…Nik…
Entré junto a Philippos en la cafetería que había cerrado hace unas horas. El abuelo estaba sentado en la mesa de siempre con Midas y un par de hombres más. Reconocí a uno de inmediato, el capo de la Garduña. Ernesto Garduño, su mafia era una extensión de la del mismo nombre en España, Ernesto controlaba la mitad de Massachusetts.
—Nikolaos, muchacho, toma asiento.
El abuelo saludó con entusiasmo. Garduño me estudió rápidamente mientras me acercaba.
—¿Los rumores eran ciertos, Leónidas? —comentó poniéndose de píe y extendiendo su mano para mí.
—Nikolaos está tomando el lugar de Stefanos temporalmente, en lo que este termina unos asuntos en Londres.
Mi estomago se revolvió, pero de todos modos estreché la mano del capo español.
—Es un placer, señor Garduño.
—Digno hijo de tu padre. —Sonrió—. Llámame Ernesto.
Asentí y luego de saludar a su ejecutor, tomé asiento.
—Somos todo oídos, Garduño —expresó el abuelo recargándose en su silla.
—Benedetti ha incumplido con nuestro tratado en la frontera.
Mi abuelo arqueó una ceja.
—Permitió que un grupo de sus soldados retuviera uno de nuestros camiones de mercancía.
—¿Tienes prueba de ello?
Garduño asintió con rigidez y su ejecutor sacó una tableta mostrando una grabación de seguridad. Un grupo de hombres armados abordaron la carretera y detuvieron con violencia su transporte.
—Sabes mejor que nadie, ya que tu creaste las cláusulas del tratado, que solo los hombres de La Matera vigilan esa carretera. Ni siquiera la policía.
—¿No podrían ser los franceses? Te han dado pelea ¿no?
—Estoy en medio de tratos con ellos, acordamos paz mientras tanto.
—¿Tuviste perdidas?
—Solo la mercancía, pero como sabes, no fue poca.
Garduño parecía ser un hombre diplomático, pero no tenía nada de estúpido. El abuelo actuaba como si esto no fuera algo grave. Incluso yo podía verlo.
—Organizaré una reunión para que…
—Eso no es todo —interrumpió Ernesto.
El abuelo se mostró algo irritado por ello.
—Me llegó información valiosa de uno de mis infiltrados —continuó—. Benedetti está haciendo tratos con algunos de los ejecutivos de la Bolsa de Valores de Nueva York, tratos por fuera de Los Aliados.
—Eso está prohibido —refutó el abuelo.
—Tal vez Benedetti se siente demasiado protegido para arriesgarse.
Midas frunció el ceño con molestia. El abuelo no reaccionó.
—Y no soy el único de la alianza que lo cree.
El abuelo Leónidas asintió con tranquilidad y una pequeña sonrisa.
—Ya veo, supongo que estas aquí para que todo se arreglé conforme a nuestros tratos.
—No espero menos de La Corporación.
Garduño y sus hombres se fueron media hora después, aún seguía sin entender que hacía aquí. Mi cargo eran los clubes y casinos, además ¿no debería ser papá el que estuviera en mi lugar?
—Mañana es la fiesta de Adriano Benedetti —mencionó el abuelo viéndome de reojo.
No dije nada.
—Iras —determinó severo—. Tu hermano y Adriano no tenían una buena relación, pero tu apenas lo conoces y espero resultados favorables.
—¿A qué te refieres? ¿Quieres que me convierta en su amigo?
No oculté mi fastidio. Mi abuelo me miró con inquisición.
—En un futuro, ambos serán los lideres más poderosos de Nueva York. Es mejor que la alianza se vaya dando, tu padre hizo lo mismo con Luciano y yo con el padre del último. Los Benedetti siempre han mantenido sus pactos con nosotros.
—No creo que eso te ayude con los acontecimientos recientes, solo alimentaría las dudas de tu favoritismo.
—Solo haz lo que te ordeno, Nikolaos.
Iba a replicar, pero sería una pérdida de tiempo. Así que me marché, apenas llegué al ático me fui directo a la cama. Permanecí despierto con la mirada fija en el techo, prefiriendo ser torturado con mis pensamientos antes que dormir, aterrado de lo que vendría después. Lo que había estado pasando desde aquel día en el sótano.
….
Christos movió uno de sus caballos, fácilmente podía avanzar, pero me gustaba verlo disfrutar de sus victorias. Deliberadamente, hice un mal movimiento y terminó por ganarme.
—¡Ja! —expresó satisfecho—. Tres a uno, estas perdiendo el toque.
—Cierra la boca. —Reí.
Se encogió de hombros con una sonrisa que yo tenía para mi padre cuando me enseñó a jugarlo.
Mamá nos observaba desde la sala con una pequeña sonrisa. Las cosas seguían tensan entre nosotros, seguía viviendo en Manhattan Valley. La realidad era que, aunque no podía odiar a mis padres, seguía herido.
Editado: 07.09.2025