Aunque no muy a gusto el uno con el otro, Patrick y Julia se vieron obligados a trabajar en estrecha colaboración para revertir los resultados de las malas ventas de la colección; y pese a los pronósticos de sus respectivos subalternos, lo hicieron sin achacarse entre ellos la culpa de los fracasos en las tiendas, sin agredirse, denigrarse o sabotearse; se comportaron ante todo muy profesionalmente. Las ventas, sin embargo, no lograron repuntar; pero siendo como era Patrick: un consumado oportunista; no tardó en vislumbrar la manera de aprovecharse del fracaso para su propio beneficio. Las publicaciones de las revistas financieras y el temor y la cautela que despertaron en los acreedores de Divas fueron las últimas piezas que encajaron en su plan. Después de semanas de desvelo y romperse la cabeza pensando en cómo hacer para presentarle a la junta las cotizaciones con los exorbitantes incrementos de precio en los materiales de la siguiente colección, se le ocurrió respaldarlos como una tasa (impuesta sobre créditos nuevos) por riesgo e incertidumbre. Divas, al fin de cuentas, aun no lograba superar el cerco de desconfianza alzado alrededor de su futuro, y si se corría la voz, (cosa que él ya había hecho) de que los proveedores más grandes estaban condicionando con precios más altos los siguientes créditos, por miedo y precaución, las textileras pequeñas harían lo mismo. Al final; aunque fuera a regañadientes, Manuel terminaría pagando los precios, y él, conservando las membresías de los club de golf y equitación, pero lo más importante y satisfactorio, era que se anotaría una victoria contra Janneth y el bastardo de Alberto: aquella reivindicación simplemente no tenía precio y; el día de la junta, se levantó tan absorto en aquellos jubilosos pensamientos que en el vestíbulo del edificio se subió al ascensor, que venía del sótano, totalmente distraído y sin percatarse en la gente que viajaba en el. Fue en la parada en el segundo piso, donde prácticamente la mayoría se bajó, que se percató de la presencia de Alberto parado detrás de él, sin embargo, para entonces la puerta ya se había cerrado y el elevador continuó su camino solamente con ambos ocupándolo.
Los segundos que permanecieron juntos, y peor aún: solos; antes de llegar al final de su destino, fueron pocos, pero bastaron para arruinar la mañana de Patrick. No fue solo que el sabor metálico de la adrenalina le inundara la boca, que el corazón se le acelerara casi hasta saltarle del pecho, o que una desbordada intención homicida fuera contenida por una paralizante y vergonzosa cobardía, sino, que de pronto, su triunfal optimismo fue ensombrecido por una nefasta sensación de mal presagio. En el desafortunado momento que giró la cabeza, solo para percatarse que el hombre a sus espaldas era Alberto, la suerte le plantó cara concediéndole su más anhelado y ardiente deseo: encontrarse a solas con Alberto; pero no para recriminarle cosas, sino para despedazarlo con sus propias manos. Sin embargo, una vez complacido, no tuvo valor ni de levantar una ceja. Giró la cabeza de nuevo al frente y permaneció sumido en el tenso y cauteloso silencio de un conejo que finge no ser desinteresadamente observado por un depredador. Hasta aquel momento, Patrick, no había tenido conciencia de lo intimidante que podía resultar Alberto. Sus rasgos amables, bondadosos y hasta conmovedores eran como la apariencia tierna de los gatos: detrás se ocultaba un despiadado y violento asesino esperando solo la oportunidad de dar rienda suelta a sus salvajes instintos. Se tenía que ser estúpido para poner a prueba la ferocidad de una criatura a primera vista tan domesticada, y Patrick no era estúpido; sin embargo, pese a la ausencia de agresión física, se sintió psíquicamente ultrajado. El solo hecho de viajar de espaldas, vulnerable y expuesto a la mirada acechante de Alberto lo tenía furioso e inquieto. Al llegar finalmente el ascensor a su destino la puerta se abrió y Patrick saltó hacia afuera lo más dignamente que pudo, Alberto lo siguió caminando solo un par de pasos detrás de él y la gente que los vio salir se quedó tan boquiabierta como Julia y Manuel al verlos pasar juntos a la sala de juntas. Siguiendo una indicación de Manuel, Alberto se sentó a la derecha de este y con su acostumbrada arrogancia, Patrick, busco la cabecera de la mesa frente a Manuel, sin embargo, no lucía tan seguro y altivo como otras veces, sudaba a chorros le temblaban las manos y a diferencia de Alberto se abstuvo de saludar a los presentes.
"Este será peor que un endemoniado día " pensó Julia "Será un total día de mierda"
Editado: 14.02.2024