Todo estará bien

Capitulo 57

–Alberto, ¿A dónde vas? –. Escuchó que le preguntaba una voz gélida, y al darse la vuelta, se encontró con los ojos profundos e inexpresivos de Janneth. Estaban a dos metros del ascensor, y ambos lucían como dos adolescentes extraviados en una fiesta en la que no hallaban su lugar.

–¡Janneth! ¿Qué estás haciendo aquí? El desfile comenzará en unos minutos.

–Al diablo el desfile. Estoy harta. Me voy.

–¿Estás segura? Trabajaste mucho por este evento. No me parece justo que te lo pierdas.

–No me estoy perdiendo nada, créeme. Estos espectáculos son la especialidad de Julia y Patrick; yo asisto solo por compromiso y obligación y en otras circunstancias me hubiera aguantado hasta el final, pero esta noche no.

–¿Ha sido por los periodistas?

–¿Te diste cuenta?

–Estaba observando desde el piso de arriba.

–A ninguno le importa la nueva colección, solo preguntan por Úrsula, Fellini, Mendoza y por el maldito artículo que apareció publicado hoy. ¿Que si tengo algo que decir al respecto? ¿Que si tengo algo que opinar sobre el tema? ¿Que si realmente soy quien gerencia Divas y la que exigí tu contratación? Como lo siento por tía Laura. Esta noche esa gente la hará pedazos, le van a romper el corazón.

–Debiste habérselo advertido.

–Lo hice después de ver el artículo en el periódico, pero ella no atendió a razones. Ya la conoces como es.

–Bueno, esa es la razón por la cual yo me marcho también. El espectáculo es de ella y no deseo arruinárselo con mi presencia, suficiente con que mis padres estén allá abajo también. Vine, solo porque Manuel quería presentarme algunos hombres de negocios: ya los conocí: ya me voy.

–¿Y a dónde vas?

–A casa, supongo. ¿Y tú?

–A mi apartamento, supongo.

Alberto metió las manos en los bolsillos de los pantalones, se encogió de hombros, y con infantil inseguridad dijo:

–¿Te parece si salimos a comer? Yo invito.

Janneth se puso colorada como un tomate y Alberto sonrió pensando que quizá sonrojarse era la única manera que tenia de expresar emociones: si se enojaba se ponía roja, si se apenaba se ponía roja, y al parecer…al parecer eran las dos únicas emociones capaz de expresar; en todo caso, estaba descubriendo que verla sonrojarse no solo lo hacía reír, sino que también le gustaba.

–No, creo que no– contestó–. Esa gente de abajo me quito el apetito…pero qué tal si vamos al cine. Yo invito.

Alberto respingo sorprendido.

–¿Al cine? –dijo sonriendo con grata perplejidad–.Tengo quince años de no ir a un cine.

–Era una de tus pasiones, y hoy proyectan una comedia romántica. Las comedias románticas también te apasionaban.

Alberto frunció el rostro en una expresión nostálgica y evoco recuerdos ya casi olvidados: recuerdos de cuando era un joven entrando a la edad adulta; un joven muy solitario por elección propia, pero necesitado de compañía cuando se trataba de ir al cine: una pasión que no le gustaba disfrutar solo. Recordó que Esther aborrecía el cine tanto como lo había aborrecido Erick y Patrick, y que Julia, si no se trataba de una película visceral, con sangre salpicando las pantallas y entrañas escurriéndose de vientres abiertos se negaba a acompañarlo a ningún lado. Había sido una callada y preadolescente Janneth, una chica flaca, ensimismada y a la que la pubertad parecía haber olvidado, su única compañía en aquellas excursiones y, recordándolo bien, al parecer, también la única que había compartido sus gustos.

–A ti también te apasionaban–dijo Alberto–pero, ¿no te parece que andamos muy de gala como para ir a un cine?

–¿Y a quién diablos le va importar?

–Cierto–admitió sonriendo–¿a quién le puede importar? Vamos al cine entonces.

Y fueron al cine, y Janneth se sonrojo cuando en la confitería los tomaron por esposos. Luego, por el espacio de hora y media, se olvidaron de los problemas y se envolvieron en la fantasía de la película que concluyó con un desenlace agridulce que empaño los ojos de Alberto, y que solo Dios sabía que sentimientos había despertado en Janneth porque llegó hasta al final completamente absorta en el drama, pero totalmente inexpresiva. Al salir, cogidos del brazo como dos esposos, se enfrascaron en la discusión de la película como lo habían hecho en sus juventudes, y al despedirse e ir esa noche cada uno a su cama, se sintieron renovados y reconfortados, quizás hasta un poco felices: felices como no se habían sentido en años, y al final se quedaron dormidos pensando en que ir al cine había sido la mejor decisión que habían tomado en siglos, aunque por supuesto, al día siguiente no pensarían lo mismo. 

Se habían equivocado al pensar que pasarían desapercibidos, y mientras ellos dormían, fotografías de ambos entrando y saliendo al cine cogidos del brazo inundaron la red. Se esparcieron rumores de un supuesto amorío, de hablo hasta el cansancio y con picardía de su atrevida hazaña adolecentes de fugarse del lanzamiento de Divas para irse al cine y a primera hora de la mañana estaban en los titulares de los principales periódicos sensacionalistas del país, sin embargo, ni Alberto, ni Janneth se enteraron de nada. Ambos se levantaron con el vigor y el entusiasmo que sigue a una noche bien descansada y se presentaron a sus oficinas donde Julia los esperaba con un ejemplar del Influencer: un tabloide sensacionalista que subsistía, y al que le iba la mar de bien, explotando los escándalos de ricos y famosos.




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