Todo inició con una mentira

12

Para ser sincera no puedo recordar con exactitud qué fue lo que sucedió después de qué firme aquella loca y repentina solicitud que había soltado Alex sin ningún temor. Lo único que puedo recordar fue que hicimos saliendo del hospital, atreviéndome a subir a su auto, por primera vez.

Alex tenía una extraña manía de golpear una y otra vez sus dedos contra el volante como si estuviera extrañamente nervioso cuando obviamente no era así, lucia tan seguro frente al volante que incluso era relajante verlo.

Desde el momento que había leído el documento que me había hecho firmar, había tenido una extraña sensación en el estómago y realmente sabía lo que significaba. Estaba completamente nerviosa por el hecho de tener que cumplir con las diez citas que me había pedido. Me aterraba y preocupaba que al finalizar esas diez citas tuviera que admitir que él había ganado. La idea de imaginar que probablemente esas diez citas fueran a tener un efecto en mí me hacía querer correr al psicólogo otra vez.

Si algo si era cierto era que me sentía muchísimo más relajada sobre el tema del dinero, ya que no tenía que preocuparme por cómo conseguirlo.

—Primero iremos al banco— había soltado cuando nos habíamos alejado un poco del hospital, tal vez para terminar con el incómodo silencio que había entre nosotros. Estar con Alex aún era difícil, ver su rostro, escuchar su voz, encontrarme reflejada en su mirada. Todo era difícil, especialmente porque era jodidamente guapo.

Odiaba la manera en que me dejaba pensando cada vez que lo tenía cerca o, mejor dicho, odiaba la manera en la que había tomado el control de mis pensamientos desde que había aparecido mágicamente.

—¿En verdad? —le pregunté, tratando de no parecer completamente emocionada.

—Con una condición.

Ah, desde ahí empezamos mal. Típico de Alex Black, pedir algo a cambio.

—Que vayamos a la casa, de tus padres y me presentes como tu novio.

—¡Estás loco! —respondí, cruzándome de brazos de inmediato. Negando al mismo tiempo que me volteaba de inmediato hacia la ventana—. Pides cosas completamente estúpidas.

—¡No pido cosas estúpidas! —contestó de inmediato, como un niño pequeño que estaba listo para ponerse a pelear.

—¡Claro que sí! —respondí, volteando hacia él, lista para seguir peleando.

Pero en vez de seguir peleando fue recibida por un pequeño y tierno beso que me revolvió el estómago por completo.

Un lindo, pero inesperado beso que ni en sueños lo había esperado. En esos momentos para mí era confuso, extrañamente aterrador lo que acababa de suceder.

—No vuelvas a hacer eso— pedí—. No suelo besarme con cualquiera.

—¿Ahora soy cualquiera? —preguntó, tocando mi mejilla—. Me preocupa saber que cualquiera puede hacer que tus mejillas estén así de ruborizadas. Eso significa que tengo bastante competencia.

—Quiero bajarme del auto— anuncié, lista para abrir la puerta en cualquier momento.

—No puedes—respondió, inmediatamente colocando el seguro de niños, dejándome encerrada con él en el auto, qué hijo de perra.

—Estás secuestrándome.

—Por Dios, Ana— susurró antes de ponerse a reír—. ¿Estás diciendo que te voy a dar miles de dólares para salvar la casa de tus padres a cambio de un secuestro?

—¡Sí! —chillé— por favor… necesito un poco de aire.

—¿Te sientes mal?— soltó, con una expresión totalmente diferente.

No. Realmente no me sentía mal, pero en verdad necesitaba un poco de aire para poner en orden mis pensamientos y mis terribles sentimientos que lo único que me provocaban eran unas terribles ganas de llorar.

—Ahh, realmente te odio— susurré, llevándome ambas manos hacia el rostro, suspirando con fuerza. Percatándome que Alex estacionaba el auto en algún punto de la ciudad.

—Por favor no te pongas a llorar. Me siento como un imbécil cuando te pones a llorar, por qué no sé cómo ayudarte— dijo rápidamente, sacudiendo ligeramente sus manos.

—Pero si eres un imbécil, pensé que ya lo sabías…— le respondí entre llanto.

—Bien, bien… comienzo a entender que es lo que estás sintiendo, ¿Quieres un abrazo? — preguntó, extendiendo sus brazos hacia mí.

—¿Por qué estás ofreciéndome un abrazo? —le pregunté, alejando mis manos de mi rostro para poder verlo por completo. Regalándole una expresión de asco en mi rostro.

—Por qué…—soltó, desviando la mirada, nervioso, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para conseguir el abrazo que estaba buscando. — has tenido un huracán de emociones estos días, no creo que haya sido fácil para ti ser acosada por tu jefe, perder el empleo, recibirme en tu casa, lesionarte, correrme, perder a tu representante, enterarte de la demanda y sobre la hipoteca. Sé que no lo admites, pero hasta ahora finalmente pudiste relajarte un poco… decidí darte el dinero porque quise hacerlo. No porque quiera algo a cambio, pedirte las citas a cambio solo fue una excusa para poder pasar más tiempo contigo. Sé perfectamente que lo que más intentas es alejarme de ti mientras yo intento desesperadamente acercarme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.