Todo inició bajo la lluvia

CAPÍTULO 7.

Sara Johnson.

Estaba nerviosa, asustada, mi mente era un caos, pensamientos que iban y venían haciéndome sentir peor de lo que ya me sentía. Nunca creí encontrarme en este lugar al señor Brown, pero verlo llegar por mí, porque si no hubiese sido así quien sabe dónde estaría, me hizo sentir feliz. Mi tonto corazoncito salto de emoción y empezaron a aparecer las locas mariposas que siempre saltaban en mi estómago cuando estoy junto a él.

Los nervios hicieron que desviara la vista hacia la ventana y me mantuviera entretenida en el paisaje que iba cambiando a medida que llegábamos a la ciudad. Intenté concentrarme en todo menos en él, debía calmar mi bobo corazoncito. Me agarré las manos con fuerza y sentí el ardor por las raspaduras en ellas.

Él giró su rostro hacia mí y tomó mi mano herida entre las suyas, mentiría si les dijera que no sentí nada, porque en realidad mi corazón saltó y saltó como si quisiera salir de mi pecho y gritar a todo pulmón, mi piel se erizó y un cosquilleo me recorrió todo el cuerpo desde mi mano hasta allí, a esa parte de la que muy pocas hablamos abiertamente. Así es, sentí una cosquilla en mi bajo vientre y un remolino extraño en mi centro.

Hay Jesusito creo que esto que estoy sintiendo le da a las pendejas enamoradas antes de morir, ¿cierto?

Le sonreía como una mensa, no sabía cómo disimular las tontas mariposas en mi estómago, no me atrevía a decir palabra, imagínense que con solo abrir la boca se me saliera una monarca o una de esas amarillas que hay en los jardines, haría el oso y bien peludo. Él llevó mi mano a su boca y besó mi palma con ternura, el simple roce de sus tibios labios me terminó de fregar. Ahogué un jadeo que hubiese sido mi perdición.

Intenté respirar con normalidad, pero mi cerebro tenía un bloqueo mental. Creo que estaba sufriendo un cortocircuito, porque no podía hablar, y temblaba como esos monitos de feria con maraquitas, mi pie derecho se mecía por los nervios, yo solo parpadeaba rápidamente como si ese simple tic calmara el Efecto Charles en mí.

Mi jefe no disimuló en nada el saber cómo me ponía, porque ahora no solo besaba mi mano, sino que metía en su boca mis chiquideditos, y les daba pequeñas mordiditas con sus sensuales y provocativos labios.

Muérome.

Jadeé, ya no lo pude aguantar más, mis labios se entreabrieron para poder respirar, mientras él, sin mirarme siquiera, seguía mordiendo dedo por dedo.

Ahhh… Charles, van cuatro deditos le falta el más gordito y de paso la otra manito.

Y como si me hubiese leído mis pensamientos el más gordito no lo besó, sino que lo chupó, lo saboreó y mi corazón sufrió las consecuencias.

¡Qué vengas los bomberos! Que me estoy quemando… No, que, quemando, llamen a la funeraria porque de aquí salgo muerta.

Paralizada

Tiesa

Yerta

Detuvo el auto y se giró a mí. Sus ojos estaban más oscuros, llenos de deseo, me recorrió con la mirada devorándome en el recorrido. Soltó mi mano con cuidado para quitarse el cinturón de seguridad, el abandono hizo sentir mi mano fría; se inclinó un poco más hacia mí y levantó su mano para colocar un dedo en mi mejilla, el simple roce me quemaba, me encendía; deslizó el dedo hasta mi mentón y me acercó a él, a su cara, su mirada bajó a mis labios los cuales humedecí.

Bésame, bésame.

Solo rozó mis labios con los suyos. Podía sentir su tibio aliento y su nariz haciendo cosquillas en mi mejilla.

—¿Puedo?

¿Ahora pide permiso?

—Eso depende —respondí sobre sus labios.

Pendeja qué estás haciendo…

—Depende de qué…

—De qué tan lejos quieras llegar —nos volvimos a mirar a los ojos.

Por las enaguas de cristo, porque le doy tantas vueltas a un beso.

—Lo más lejos que me permitas…

Hay chuchito lindo ahora sí, que alguien me detenga…

—No he colocado barreras… —se inclinó más.

Yo dije eso…

En cuanto sus labios se unieron a los míos, alguien impertinente, necio, inoportuno, metido como las bolas del marrano, tocó el vidrio a su lado y nos hizo separar. Yo me acomodé en mi lugar y llevé mis manos a mi cara para calmar ese fuego que me calentaba, él se regresó al suyo y bajó el vidrio de la ventanilla.

—Buenas noches, señor Brown. ¿Le puedo ayudar en algo? —preguntó el valet parking.

—Gracias, ya entramos.

—Sí señor.

Giré mi rostro y lo miré directo a los ojos, estaba avergonzada, creo que él podía notar mi sonrojo y hasta juraría que salía humito por mis oídos.

Sonrió y procedió a salir del auto, mientras yo me quitaba el cinturón de seguridad, cuando quise tomar la manija para salir, él ya estaba en la puerta abriéndola y tendiéndome la mano.

Todo un caballero, así no hay quien se resista.

Una vez más tomé su mano y volví a subir a la montaña rusa de emociones que me hacía sentir cada vez que me tocaba.




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