Todo inició con una mentira

3

Reglas Ana:

1.El inquilino no puede hablar con la arrendadora a menos que ella inicie la conversación.

2.El inquilino tiene completamente prohibido entrar a la oficina y a la habitación de la arrendadora a las horas establecidas:

3.El inquilino tiene completamente prohibido traer mujeres a la propiedad.

4.El inquilino tiene prohibido acercarse a la arrendadora con intenciones que no sean necesarias en la relación inquilino-Arrendatario.

5.El inquilino tiene completamente prohibido hacer ruido a partir de las nueve de la noche.

6.El inquilino tiene prohibido permanecer en casa el día sábado de cada semana, durante los doce meses.

7.El inquilino tiene completamente prohibido salir de su habitación con alguna desnudez.

8.El inquilino tiene prohibido meterse en la vida personal de la arrendadora.

Al final habíamos terminado de establecer las reglas, él había establecido sus reglas y yo había establecido las mías. Editando un poco las primeras que había dicho. Habíamos terminado de firmar un acuerdo. Si Alex rompía una de las reglas, estaría acabado y tendría que irse de casa sin poder reclamar nada.

Lo peor era que incluso yo, siendo la maldita inquilina, había tenido que aceptar sus malditas reglas, incluyendo las consecuencias que tendría el romper una de ellas. Solo había establecido tres malditas reglas que eran totalmente absurdas y un único castigo que resultaba incluso más absurdo.

Las reglas de Alex se mantenían pegadas en la pared que quedaba frente a mi cama, las había escrito con letras tan grandes que incluso podía leerlas estando acostada.

Sus reglas eran absurdas, simplemente absurdas.

Tenía prohibido no darle una segunda oportunidad, lo que significaba que no podía ignorarlo y mandarlo a la mierda las veces que quisiera.

Tenía completamente prohibido hacer cualquiera de mis tres comidas sin él. Incluso si me encontraba fuera de casa, tenía que comer a su lado.

Me había obligado a descargar un maldito GPS y tenía completamente prohibido apagarlo, según él era por seguridad, pero era tan obvio que solo buscaba una manera de mantenerme vigilada.

¡Y lo peor, el maldito castigo por romper alguna de las reglas! Tenía que mantenerme esposada a él por 24 horas, ¡24 horas!

Era completamente obvio como él solo había buscado todas las maneras posibles para molestarme. Claro que también había creado reglas para joderlo, pero sin duda Alex había ganado la primera batalla. Me había asegurado de que frente a su escritorio se encontrarán las reglas que había redactado en nuestro maldito acuerdo.

Había golpeado mi puerta levemente, buscando una manera de acercarse a mí cuando lo menos que quiero hacer es verlo. Eran las diez de la noche, en mi primer día de descanso después de renunciar y él parecía no entender las malditas reglas.

—¿Estás dormida? —soltó con una voz completamente suave, como si tuviera miedo de que sus palabras pudieran despertarme. Ni siquiera sabía en esos momentos si debía responder a aquella sencilla pregunta.

No podía entender qué era lo que realmente quería, no podía analizar por completo cada una de las palabras que había dicho en todo el día, deseaba dejar de pensar en el hecho de que mi pasado había regresado. El hecho de tener a Alex en mi casa me parecía aterrador. Me hacía recordar cada una de las noches que pase llorando por él, preguntándome qué era lo que había hecho mal, sintiéndome menos por cada una de las palabras que había dicho en el baile.

Era tan apuesto que me molestaba tener que sentirme atraída a él una vez más, odiaba tener que aceptar que tenía que luchar con mis sentimientos. Los hombres como él nunca cambiaban y yo no tenía las fuerzas ni las ganas de confiar en él. Mucho menos de darle una segunda oportunidad.

Así que me levanté de la cama y caminé rápidamente hacia la puerta. Necesitaba admitirlo, pero yo no podía hacerlo, no podía creerme toda esa maldita farsa de vivir como unas personas civilizadas que se agradaban mutuamente. Lo odiaba, simplemente aborrecía sentir su presencia en mi entorno, sentir su aura llena de motivación y seguridad. Simplemente, lo odiaba y no permitiría que todo él pasara regresará a caerme encima.

Su expresión al abrir la puerta me molestó, ya que pude ver un poco de esperanza en su mirada, pero cuando estiré una de mis manos hacia él pude ver su confusión por completo.

—Esposémonos por veinticuatro horas— pedí, mirándolo fijamente al rostro mientras ignoraba por completo la increíble apariencia que tenía con su cabello despeinado.

—¿Qué? —preguntó, soltando una pequeña sonrisa llena de confusión, bajando su curiosa mirada hacia mi mano por un momento antes de soltar un pequeño suspiro y volver a verme al rostro— oye… No tienes que estar tan seria.

—Te he dicho que nos esposemos por veinticuatro horas.

—¿Por qué, acaso comiste algo sin mí? — preguntó.

—No. Te estoy pidiendo que nos esposemos por qué no pienso darte una maldita segunda oportunidad— solté, observando cómo su pequeña sonrisa llena de confusión desaparecía por completo para dejar su rostro lleno de seriedad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.