Todo inició bajo la lluvia

CAPÍTULO 4.

Charles Brown.

—Increíble Charles, estás más que jodido, cómo es posible que hayas tratado a Sara de esa manera, —mi maldita consciencia no me dejó tranquilo ni un minuto.

Busqué a mi secretaria por todos lados y no la encontré, quería disculparme con ella por mi estupidez, pero parece que se esfumó. En toda la tarde no supe de ella, no estaba en su puesto y ninguno de sus compañeros la había visto, ni siquiera sus super amigos, como ellos se llaman, solo horas después me llamó Hilda, la jefa de personal para informarme que Sara, mí Sara había pedido días de descanso.

La perdiste.

No. Eso nunca.

No fui capaz de decir nada, solo un pendejo —aja —fue lo único que pude pronunciar para no levantar la voz y mandar a la mierda a todos y cada uno de mis empleados. Estaba molesto por la estupidez que cometí y desquitarme con todos no sería sano, así que tomé mi abrigo para ir por ella, pero cuando tomé el pomo de la puerta y abrí me encontré de frente con Omar, mi amigo de la infancia.

—Creí que no te iba a encontrar —me saludó con su habitual sonrisa.

Omar es uno de los pocos amigos que me quedaron después de que me fui a estudiar a Londres. Él conoce mi vida como un libro abierto, pues de niños estudiamos varios años juntos, después simplemente desaparecí, me contó que no supo más de mí hasta que con ayuda de mi madre apareció en mi departamento, ese día celebraba mi cumpleaños número 23.

En ese momento aún estaba en la universidad y vivía solo, al comienzo creí que… bueno como decirlo, él me llamaba, me buscaba, y hasta llegó a Londres, yo pensé que él era gay, pero después de hablar y de ir a un bar a celebrar me di cuenta de que solo era como mi hermano. Simplemente quería ayudarme porque sabía el trato que yo recibía de mi padre. Así que Omar fue más que un amigo, fue como mi hermano.

—Estaba por salir.

—Te ves cansado —responde dándome una palmada en la espalda a modo de saludo.

Cierro la puerta y lo invito a seguir indicándole con la mano que tome asiento en el sofá que está a un lado de mi escritorio.

—¿Quieres tomar algo? —digo dirigiéndome hacia el minibar del que dispongo.

—Claro, un whisky estaría bien —le sirvo dando un sonoro suspiro, tengo a esa castaña mujer metida en mi cabeza.

—Vaya amigo, ese suspiro parece que tiene nombre de mujer —comentó levantando sus cejas varias veces.

—Qué te cuento. Si solo fuera su nombre.

Ojos marrones.

Cabello castaño, largo y rizado.

Deliciosos labios.

—Pues entonces habla para que te pueda ayudar. Porque estoy más que seguro que lo debiste arruinar —sus palabras me hicieron mirarlo directamente a los ojos.

Me senté frente a él con un vaso igual y sin apartarle la mirada tomé un sorbo de mi trago y me permití dejar pasar con lentitud el amargo sabor del líquido.

—Ya sabes lo imbécil que soy.

Él sonrió de lado y colocó el vaso en la pequeña mesa de centro.

—Y me imagino que no te disculpaste.

—Iba a hacerlo cuando apareciste —respondí apartando la mirada por la vergüenza de mis actos, él descansó su espalda en el sillón.

—Si quieres me retiro para que vayas por ella.

No sé si pueda verla a la cara.

—No es necesario, pidió días de descanso —aclaré para que viera la magnitud de mi idiotez.

—Propio de ti. Por qué será que no me sorprende.

Me quedé en silencio por unos minutos, no sabía cómo continuar con esta conversación.

—Será porque me conoces muy bien, mamá y tu parecen que tienen una bola mágica que les dice todo de mí.

Su risa inundó el lugar, éramos los únicos en el piso.

—Ojalá mis bolas fueran de cristal, así alguna las adoraría.

Nos reímos a carcajadas. Era impresionante como Omar lograba sacarme de mi miseria con sus tonterías.

—Pendejo, no quiero hablar de tus bolas.

—Ni yo que hables de ellas, me las salarías, mírate no más, todo grandote y pendejo.

Una vez más nos reímos.

—¿Cuándo dejarás a Emma?

Y ahí viene lo que quería evitar.

—No es tan fácil.

—Para ti —lo miro sin entender—, porque para ella fue fácil hacer de las suyas en…

—¡Ya lo sé! —levanté la voz, no quería que me recordara una vez más lo que había sucedido hace tres meses atrás—. Se lo que hizo, no tienes por qué restregármelo en la cara cada vez que el nombre de Emma sale a relucir.

Terminé mi trago de un solo golpe.

—Pues toma una decisión de una buena vez, porque mañana anuncian el compromiso y matrimonio a la prensa.

Lo miré como si le hubieran salido dos cabezas.




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