Todo inició con una mentira

11

Frente a mis ojos tenía a Alex con un gran pedazo de hielo en la mano, sosteniéndolo sobre su ojo izquierdo mientras sonreía ligeramente con esa estúpidamente sonrisa burlona que siempre solía hacer cuando estaba conmigo (Qué aún hace, por cierto, en fotos, pero lo hace).

Creo que en aquel entonces ese imbécil creía que yo realmente estaba jugando, cuando todos sabíamos que yo nunca estaba jugando cuando se trataba de Alex. Necesitaba una respuesta que fuera realmente creíble, no necesitaba ligeras palabras que me dejaban con la duda y mucho menos necesitaba sus estúpidos comentarios de: “Yo también soy un hombre”, realmente me importaba un carajo.

Lo único que realmente necesitaba en estos momentos era terminar con el contrato de arrendamiento, acabar con la demanda, realmente necesitaba quitarme la maldita demanda de encima y sobre todo necesitaba conseguir el dinero para poder rescatar la casa de mis padres.

Había llegado a la conclusión de qué iba a tener que hacer una completa locura para poder conseguir ese dinero. No me importaba si realmente tenía que acostarme con un maldito viejo para poder conseguir el dinero, haría lo que fuera necesario para conseguir ese dinero y sé que en esos momentos mis pensamientos estaban mal, pero era lo único que podía pensar.

Prefería mil veces pasarla mal por un momento a tener que ver la cara de mis padres al ver como estaban siendo despojados de lo que más amaba en el mundo.

—Puedo darte el dinero— soltó repentinamente Alex, sentándose sobre su silla giratoria, girándose hacia mí con una gran sonrisa de oreja a oreja —. A cambio de unos pequeños detalles—susurró, alejando de su rostro, aquel pedazo de hielo que se había mantenido sosteniéndolo por un rato.

Sabía que nada iba a ser gratis, estaba segura de que me iba a pedir una cosa que sin duda yo no le iba a poder dar. Me acababa de ver los pechos y eso me hacía asegurar que Alex daría todo lo que tuviera para acostarse conmigo. Los hombres siempre suelen ser unos hijos de perra, ¿Por qué él no lo sería en esos momentos?

—Agradezco que quieras darme el dinero, pero yo no estoy dispuesta a darte nada a cambio. No confío en ti, tu nombre está en la maldita demanda, nadie me puede comprobar que tú no fuiste el culpable de todo esto— respondí, vistiéndome sin ninguna preocupación, importándome un carajo si me fuera a ver nuevamente los pechos o las bragas rosas que me había puesto esa mañana—. Creí habértelo dejado en claro—susurré antes de voltear a verlo a la cara, sorprendiéndome al darme cuenta de que se encontraba dándome la espalda— no confío en ti…

—Te prometo que no te he visto, así que no tienes por qué golpearme ahora— soltó antes de reír.

—No voy a acostarme contigo por esos dólares, prefiero acostarme con un viejo asqueroso antes de hacerlo contigo.

—Nadie pensó en sexo. Bueno, al parecer tú si— respondió, molestándome por completo.

—No tengo tiempo y lo sabes… ¿Qué es lo que quieres? —pregunté, subiéndome a la camilla nuevamente.

—Ayudarte— confesó con seriedad.

—¿A cambio de qué, intentar enamorarme nuevamente para al final humillarme públicamente? —hablé rápidamente.

—Ana…—susurró suavemente. Mirándome directamente a los ojos.

—¿Qué será esta vez? — ataqué sin dejarlo hablar, apretando con fuerza la bata que había dejado hace unos momentos atrás sobre la camilla—. ¿Esta vez le presumirás a todos que me ayudaste y a cambio tuviste todo lo que quisiste?

—¿Podrías escucharme? —preguntó.

—¡No volveré a creer en ti nunca más, así que deja de intentarlo de una puta vez! —solté, rompiéndome repentinamente frente a él. Llevándome las manos al rostro en cuanto las primeras lágrimas salieron—. No voy a recibir tu dinero, lo sabes… te odio— murmuré, bajándome de la camilla al mismo tiempo que tomaba mi bolso para irme de una maldita vez de ese lugar.

—Solo quería diez citas…—susurró suavemente, acercándose a mí con el contrato entre sus manos. —Solo eso, solo véndeme diez citas.

—¿De qué hablas? —respondí, limpiándome una de las lágrimas que corrían por mis mejillas.

—¿Diez mil dólares por cita? —soltó, volteando rápidamente hacia su escritorio. Sacando una hoja de papel tamaño carta de su escritorio. Observándola por un momento antes de suspirar con fuerza y voltear nuevamente a verme. Esta vez acercándose levemente mientras me miraba directamente a los ojos.

—¿Qué te parece? —preguntó con esa típica sonrisa burlona en su rostro. Esa misma sonrisa que odiaba con todo mi corazón.

—Debes de estar bromeando…—le dije sin poder creer que eso fuera real. No tenia sentido de que él quisiera pagarme esa gran cantidad de dinero por una estúpida cita

—Bueno, sí quiero algo más, diez citas y una habitación segura donde pueda vivir— dijo, acariciando la hoja de papel que traía entre sus manos—. Si no crees en mí, acompáñame a terminar con esta demanda—añadió, mostrándome el contrato que igualmente traía entre sus manos.

—Bien—solté, rompiendo totalmente mi orgullo—. Aceptaré tu oferta a cambio que…

—No—soltó, interrumpiéndome—. Las citas las pondré yo— comentó, mostrándome la hoja que había sacado de su escritorio—. Contrato, nena— afirmó con una sonrisa.




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