Todo lo impredecible

Una flor en el infierno

…Nik…

Bajé del auto recordando lo bien que se veía Olivia y como había estado volviéndola loca toda la noche. Miradas burlonas y lascivas, bailando cerca de ella y lanzando comentarios que la hacían rodar sus ojos. Descubrí que me gustaba hacerla poner los ojos en blanco.

“Tu chica”. Claramente se refería a Jenna, tenía que hablar con ella para que dejara de decirle a todo el mundo que estábamos saliendo. No le aclaré nada a Olivia porque detecté algo de celos en su mirada cuando lo dijo. Algo de celos me vendrían bien. Entré a la casa creyendo que todos estarían durmiendo, después de todo pasaban de las tres de la mañana, pero un par de voces llamaron mi atención.

—No voy a dejar que controle mi vida, papá. —Stefanos declaró enojado—. Siempre he hecho todo lo que me ha pedido. ¿Por una vez podría hacer lo que deseo?

—Déjame hablar con él.

—Nada lo hará cambiar de opinión, lo ha dejado claro.

Ambos estaban en el estudio, la puerta estaba semi abierta.

—Ya no puedo con esto, papá.

Stefanos sonaba desesperado.

—Hablaré con él, lo haré entrar en razón —dijo papá.

—Me dio una semana para elegir.

—Arreglaré esto, te lo prometo.

Escuché movimiento y fui a la cocina rápidamente. Stefanos apareció segundos después y pude verlo inquietarse por mi presencia.

—Nik ¿hace mucho llegaste?

—Apenas, vine a la cocina por algo de comer antes de ir a la cama.

Fingí no escuchar nada, eso parecía lo más apropiado por ahora.

—Descansa —murmuró luego de tomar un vaso de agua.

Salió sin más, con los hombros tensos y la expresión apagada. Era claro que el abuelo seguía torturándolo con el tema de Phoebe, por lo visto le había informado de su plan de residir en Londres con ella y el abuelo le dio un ultimátum.

Fui al club muy temprano por la mañana y luego de mi nado matutino, me reuní con Grayson para jugar algo de tenis. Para cuando regresé a casa, Stef y papá ya no estaban, eso me dejaba solo.

Mamá estaba en las Bahamas con sus hermanas y había llevado a Chris con ella. Y Sophia estaba en un viaje con su novio y amigos.

La batería de mi teléfono estaba por morir y al no encontrar mi cargador, fui a la habitación de Stef para tomar el suyo. Busqué por algunos minutos sin éxito, pero cuando estaba por salir noté un sobre con el nombre de papá en el escritorio. Lo levanté con el ceño fruncido, era la letra de Stef y el sobre había sido abierto. Iba a dejarlo sobre el escritorio, pero la conversación de la noche anterior entre papá y él me incitó que leyera su contenido.

Me voy y no sé cuándo tendré el coraje de regresar. Les falle, sé que aun así mamá y tú no podrían dejar de amarme.

La realidad es que me he cansado de luchar entre dos mundos, entre el bien y el mal. Lo que quiero y lo que debo. Y aunque puedan creer que todo es por una mujer, se equivocan. No me fui por ella, sino gracias a ella. Porque al fin encontré algo que me dio la valentía de hacer lo que siempre había querido. Nunca planeé decirle a Phoebe la verdad, en el fondo, este siempre fue el plan; tú le disté a mamá la oportunidad de elegir, aceptaste ganar o perder. Pero me temó que no heredé tu bondad y buen corazón, soy demasiado egoísta para hacer lo mismo.

Una vez me dijiste que no importaba el camino que tomará, no había tal cosa como el camino perfecto. He tomado el mío y te aseguró que estoy dispuesto a protegerlo, tal y como tú has hecho con el tuyo.

No te preocupes por mis hermanos, ellos nunca sabrán el verdadero motivo. Esa es una promesa que no voy a romper, solo te pido que los sigas manteniendo lejos de ese infierno como lo has hecho hasta ahora.

Algún día él se irá y tal vez entonces seremos libres. Tú lo serás.

—Stef.

Dejé la hoja sobre el escritorio lleno de emociones encontradas. “¿Qué se siente saber que no iras al infierno?” No me tomé el momento de pensar más, fue como si mis piernas tuvieran vida propia. En menos de un minuto estaba saliendo de la casa y subiendo a mi coche. El sentimiento que había tenido desde aquel día en Grecia se incrementó. Esto no se trataba solo de Phoebe. Recorrí las calles hasta llegar a DiFi y minutos después estaba entrando en el garaje del edificio. No hizo falta decir nada, la seguridad del abuelo me reconoció al instante. Uno de los guardaespaldas del abuelo estaba esperando por mi frente a uno de los asesores. Las puertas se abrieron y su secretaria me dirigió a las imponentes puertas de madera y detalles en oro.

Me recibió una vista panorámica al rio entre Manhattan y Brooklyn, piezas de arte griega y pinturas antiguas decoraban la oficina. Mis ojos fueron hasta la pintura de Zeus que le había regalado años atrás. El abuelo estaba sentado frente al enorme escritorio de madera oscura.

—Nikolaos —saludó.

—¡Vas a decirme que hiciste para que mi hermano tuviera la necesidad de huir!

El abuelo me contempló sin ninguna expresión.




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