En ese momento lo único que pude pensar es que todo era una extraña broma de mal gusto. Estaba a punto de echarme a correr cuando me di cuenta de que en su muñeca realmente tenía el tatuaje que nos hicimos juntos cuando solo teníamos diecisiete años en aquel lugar clandestino que habíamos encontrado en una de nuestras típicas escapadas. Éramos unos niños y sin duda los comentarios que solían hacernos en la escuela nos terminaron lavando el cerebro a tal grado que terminamos tatuándonos una típica mitad de yin yang. Cuando todos descubrimos que nuestros apellidos eran completamente opuestos comenzaron a emparejarnos de una manera completamente repentina, solo era una adolescente y no entendía lo que aquellos comentarios terminarían provocándome. Amor, tristeza y una terrible ansiedad hacia el amor que finalmente superé 10 años después.
Claro que si hubiera sabido lo que iba a terminar provocándome esa relación que viví en el pasado, sin duda hubiera hecho todo lo que hubiera estado en mis manos para poder evitar que eso sucediera, pero simplemente era una adolescente, totalmente inexperta en el amor. Una joven que comenzaba a experimentar nuevas emociones. Era tan inocente que nunca había imaginado que las cosas terminarían así de mal, que yo terminaría así de mal.
—Un gusto volver a verla, señorita White— soltó, mostrándome la parte blanca del yin yang que parecía lucir con orgullo en su clara piel. Sus palabras me resonaron en la cabeza como si hubiera utilizado un gran megáfono para poder hablarme. Me había aturdido por completo.
Me había sacudido la cabeza con tanta firmeza que ni siquiera sabía si estaba viendo la realidad o había terminado por ser hipnotizada.
—Black…— solté con firmeza, no quería parecer nuevamente débil frente a él, no quería que viera de nuevo a aquella joven versión de mí que dejó destrozada en el baile de invierno. Soltando lágrimas llenas de odio y dolor.
No quería que viera que era la misma persona que solía ser en el pasado porque claramente no lo era, había pasado tanto tiempo como para que yo fuera la misma persona de la cual se había aprovechado y burlarse a su gusto.
Cuando su mirada se clavó en mí me di cuenta de sus verdaderas intenciones, yo era el verdadero motivo por el cual se encontraba en casa. No era porque realmente quisiera alquilar mi habitación, con solo ver su imagen cualquiera podría descubrir su estado financiero.
Se veía terriblemente costoso, su ropa de diseñador llamaba tanto la atención que me preocupaba que estuviera notando la manera en que lo veía. Su reloj brillaba con fuerza, dejándome bastante en claro que posiblemente era de oro o algún material realmente costoso.
—Pareces sorprendida— comentó, acercándose a mí con suavidad, meneando sus masculinas caderas con cada rudo y elegante paso que daba hacia mí. Fue completamente inevitable no ponerme a temblar en ese mismo lugar, estaba completamente segura de que en esos momentos Alex estaba viendo una imagen de mí que obviamente no deseaba mostrarle. Seguramente si mi psicóloga me estuviera en estos momentos, pensaría que toda la gran cantidad de terapias que vivimos juntas se acababan de ir al carajo por culpa del musculoso hombre sexy que estaba frente a mí.
No quería caer en sus terribles y deliciosos encantos. No ahora, no cuando claramente había hecho demasiadas cosas para poder salir adelante del polvo en que me había dejado. No me gustaba la imagen que tenía en estos momentos, porque parecía terriblemente imposible de rechazar.
—¡Vas a romperla! —grité al verlo sacar mi alta zapatilla del césped. En esos momentos no quise admitirlo, pero creí que había sido lindo de su parte que se tomara el tiempo de sacar mi zapatilla del jardín cuando ni siquiera se lo había pedido. Me mira por un momento, puedo ver lo despreocupado que se encuentra mientras yo soy una terrible bola de nervios que se encuentra temblando ligeramente frente a él—. Lo lamento— le digo.
—¿Por qué lo estás lamentando? — me pregunta con un poco de confusión en su rostro. Suspiro con fuerza por un momento antes de tragar saliva con nerviosismo.
— Lo siento, lo siento mucho, pero no puedo alquilarte la habitación— solté, mostrándome completamente indiferente. Especialmente cuando me observó con un poco de sorpresa en su rostro.
Probablemente, durante todo el tiempo en el que estuvo planeando este extraño plan, supuso en que lo recibiría con los brazos totalmente abiertos. Terriblemente feliz de que estuviera nuevamente frente a mí, listo para probablemente intentar arruinarme la vida una vez más. Pero realmente lo único que había terminado por recibir era mi cara de “Por favor lárgate de mi casa”
No quería saber absolutamente nada de él, no quería trabajar con él en esta clase de contrato arrendatario. No quería tener que verlo todos los días. No quería y no podía.
—No es que no puedas— comenzó a hablar con una gran y completa seguridad que me molestaba—. Simplemente, no quieres hacerlo o ¿La verdadera razón es que tienes miedo de volver a enamorarte? Justo como lo estabas cuando éramos unos adolescentes y hacíamos toda clase de cosas—preguntó con una estúpida sonrisa que hasta el día de hoy no puedo olvidar. Me molestaba por completo que estuviera tratando de sacar nuestros recuerdos en estos momentos.
Ante mis ojos, el hecho de que estuviera sacando nuestros recuerdos a flote me dejaba ver claramente que trataba de manipularme con ellos. Pero ya no soy esa niña del pasado que únicamente dejaba que su corazón tomara las decisiones sobre ella. En estos momentos lo único que puede ayudarme a tomar una decisión es evidentemente mi cabeza. El corazón ya no me controla, mucho menos cuando se trata de este hombre terriblemente guapo.
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Editado: 01.04.2023