–Creo que lo primero que tienes que tener claro es que durante el juicio Alberto mintió.
–¿Mintió? – Exclamó Janneth incrédula –. Pero, ¿en qué momento?
–Los argumentos de su defensa se fundamentaron en una mentira. No pudo desmentir las acusaciones que se le hicieron, así que recurrió a la estrategia de poner en duda el trabajo hecho por los investigadores…El primer intento lo hizo cuando pretendió responsabilizar del crimen a la banda que asaltaba casas y que asesinó a la pareja de italianos de la que tanto se habló. Claro que el argumento habría tenido validez si la evidencia lo hubiera respaldado, y ese no fue el caso… Quién asesinó a Esther no se llevó nada de la casa; como si lo hicieron en la residencia de los italianos. Y el modo en que ejecutaron a estos: asfixiados con bolsas de plástico, fue también muy diferente a como mataron a Esther. Lo de los italianos fue mala suerte: se suponía que no debían estar en casa y los delincuentes tuvieron que improvisar su asesinato: los ataron, los mataron sin hacer ruido y luego saquearon la casa. Nada de eso encajaba con el caso de Esther. Era obvio que no se trataba de las mismas personas, así que el argumento fue desestimado. Luego Alberto y su defensa intentaron llamar la atención sobre Úrsula y los fraudes que hizo cargándole las cuentas a Esther, y otra vez el argumento habría tenido validez, si la evidencia lo hubiera apoyado, pero el caso era que Úrsula había desaparecido de nuestras vidas hacía mucho tiempo, y que Esther no tenía cuentas pendientes con nadie.
–¿Y cómo podías tener certeza de eso, tía?
–Porque yo fui quien pagó las deudas de Esther.
Janneth frunció el ceño desconcertada. Docenas de dudas comenzaron a abrirse paso en su mente y la sensación de que las próximas revelaciones serían muy dolorosas le atenazó el corazón.
–Cuando Esther comenzó su carrera–explicó Laura–, yo, junto con Lidia y Félix nos hicimos cargo de las relaciones públicas y de su imagen; como ya sabrás no hicimos el mejor de los trabajos con ella, sin embargo, no ocurrió lo mismo con sus finanzas: fue Lorenzo el que se encargó de ellas, y quizás fue una de las pocas cosas que hizo bien en la vida. Al ver el camino que Esther estaba tomando decidió abrir un fideicomiso a dónde fue a parar casi todo el dinero que Esther ganaba. Recuerdo que tuvo un enorme pleito con él, pero por primera vez en su vida Lorenzo se mantuvo firme frente a sus caprichos y se limitó a asignarle un salario.
"El resto del dinero" le dijo, "lo tendrás disponible hasta que cumplas veinticinco años"
Por mucho que pataleo, Esther no pudo hacer nada: era menor de edad en ese momento, y el, aparte de su padre, era el tutor legal de su carrera. Con todo, Esther ganaba suficiente para derrochar a manos llenas, y eso fue lo que hizo; tan así, que después de casarse y gastar una fortuna con la boda, la luna de miel, y todo lo que se le ocurrió después; al comenzar a recibir los avisos de cobros de las fechorías de Úrsula, apenas le quedaba efectivo. Pedirle ayuda a Alberto le pareció impensable, y cuando este la confrontó por las llamadas sospechosas que recibía no tuvo más remedio que contarle la verdad, y después mentirle, pidiéndole, que no se preocupara, porque tenía todo casi resuelto. Fue en ese momento que acudió a mí y tuve que sacarla del problema pagando todas las cuentas, incluidas la de las drogas. Todo lo que te cuento lo hicimos a espaldas de nuestros esposos, sin embargo, mientras yo guardé silencio y mantuve a Lorenzo en la ignorancia, con el tiempo ella si le reveló lo que hicimos a Alberto. Y luego, después de todas las cosas que pasaron, cuando Alberto decidió utilizar a Úrsula como medio de escabullirse de la justicia, no me quedó más remedio que contarle la verdad de los hechos a los fiscales.
–Y fue por esa razón que la fiscalía y el juez desestimaron la investigación sobre Úrsula–. Susurro Janneth con un nudo de sentimientos encontrados creciéndole en el pecho. –Con tu declaración condenaste a quince años de cárcel a Alberto.
–Me limite a contar la verdad. Quien no pudo probar su inocencia, fue el.
–¿Pero alguna vez te pusiste a pensar–insistió Janneth con un débil tono de reproche–que quizás Úrsula nunca le quitó los ojos de encima a nuestra familia? Después de tantos años ella volvió, tía. Volvió justo en el momento que conseguimos sacar de la cárcel a Alberto, y regresó exclusivamente con el propósito de volver a encerrarlo. Lo odiaba, tanto o más que a Esther, y al parecer, quería asegurarse que su sufrimiento no terminará nunca. Ella no podía vivir agosto y en paz sabiendo que ellos eran felices. Estaba loca y enferma de envidia y resentimiento. Nunca te pusiste a pensar que, en aquel tiempo, Úrsula, bien pudo comprometer a Esther con fraudes nuevos para concluir la tarea que había empezado de destruir el matrimonio de Esther y Alberto.
–¡Tonterías! Esther me lo hubiera dicho.
–¿Estás segura?
–Claro que sí. Por supuesto que sí. Ella había cambiado.
Pero en su timbre de voz Janneth percibió su inseguridad. Con los años, con la cabeza más fría y mitigado el dolor, sin duda que había reflexionado en aquella posibilidad, aunque desde luego, no era lo mismo plantearse la duda, que asumir la culpa y la responsabilidad de lo que había hecho, y para acorazar sus sentimientos y tranquilizar la conciencia se había agarrado a la culpabilidad de Alberto como un náufrago a una tabla en medio de una feroz tormenta.
Editado: 14.02.2024