.
–No, no lo haremos. Confía en mí. Es mi condición para seguir adelante con esto. Janneth se queda fuera.
Editado: 14.02.2024