Todo lo impredecible

Promesas eclipsando el pasado

Olivia

Los postes de luz hacían que su cabello pareciera más dorado de lo que era y la manera en que su rostro se iluminaba con su sonrisa derretía algo dentro de mi pecho. Quería dejar de ver el mismo video de diez segundos una y otra vez, dejar de mentirme al decir que sería la última vez que lo reproduciría luego de haber dicho lo mismo un par de minutos atrás. Era patética.

—Olivia. —James llamó tocando la puerta.

Cerré mi laptop como si pudiera verme. Fui hasta la puerta y la abrí sintiendo mis mejillas ruborizadas.

—¿Todo en orden? —preguntó analizándome.

Asentí con una sonrisa.

—Bien, es hora de irnos.

—Estaré abajo en un momento.

Cerré la puerta recargándome contra esta. Dejé salir aire con pesades, había estado a nada de que me descubriera babeando por Nik Deligiannis. Había intentado borrar el video que filmé la noche de nuestra cita un par de veces, pero no podía. No quería. Debía aclarar mi mente, tenía veinte minutos de camino.

Tomé mi perfumé roseándolo en mi cuello frente al espejo. Revisé cada centímetro de mi cuerpo sin poder evitarlo. Pasé el cepillo por mi grueso cabello oscuro y salí del cuarto sosteniendo mi relicario mientras bajaba.

—¡Suerte, Livy! —Rowen gritó y lanzó un beso antes de que cerrara la puerta.

Subí al asiento trasero de la camioneta y James se unió a mí un par de segundos después, Sony sacó el auto del garaje y la camioneta de Duncan nos siguió.

—Hoy dormiré en casa de Beth.

—Bien, le avisaré a su padre que Duncan y Calvin estarán de guardia.

Mordí mi lengua intentando no refutar y puse mi atención en la ventanilla del auto. Solo quiere cuidarme, solo quiere cuidarme.

Las puertas de cristal se abrieron y James se adelantó al mostrador de recepción. Miré hacia arriba al ya conocido techo de cristal con diseños renacentistas.

—Si decido subir hasta allá, ¿también tendrías que subir?

—¿Por qué no lo compruebas? —murmuró Duncan.

Aparté la vista para sonreírle de forma retadora.

—Olivia.

Caminé hasta mi hermano, el cual ya me esperaba frente al elevador. Subimos quince pisos antes de llegar a nuestro destino.

Nos detuvimos en una puerta de cristal y James tocó un par de veces.

—Estaré esperando aquí.

Besó mi frente regalándome una sonrisa cariñosa. Mi estomagó se retorció apenas cerré la puerta detrás de mí.

—Hola, Olivia. Toma asiento ¿Cómo has estado?

El doctor me saludó con su enorme sonrisa. Tomé asiento observando por la enorme ventana.

—¿Comenzamos?

Tragué saliva y cerré los ojos imaginando que estaba en casa con Milo mientras veía un capítulo de la serie que había visto cientos de veces.

—¿Cómo han estado tus sueños últimamente? ¿Volviste a tener pesadillas desde la última vez que nos vimos?

Ahora tocaba el piano y tarareaba una canción oliendo las velas de lavanda que Rowen adoraba.

—Olivia.

James estaba afuera, podía hacerlo.

—No —mentí. Apenas un susurró, Patrick escribió en su libreta, probablemente anotando que no hacía contacto visual y que estaba mintiendo.

—¿Has logrado dormir más ahora que no tomas los antidepresivos?

Sus ojos bajaron a mis rodillas, movía una de arriba abajo. Tenía que detenerme.

—¿Quieres algo de beber? —ofreció poniéndose de píe.

Lo único que quería era que la hora acabara.

—Olivia —Me llamó. Levanté la vista encontrándome con su mirada seria—. Recuerda que el silencio no va ayudarte, todo lo contrario. Tienes que esforzarte, por ti, por nadie más.

¿Hacer algo por mí?

—Lo sé. —Forcé una sonrisa.

—¿Té? —Señaló la pequeña estación con una calentadora de agua y cafetera.

Asentí con la misma expresión. Llevé mi atención hasta el reloj de pared, habían pasado solo diez minutos, quedaban cincuenta.

—¿Cómo estuvo? —James sonrió mientras íbamos al elevador.

—Muy bien. —Sonreí de regreso.

La culpa se instaló al inicio de mi garganta y mis ojos se sintieron irritados con las ganas de llorar. Era una vergüenza, continuaba mintiéndole a mi hermano y lo peor de todo es que él lo sabía.

Rowen estaba en la sala familiar cuando llegamos. No dijo nada cuando me senté a su lado, solo me abrazó y besó mi mejilla.

James se quedó un momento de píe sin decir nada y luego murmuro que estaría en su estudio.

—No te preocupes por él, Livy —dijo mi cuñada—. Apuesto que lo hiciste genial.

Las palabras de mi cuñada me golpearon duro.




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