…Nik…
—¿Escuchaste, Nikolaos? —El abuelo habló sacándome de mis pensamientos.
Parpadeé un par de veces mientras el me contemplaba con desaprobación.
—Lo siento, ¿Qué decías?
—Has estado algo distraído desde el fin de semana —farfulló regresando su mirada a la pantalla de su computadora.
—No es nada, abuelo.
—Es la chica Asbourne —determinó de una forma que no pude descifrar—. ¿Sales con ella?
Todo mi cuerpo se tensó. No quería que el abuelo supiera lo importante que Olivia se estaba convirtiendo para mí. No iba a dejar que la usara en mi contra, que la usara de cualquier forma.
—No —mentí.
—Olivia no parece ser de esas libertinas con las que te satisfaces, dudo que se preste para algo casual.
La cien empezó a punzarme. El abuelo Leónidas dejo de ver la pantalla. No dije nada y el abuelo parecía molesto por ello.
—No querrás arruinar las cosas con una mujer como…
—Voy a detenerte ahí, abuelo —interrumpí con pesadez—. Olivia y yo solo nos estamos viendo, pasando el rato.
—Esa faceta tuya tendrá que acabar algún día, tu deber ahora es encontrar una mujer apropiada con la que puedas casarte y procrear.
Habló como si fuera la cosa más normal del mundo. De su mundo.
—Las cosas ya no funcionan así.
—Te equivocas, Morelli casará a su hija mayor con el sucesor del cartel de Arizona. Le abrirá las puertas para hacer tratos con México.
Sentí pena por la pobre chica que era tratada como una pieza o el medio para un fin. Nadie merecía eso, y aunque la hija de Morelli estuviera dispuesta a contraer matrimonio por el bien de sus tradiciones arcaicas y los negocios de su familia, seguía siendo horrible. No podía imaginar a Sophia siendo obligada a casarse por conveniencia. Solo faltaba una dote y sería como la época Victoriana.
—Solo digo que debes considerarlo, Nik.
—No quieres otra Phoebe ¿cierto? O cualquier mujer que se digne a hacer algo más que atender a su marido.
—Tu madre es una mujer de negocios, una renombrada decoradora y jamás he tenido problema con ello.
El abuelo refutó con si acabara de insultarlo.
Las palabras del abuelo Rich se posaron al frente de mi mente con rapidez. Mamá había sido tratada como la hija de Morelli, la diferencia era que ella y mi padre se habían enamorado, el abuelo Leónidas solo había tomado ventaja de eso y había conseguido la agenda de contactos de Richard Warren a cambio.
—No me sirves con los números en este momento, muchacho —Se quejó— Ve con Midas al sótano. Hay un interrogatorio y necesito que seas mis oídos.
Mis hombros se tensaron instantáneamente. Hubiera preferido que me dijera que tendría otra lección de tiro.
—Tu padre está en una junta, así que quita esa cara y enfrenta las cosas, Nik.
Mi cabeza quiso dar vueltas, pero no lo permití. Asentí sintiendo la necesidad de alejarme de él.
Bajé hasta el garaje donde Midas ya me esperaba frente a las puertas del ascensor. Atravesamos el largo galerón hasta la puerta de seguridad custodiada.
—Habrá sangre, muchacho —musitó cuando la puerta se cerró detrás de nosotros con un ruido estridente. Mi pecho se agitó un momento antes de detenerse de golpe. No podía mostrar que era una florecita.
Estábamos en el descanso de unas escaleras de metal que se abrían a una especie de bunker. Una mesa de trabajo con estantes hasta el techo abarcaba una de las paredes más chicas, había una manguera gruesa colgando de otra y una mesa con dos sillas de metal.
Goyo y uno de sus hombres estaban frente a un tipo en el suelo. Su playera que alguna vez debió ser blanca estaba cubierta de sangre, todo su rostro estaba herido y su boca llena de sangre goteaba cayendo en el suelo.
Los ojos de Goyo cayeron sobre mí.
—Señor —saludó haciendo que mi estomago se revolviera.
—¿Qué tenemos aquí?
Pregunté tratando de no ver al hombre en el suelo.
—Este tipo trabaja en la Bolsa de Valores de Nueva York.
Mi ceño se frunció sin poder evitarlo. Midas intervino.
—¿Recuerdas al infiltrado de Garduño? —Asentí—. Encontró una nota en la entrada de su oficina. Este tipo la pasó por debajo de la puerta ayer por la noche, el bastardo tuvo poco inteligencia y se olvidó de que las puertas cuentan con cámara de seguridad y no bastaba solo con apagar las cámaras del edificio.
—¿Qué decía la nota?
Midas sacó su teléfono y me mostró una fotografía.
«La alianza es tan falsa como su intermediario. Pronto quedara en ruinas como las que posee el lugar que los vio nacer»
Nosotros éramos los intermediarios. Esto era una amenaza directa. La calma que intentaba tener ni siquiera comenzó a ejecutarse. Control, solo necesitaba control.
Editado: 07.09.2025