Todo estará bien

Capitulo 54

–El asunto comenzó el día en que Esther se encaprichó con que quería casa propia. Como tú podrás recordar, al principio de su vida matrimonial vivió en la casa de Lidia y Félix. Yo nunca aprobé que lo hiciera así. En mi opinión: que una pareja viva con los suegros es aberrante. Las parejas se casan para iniciar vidas independientes, y así deben hacerlo por la salud del matrimonio. Sin embargo; cuando Esther me planteó su idea le negué mi apoyo… Tuve miedo…yo no estaba conforme con que viviera bajo el techo de Lidia y Félix, pero por otro lado, considerando lo que hasta aquel momento había sido la vida de Esther, también me sentía segura de que Lidia estuviera cerca de ella; vigilándola. El caso fue que le negué el dinero que me pidió prestado para el enganche de la casa, y sin que yo se lo pidiera, Lorenzo hizo lo mismo. Supongo que compartía mis mismos miedos. Y en cuanto a Alberto, como te imaginaras, no tenía ningún interés en dejar solos a Félix y Lidia. Esther lo presionó, pero en este caso Alberto se mantuvo inflexible y dejó de acosarlo hasta el día en que logró comprometerlo a mudarse a vivir solos si ella conseguía el dinero para comprar la casa. Como ya te dije, Esther era muy mala administradora, y después de la boda, la luna de miel, y todas las locuras que se le ocurrieron, el salario que le había asignado Lorenzo apenas le alcanzaba para cubrir las deudas que había adquirido. Alberto lo sabía, y supongo que tenía la esperanza de que siguiera así muchos años, a decir verdad, creo que todos contábamos con eso, y nos confiamos tanto, que al ser invitada por Farid Ahmad a su fiesta del siglo, fuimos incapaces de ver el peligro y la treta que Esther tramo jugarnos.

–¿Farid Ahmad? ¿El billonario? – exclamó Janneth sorprendida.

–Ese mismo.

–Pero, las fiestas de ese hombre…

–Sí, lo sé. Hoy día sus fiestas lo han vuelto toda una celebridad. Sin embargo, en aquel entonces, semejante tipo de festejos no tenían la cobertura que tienen hoy. Farid y otros como él eran etiquetados apenas de excéntricos. En todo caso, Esther sabía bien en que se estaba metiendo. Úrsula la había introducido en ese mundo de perversión, y para salvaguardar su matrimonio y la confianza de Alberto, aceptó la invitación sólo si lo incluían a él. A Farid no le debió haber hecho mucha gracia, sin embargo, Esther estaba en lo más alto de su segunda ola de popularidad y Farid no podía prescindir de ella si prendía que su fiesta fuera recordada como el festejo del siglo. Acepto la condición de Esther, pero para esta, convencer a Alberto de que asistiera, no fue una tarea que se diga fácil. Al final, casi que lo llevo arrastrado, y a Lidia y a mi casi nos volvió locas presionándonos por el vestido que deseaba lucir esa noche. Fueron días muy ajetreados y excitantes para los que nos vimos involucrados en aquella locura, sin embargo, ella lucía tan feliz y emocionada que lo soportamos todo con agrado. Era satisfactorio verla saludable y alegre otra vez, y a último minuto, aunque en ningún momento dejó de refunfuñar, más por orgullo que por inconformidad, hasta el mismo Alberto sonreía reblandecido y contagiado por el entusiasmo de Esther.

Laura hizo una pausa, frunció el ceño, y al continuar lo hizo con un tono de voz pesaroso y triste.

–Si hubiéramos sabido lo que ocultaba el trasfondo de aquella invitación y lo mal que iba a terminar aquella fiesta–se lamentó, y luego de otra pausa prosiguió. – Esther al final de cuentas nos engañó. –dijo– Su interés en la fiesta no era como nos había dicho el deseo de divertirse y al mismo tiempo socializar con nuevos y potenciales clientes ricos, sino el cheque que Farid le ofreció por asistir. Le pago suficiente dinero para cancelar todas las deudas que tenía y para comprarse la casa que deseaba.

Laura cayo en otro de sus reflexivos silencios y luego dijo:

–Esther, obviamente, para evitar que el dinero terminara en el fideicomiso, le oculto el trato que cerro con Farid a Lorenzo. Manejo el negocio por su cuenta y clandestinamente. Cogió el cheque que le dieron y a cambio firmo el contrato de confidencialidad que le exigieron. Pero por supuesto, ella no fue la única a la que se le impuso esa condición; hasta el personal de servicio tuvo que comprometerse a firmar documentos parecidos; era al fin de cuentas una fiesta para gente muy rica y muy publica, y estaba siendo promocionada como el evento del siglo; que era un equivalente a decir el más escandaloso de su clase; y por supuesto, Esther no fue la única a la que se le ofreció dinero por asistir. Ella y el grupo selecto de personajes que recibieron dinero fueron el gancho promocional para que otros ricos se decidieran a estar ahí esa noche.

