Como todos los intentos de retornar a la normalidad después de una despiadada guerra el inicio fue dificilísimo, sin embargo, una vez aceitados todos los engranajes, apretadas las tuercas y afinada cada cuerda, las cosas empezaron a ir de maravillas: con el escaso presupuesto disponible el salón de eventos quedó más que aceptable, y confidencialmente, Alexander tuvo que confesarle a Julia que gran parte del mérito se debió al trabajo de Janneth.
–La muy perra es una artista– le dijo– no sé qué demonios hace cuadrando centavos cuando debería estar creando moda.
–Ni yo me lo explico– confesó Julia– comenzó estudiando diseño con una pasión que rayaba lo obsesivo, y de pronto, de un día para otro, lo abandonó todo y se cambió a finanzas. Ella siempre ha sido así: impredecible y desconcertante; no me extrañaría que el día de mañana abandoné las finanzas para retirarse a trabajar contigo.
–Ho, ho, ho, no. De eso ni hablar. De trabajar juntos no quedaremos con ganas ninguno de los dos.
Y lo cierto era que nadie en el departamento de Julia parecía estar quedando con ganas de volver a trabajar con Janneth. Se reconocía y admiraba su liderazgo, su eficiencia y la facilidad con que pasaba por encima de cualquier problema, sin embargo, su frialdad, lo inflexible y directo de sus métodos, más su intolerancia hacia la falta de iniciativas, los descuidos, las negligencias o las debilidades y limitaciones de sus subalternos opacaban todas sus otras virtudes, Julia tuvo que escuchar cientos de quejas de su personal e intervenir más de una vez para evitar que las tensiones escalaran, sin embargo, y para inconformidad de sus subalternos, el único remedio que Julia les recetaba era tener paciencia y consolarse pensando en los pocos días que faltaban para que Janneth se largara; a regañadientes se tragaban la medicina, pero también ignorantes de que la actitud evasiva de Julia obedecía a una estrategia premeditada para encontrarse lo menos posible con su hermana. El proyecto en el que la habían involucrado Manuel y Alberto no solo le consumía mucho tiempo sino una barbaridad de energía nerviosa de la cual quemaba el treinta por ciento lidiando entre las horas y el esfuerzo dedicados al nuevo proyecto y a las premuras del próximo lanzamiento, y el otro setenta por ciento a esconderle a Janneth el asunto. Hubo un par de momentos muy tensos en los que creyó haberse delatado, sin embargo, la suspicacia inicial de Janneth pareció diluirse en medio de la gigantesca carga de trabajo, pero, preventivamente y por seguridad, Julia decidió encontrarse lo menos posible con ella y logró mantener la distancia, claro está, al precio de darle a Janneth autoridad casi absoluta en su departamento y sacrificar a su personal. Al final, sin embargo, la intervención de Janneth fue primordial para enderezar los entuertos: le dio a Julia el espacio necesario para maniobrar, impulsando y re mercadeando el lanzamiento con la prensa, de hecho, si bien el evento no hubiera salido perfecto, (porque era imposible dadas las circunstancias,) habría sido con seguridad un éxito aceptable de no haber aparecido una última vez Úrsula para echarlo a perder.
Úrsula reapareció dos días antes del lanzamiento, y el primero en saber de ella, por ironía de la vida, fue Patrick.
Esa noche, como ya estaba volviéndose habitual, le tocó dormir en la habitación de huéspedes, o más exacto sería decir que le tocó reposar un rato la cabeza, porque la presión de los problemas que enfrentaba en la empresa le impedían cerrar los ojos. De haberse tratado solamente de las dificultades domésticas habría buscado sin duda consuelo, también como era habitual, en la cama de Johana, pero en aquellos momentos, esta era tan ajena a sus pensamientos como lo era Úrsula. Los problemas que ocupaban su mente, sin embargo, no eran las dificultades logísticas de surtir a tiempo las tiendas y tenerlas a punto en vísperas del próximo lanzamiento, sino, la manera de conseguir que en la empresa se aprobarán en la próxima junta los contratos de compras de materiales con los incrementos que le habían impuesto. El tiempo se le acortaba y la proximidad de la próxima asamblea acrecentaba su inquietud porque simplemente no había forma de presentar aquellas cotizaciones y luchar por ellas sin delatar su deslealtad hacia la empresa: tendría que dar muchas explicaciones y ciertamente no se le ocurría cómo satisfacerlas. Vagando de un lado a otro de la casa terminó finalmente en la sala de estar y acomodándose en el sillón grande, con desgano y la cabeza adolorida, prendió la pantalla empotrada en la pared, le bajó el volumen y sintonizo con apatía un canal tras otro hasta que la cinta informativa de un canal de telenoticias local lo sobresaltó, se acercó incrédulo para leer la banda en la parte inferior de la pantalla y convencerse que no era una alucinación visual, esta decía: Úrsula Guerra es encontrada muerta en un motel, la policía ha informado que la polémica ex modelo fue víctima de homicidio.
Eran las tres de la mañana y el canal nueve era el primero en transmitir la noticia, poco a poco fueron sumándose otras televisoras y en la soledad de la noche Patrick fue testigo del suceso que se transmitió en vivo: el motel fue acordonado y los inquilinos del momento retenidos para tomarles datos, interrogarlos e investigarlos, el parqueo del motel de mala muerte se llenó de patrullas que iluminaban la madrugada con sus balizas y por último apareció una ambulancia y los detectives forenses, la noticia fue desgranada de a pocos con filtraciones de detalles morbosos que inmediatamente actualizaban la cinta informativa y se soltaban con todo el amarillismo necesario para generar audiencia, cada dato era publicado como una noticia de última hora acompañada con toda la parafernalia visual y auditiva que esto implicaba. El primer detalle que se supo del homicidio es que Úrsula había sido asfixiada con una bolsa plástica, luego, que también había sido torturada, se habló de uñas arrancadas, quemaduras con cigarrillo, fractura de huesos, y aun cosas peores, Patrick estuvo pendiente hasta el momento en que fue sacada del motel en una camilla y subida a una ambulancia que desapareció custodiada por dos patrullas y una media docena de vehículos de la prensa; fue durante ese momento que Patrick le bajó el volumen al televisor por segunda vez e hizo una pausa para recordar la última vez que la había visto: arrodillada en el parqueo del sótano para recoger el periódico que le había lanzado al pecho mientras le pedía perdón, le suplicaba ayuda y le contaba una perturbadora historia sobre Esther y Janneth: ¿Habían sido realmente su hermana y su prima las responsables de la destrucción de su único verdadero amor? ¿Lo amo de verdad Úrsula?, y más aún, ¿la dejó de amar alguna vez, él? o ¿hubiera podido evitarse aquel trágico final si él la hubiera apoyado? ¿Por qué no la ayudo? ¿Por ira; resentimiento; despecho; venganza? No lo sabía, pero sin duda lo lamentaba y en la penumbra de la madrugada se cogió la cabeza con las manos y lloró como Laura le había enseñado que lloran los hombres: en soledad y silencio.
Editado: 14.02.2024