–Acércate.
Janneth arrastró la silla y la aproximó a la cama donde reposaba Laura. No tenía el aspecto de estar realmente enferma, pero sí bastante cansada y frustrada; parecía una amazona que recién hubiera salido de una batalla ganada, pero a un precio en sangre muy alto, demasiado alto.
–¿Porque aún no siento paz? –. Sus ojos tristes buscaron en la expresión de Janneth indicios de desazón, de tormento. Necesitaba entender porque la muerte de Úrsula le había sentado tan mal, pero, sobre todo, corroborar que no era la única abatida por sentimientos tan confusos; el semblante de Janneth, sin embargo, parecía un sereno e imperturbable paisaje ártico: inexpresivo totalmente.
–Porque eres una dama, tía, no un ser vil y ordinario como lo fue ella. Buscabas justicia, no venganza, y lo que le ocurrió excede cualquier tipo de justicia. Lo que le hicieron fue barbárico. ¿Cómo podría una dama sentir satisfacción con semejante atrocidad?
Laura estiró las manos y tomó entre ellas la de Janneth.
"La eduque bien" pensó con orgullo, y luego le dijo:
–Hubo muchos momentos en los que la deseé muerta.
–En los peores momentos de la crisis todos la queríamos muerta.
–No como yo, Janneth. He vivido más de quince años deseando la muerte de esa mujer. Demasiado tiempo… Demasiado odio. Al final; cumpliste con tu promesa: acabaste con ella; y no voy a fingir que no me complace, aunque me repugne el desenlace de su vida.
–De tal cosa, no podemos sentirnos responsables, tía. Ella forjó su propia desgracia con sus engaños y traiciones. Se jugó una fortuna apostando su vida y perdió. Esa es la realidad de las cosas.
Laura soltó la mano de Janneth y se enderezó en el respaldar de la cama, cogió el borde del cobertor que la cubría y lo mantuvo apretado sobre su regazo mientras reflexionaba.
–¿Te sientes bien?
–Un poco mejor que en la mañana. Tu presencia y tus palabras me consuelan. Me hacen pensar que no soy el monstruo que he creído ser.
–¿Por qué odiabas tanto a esa mujer, tía?
Laura apretó el borde del cobertor hasta que los nudillos de los dedos se le pusieron blancos, sin embargo, su expresión facial guardó la compostura: no era propio de una dama transparentar tan vulgarmente recuerdos dolorosos.
–Tu sabes bien porque. –dijo
–Yo se que fue una mala influencia para Esther, pero Esther era adulta cuando…
–Era mayor de edad, si. –La interrumpió Laura–. Pero estaba muy lejos de ser adulta. Ella era inmadura, ingenua, una niña bien, caprichosa, cruel y resentida, y esa mujer se aprovechó de esas vulnerabilidades y la vendió como una prostituta para luego denigrar su vida y su alma.
Janneth se echó hacia atrás en su silla y suspiró; sabía que estaba al borde de tremendas revelaciones, pero no sabía cómo continuar la conversación, cualquier palabra mal dicha podía hacer que Laura se echara para atrás. Se quedó en silencio esperando a que Laura se sosegara y entonces con mucho tacto dijo:
–Muchas veces me has dicho eso… pero nunca lo he entendido.
Laura suspiro, los ojos se le pusieron húmedos y después de un tenso silencio dijo:
–Supongo que después de todo lo que ha pasado, y de lo que has hecho por la memoria de Esther, tienes derecho a saberlo. Aparte: supongo que a mí me hará bien desprenderme de tantos secretos.
–Tía…
–No me interrumpas, Janneth. No me interrumpas o puedo arrepentirme, solo escucha.
Janneth asintió obedientemente y la observó tomar aire preparándose para comenzar su relato.
Editado: 14.02.2024