Todo inició con una mentira

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Lo primero que vi aquella noche fue el musculoso y trabajado pecho desnudo de Alex prácticamente sobre mi cara. Los músculos tensos se extendían por todo su torso, mientras que yo únicamente permanecía acostada en aquella cama que no había utilizado desde que llegué a casa.

Mi cabeza estaba completamente llena de pensamientos, especialmente de pensamientos que no había tenido en los últimos años, ya que gracias a mi psicóloga había olvidado muchos de ellos, pero teniendo a Alex nuevamente frente a mí había terminado por joder todo.

Nuevamente, tenía esa maldita sensación en la boca del estómago, esa sensación que me perseguía desde aquellos años de juventud en los cuales era terriblemente ingenua. Quería vomitar, vomitar todos aquellos sentimientos que en ese momento estaba sintiendo por culpa su culpa.

Finalmente, después de diez largos años había comprendido a la perfección que lo que en el pasado habíamos tenido no había sido amor. Lo sabía completamente por qué una persona que te ama nunca te oculta, nunca te niega y sobre todo nunca te lastima. Una persona que te ama lucha para sostener tu mano y demostrarle a todo mundo que es feliz a tu lado. Fui una completa estúpida desde el primer momento que ocultó nuestra relación en la escuela, incluso desde que éramos amigos.

Si tan solo diez años antes hubiera entendido lo que realmente era el amor, no me hubiera provocado tanto sufrimiento. No me hubiera permitido dejar humillar de esa manera, no me hubiera dejado lastimar de una manera tan cruel. Me hubiera protegido del gran trauma y hubiera logrado ahorrarme tantos años de sufrimiento y noches llenas de llanto.

—Ana, ¿Estás bien? — preguntó cuando finalmente se percató que mis ojos estaban completamente clavados sobre él. Sentir el metal sobre mi muñeca me causó un poco de terror, pero en esos momentos estaba tan confundida por culpa de mis viejos recuerdos que ni siquiera tenía las suficientes fuerzas para pelear. Estaba totalmente cansada por culpa de aquellos recuerdos que tanto aborrecía. Ya no quería que estuvieran en mi cabeza, paseándose una y otra vez mientras comenzaban a torturarme poco a poco hasta que finalmente consiguieran echar a perder todo mi esfuerzo en terapia, pero… ¿Cómo podía protegerme del dolor cuando el causante estaba frente a mí? Mirándome como si realmente le importara que me encontrara bien o mal.

—No es de tu incumbencia—fue lo único que pude contestar. Si esperaba que realmente confesara cómo es que me sentía en esos momentos o que su torso completamente desnudo y perfectamente trabajado me sedujera tal punto de perdonarlo, pues estaba completamente equivocado. Odiaba aquella habitación que estaba tenuemente iluminada por la vieja lámpara que me había regalado mi madre hace un año, la había comprado en una tienda de segunda mano. Aunque era terriblemente vieja, aquella lámpara era totalmente hermosa. Todo el lugar estaba completamente impregnado por el poderoso perfume masculino de Alex, me mareaba olfatear su presencia masculina a mi alrededor. No quería estar ahí, pero el frío metal que rodeaba mi muñeca me recordaba que no podría escapar de él en las próximas veinticuatro horas.

—Soy médico, si te sientes mal o crees que estás enferma… puedes contar conmigo— me dijo de inmediato. Incluso si mantenía una calmada expresión en su rostro, no le creía en lo absoluto.

—Médico, qué interesante—susurré, consiguiendo que una cálida sonrisa saliera de su rostro—¿Cuál es tu especialidad? —pregunté, deslizando mi mirada por su pecho desnudo—¿Ser imbécil?, ¿Mujeriego?, ¿Mentiroso? —solté rápidamente—¡Ahh, ya sé cuál es tu especialidad!

—Ahh, ¿Sí? — preguntó sin quitarme la mirada de encima.

—Ser un cobarde o ¿Eso no es una especialidad?

—Pues no lo es—susurró, deslizando su mirada por mi rostro— pero tengo otras especialidades no médicas que puedo mostrarte en estas veinticuatro horas— soltó repentinamente sobre mis labios.

Ni siquiera había tenido la oportunidad de percatarme en qué momento se había acercado tanto a mi rostro, el sonido metálico de las esposas sonó con fuerza cuando repentinamente la palma de mi mano cacheteó su firme mejilla tensa.

No me percaté en que momento se acercó tanto, no me percaté en que momento miró mis labios como un objetivo, pero agradezco que mi cuerpo haya sabido reaccionar rápido hacia los movimientos de Alex porque si no probablemente hubiera terminado besándome por el simple hecho de haberme descuidado rápidamente.

Alex gruñó, alejándose de mí mientras asentía y suspiraba. Pude percatarme que la piel de su mejilla comenzaba a tornarse de un color rojo de inmediato y simplemente fue imposible no ponerme a preguntarme si le había hecho demasiado daño.

Cosa que me importó un carajo después porque, siendo honestos, él me había lastimado mucho más en el pasado.

—Tienes diez minutos…—comenzó a hablar al mismo tiempo que llevaba su mano libre hacia su mejilla—. No, cinco minutos para alistar tus cosas— corrigió de inmediato.

Al escucharlo decir tal cosa me confundió con completo. Me hizo sentir que estaba perdiéndome de algo en la conversación.

—¿Qué? — fue lo único que pude decir por qué realmente no sabía, por qué estaba diciendo lo que estaba diciendo.

—¿Lo olvidas? —preguntó, levantando su muñeca para hacerme ver su muñeca esposada, al igual que la mía, su mejilla se veía completamente roja, pero parecía no importarle, ya que su rostro no mostraba ni una sola expresión de molestia, en cambio, su rostro se veía lleno de luz e incluso motivación. — eres mía por veinticuatro horas, te llevaré al lugar que yo quiera… te soltaré para que tomes unas cuantas prendas.




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