En el caso de Alberto, de diré que el contrato ese no le hizo gracia, y estuvo a punto de echar a perder los planes de Esther. No quiso firmarlo. Se negó en redondo, y, fue entonces, cuando Esther le echó en cara las fastidiosas sesiones de cine a las que la obligaba a ir; las aburridas funciones de teatro, las óperas, los recitales de poesía, ella odiaba todo eso, le dijo, y sin embargo, acudía y se las aguantaba solo para complacerlo y hacerlo feliz.

"Yo podría ir sola" recuerdo que le dijo "no tengo que pedirte permiso para ir. Sin embargo (y admito que en eso Esther tenia razón) esas fiestas suelen ponerse locas, miles de rumores y chismes salen de ellas, y yo te quiero y te respeto, por eso quiero que me acompañes, porque quiero ser transparente contigo. Quiere que sepas lo que hago y en que ando. No quiero darte motivos para que desconfies de mí."

–Y después de aquel discurso– continuo Laura–¿qué más podía hacer Alberto? Hasta aquel día, Esther siempre supo cómo manejarlo, y creyó, también hasta aquel día, que lo conocía mejor que nadie. Lo hizo firmar  sin confesarle, que con aquella rubrica, no solo estaba ayudándole a ganar un montón de dinero, sino además, condenándose a si mismo a cumplir su promesa de abandonar a Feliz y Lidia cuando con aquel dinero comprara la casa que quería…El caso es;  que el día de la fiesta llego, y esa noche, ella no solo lucia hermosa, sino también inmensamente feliz, y esa felicidad contagio a Alberto que se mostró caballerosamente animado y tolerante, yo diría que hasta casi alegre, sin embargo, el entusiasmo le duro apenas hasta el momento en que desembarcaron en el yate de Farid: una monstruosidad obscenamente opulenta, que flotaba arrogante y brillando entre las sombras de la noche y el mar mientras las risas de sus tripulantes competían  en algarabía con el tronar de las olas. Alberto que no era dado a las fiestas y que rehuía los eventos sociales siempre que podía, hizo su papel de acompañante lo mejor que pudo. En aquella oportunidad por lo menos no tuvo que enfrentarse a los flashes de las cámaras que acompañaban a Esther a donde quiera que iba, esa noche fue prohibido en el yate cualquier dispositivo de filmación, sin embargo, tuvo que lidiar con la gente que se acero a saludarla y a conocer a su no tan famoso esposo. Tuvo que tragarse la arrogancia y la impertinencia de los súper ricos que deseaban conocer a Esther, pero no a él, y que lo ignoraban, a pesar de llevarla tomada del brazo, como si él fuera su bolso o su abrigo. Creo que fue en ese momento que su ánimo comenzó a desinflarse y a ser sustituido por una frustración y un enojo sordo con el que lamentaba tener que lidiar hasta el amanecer, qué era la hora hasta la que duraría la fiesta, y que, por contrato, aunque él no so sabia, Esther estaba obligada a permanecer en el Yate. Luego del preámbulo de las presentaciones y el abordaje de los últimos invitados, se anunció la cena, y después de esta, comenzó la verdadera fiesta, y, como había profetizado Esther, esta comenzó a ponerse loca, de pronto había por todas las esquinas drogas, mujeres y hombre bailando impúdicamente, y peor aun, teniendo relaciones desvergonzada y públicamente. La fiesta se llenó de millonarios borrachos y drogados, de mujeres semidesnudas que eran intercambiadas entre los hombres como si fueran juguetes y con las que practicaban las mas impúdicas perversiones que te puedas imaginar, incluso había hombres, muy ricos y conocidos, haciendo cosas con otros hombres, y apostando a sus esposas y rifándose fortunas en juegos frívolos y perversos. Conociendo como es Alberto, ya puedes imaginarte lo escandalizado qué debió ponerse, la ira que fue creciendo en su pecho y los reproches que debió hacerle a Esther. Imagino que contaba con impaciencia las horas que le quedaban en aquella Sodoma y Gomorra de la cual pensaba salir sin volver a ver atrás. Algo debió empezar a sospechar también sobre los verdaderos motivos de Esther para estar ahí, porque en ningún lado veía conversaciones de negocios como ella le había asegurado que habrían, en todo caso, si conversaban de negocios, no era negocios en los que él se habría atrevido a participar. Drogas, tráfico de influencias, prostitución de lujo, esas eran las cosas de las que se hablaba en aquella fiesta, y después de todo lo visto y contemplado, y considerando que el festejo apenas comenzaba, comprendió él porque  del contrato de confidencialidad y la insistencia de Esther en que la acompañara para conservar su confianza, aunque en la expresión de esta, adivinaba que aquello incluso lo superaba a ella, en otros tiempos, quizás, debió participar en eventos parecidos, pero sin duda en ninguno como aquel que estaba organizado para ser conocido como la celebración del siglo, en todo caso, Esther, como buena actriz que era, se mantuvo sonriente y fingió indiferencia hacia todo lo que acontecía a su alrededor permaneciendo también firmemente sujeta a su brazo, y, el momento en que lo soltó, fue el instante en que comenzó el desastre.




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