Todo inició bajo la lluvia

CAPÍTULO 6.

Charles Brown.

Un nuevo día, un nuevo despertar sintiendo este fuerte vacío en mi pecho, lo peor de todo es que no la veré en una semana, la cual sé se volverá eterna en esas cuatro paredes de mi oficina, esa será mi cárcel durante estos días, su ausencia me torturará sin piedad, sintiéndose satisfecha cada día, haciéndome pagar en carne propia mi cruel comportamiento.

Sara, si pudieras darme la oportunidad de reivindicarme.

Recorro el largo y amplio pasillo que me llevan a mi lugar de trabajo sintiendo de golpe el silencio y la soledad de su ausencia.

Cada día que hacía este recorrido su risa y sus graciosas canciones sin sentido inundaban de felicidad mis oídos, calentando mi corazón, esperanzado en una vez más ver su rebelde cabellera y su curvilíneo cuerpo. Mis ojos todos los días se daban un espectáculo con ella, cuando no estaba arriba, estaba abajo, pero estaba, cuando no tenía la oficina revuelta, tenía todo en orden y llena de armonía. Pero hoy… Hoy solo hay…

—Mi amorcito…

Lo que me faltaba.

Frené de golpe antes de abrir la puerta de mi oficina. Su voz me hacía retorcer las tripas y despertaba el dragón dormido que incendiaba mi estómago cada vez que la veía. Me giré un poco para darle cara, debía sacarla cuanto antes de aquí si quería tener un día más o menos agradable, pero la vi llegar a mí con dos cafés en la mano.

—¿Qué haces aquí tan temprano? —interrogué sin saludarla, sólo eran las 7:30 y ya estaba molesto.

—Cómo estás mi Charly, vine con tu padre, está adentro esperándote.

¿Qué?

—Cómo que esperándome —no dudé ni un segundo en abrir la puerta de golpe y encontrarme con su desagradable presencia.

Estaba sentado en mi lugar, en mi silla, con las piernas subidas al escritorio como el rey que no era.

—Tu ¿Qué haces aquí? Y baja tus sucios pies de mi escritorio, es una madera muy fina, la puedes estropear —dije para hacerle saber cuan molesto estaba con su presencia y cuan impertinente había sido traerla a ella.

—Bueno, bueno, está bien —respondió bajando los pies y acomodándose en la silla. Le lancé un gesto indicándole que se apartara de mi lugar—. ¿Puedo hacerme en el sillón?

Lo miré duramente una vez más a lo que levantó sus manos en señal de rendición. Se sentó en uno de los sillones ubicados a un lado del escritorio y que hacían juego con todo el mobiliario, unos estantes frente a ellos dando una idea de una pequeña biblioteca por la presencia de unos estantes de madera que contenían un sin número de libros y enciclopedias, que a decir verdad ya no se usan en esta época. Culpa de la internet.

—Ahora, serías tan amable de decirme que quieres para que te largues de una vez.

No le pregunté, le informé. Quería deshacerme rápido de él y de Emma, que ya me estaba provocando urticaria con su manoseo.

—Cómo bien lo sabes, tenemos varios clientes importantes, por no llamarlos VIP y uno de ellos esta noche tiene una celebración especial —dice mientras se acomoda más en el sillón y toma sorbos del café que Emma le llevó.

—Oh, querida, esto está delicioso —observa. Ella sonríe.

A penas se vayan mandaré a cambiar la cerradura.

—Al punto —pedí.

—Eres invitado en esa reunión —expresa con una sonrisa triunfal— y Emma será tu acompañante. Así que tienes toda la mañana para organizarte y estar presente hoy a las siete de la noche.

—Tú no tienes ninguna autoridad para tomar decisiones por mí y mucho menos encimármela a ella —gruño levantándome del lugar donde estaba sentado—. Ahora, si eso es todo te pido por favor que salgas de mi oficina.

—Tú sabes muy bien que te conviene no llevarme la contraria Charles, irás a esa fiesta con Emma y se mostrarán como la feliz pareja que son y que estarán próximos a casarse.

Solté una carcajada cargada de sorna. Me dirigí a paso firme hacia él sin dejar de verlo a los ojos, noté su sorpresa y miedo. No dudó ni un segundo en ponerse de pie para encararme.

—Tu a mí no me mandas, ni me das órdenes —señalé acercándome intimidantemente hacia él—. Así que sal ahora mismo de mi oficina, sino quieres perder lo que hasta ahora no tienes.

Mi padre se acomodó el traje y tragó en seco, dio la vuelta para salir, pero se detuvo para devolverse y aproximarse a la mesita ratona para tomar la taza de café y llevársela consigo.

—No se te olvida algo —dije señalando a Emma que estaba bien cómoda al otro extremo del sofá del que hace un momento me levanté.

Ella hace gestos de malestar por haberla tratado de esa manera tan poco gentil, pero es que ese par sacan lo peor de mí.

—Pero amorcito, seré tu acompañante esta noche.

Suspiré.

—¡Largo! Los dos —respondí dándoles la espalda para ocupar mi lugar tras el escritorio.

—De todas formas, allí te dejé la invitación con toda la información que necesitas —expresó antes de tomar el pomo de la puerta y girarlo—. Emma —dijo haciéndole señas para que saliera primero que él. Ella iba haciendo pataletas de niña mimada.




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