…Nik…
Algo se escuchaba en la lejanía, puertas abriéndose y pasos apresurados en las escaleras. Prendí la lampara de noche sentándome en el borde de la cama tallando mis ojos. El reloj marcaba las cuatro de la mañana.
Salí de la habitación y me encontré con mamá ajustando el cinturón de su bata de seda mientras bajaba por las escaleras del tercer piso.
—¿Qué ocurre? —cuestioné con la voz ronca.
Papá apareció por las escaleras terminando de abrochar su camisa.
—Asesinaron a Benedetti —dijo con voz afectada.
El frio me recorrió por completo. El clima entre los aliados había estado tenso desde que se supo de los supuestos tratos de La Matera por fuera de alianza y de los robos de mercancía de Benedetti y Garduño. La nota de amenaza había sido mantenida en secreto.
—¿Qué? —Apenas y se escuchó mi voz.
—Cortaron los frenos del coche en que viajaba.
—¿Garduño?
—No lo sabemos y trata de no insinuarlo, esto es más serio de lo que creí.
Papá habló con el rostro sombrío, mamá lo observaba con detenimiento.
—Tenías razón, Nik —añadió apretando los labios—. Tal vez los aliados se cansaron y prefieren regresar a tener números rojos.
—¿Qué pasará ahora? —pregunté sintiendo la frialdad intensificarse dentro de mí.
—Tu abuelo y sus hombres han ido junto a Adriano a investigar la escena.
Adriano era el nuevo capo de La Matera.
—¿No crees que eso declara de qué lado está La Corporación?
Papá frunció el ceño.
—Si, pero tu abuelo ha decidido ayudar a Adriano.
—No es buena idea, papá.
—Estoy de acuerdo, Nik. Pero sabes mejor que nadie que tu abuelo no cambiará de opinión.
Mis ojos fueron a mamá, era una de las pocas personas que había convencido al abuelo de algo que iba en contra de su tradición.
—Trataré de hacer algo, te mantendré al tanto. Quédate aquí con tu madre ¿sí?
Asentí ante la mirada preocupada que me dio. Podíamos estar en peligro. Lo seguí hasta el vestíbulo, Midas estaba de píe en el marco de la puerta.
—Tu abuelo quiere que se quede con los otros hombres a cuidar de ustedes —aclaró papá al ver mi confusión por verlo aquí—. Tu abuela María está segura en Grecia y con Sophia de regreso en Londres y tu hermano en el internado. Ellos estarán bien.
—¿Seguro que no quieres que vaya contigo? —pregunté esperando una negativa.
Papá me sonrió con suavidad.
—Te necesito aquí, pero gracias.
Lo vi subir a una camioneta y marcharse con otro par siguiéndolo.
—Midas —llamé antes de que cerrara la puerta—. Voy a necesitar mi arma.
Sus ojos oscuros se mostraron sorprendidos ante de asentir y pasármela. Observé con recelo la funda con mis iniciales y la pistola cargada dentro de ella. Moví la cabeza controlando mis emociones, me di media vuelta solo para encontrarme con los ojos grandes de mi madre llenos de inquietud.
—¿Qué haces con eso, Nik? —espetó con voz temblorosa.
—Debemos estar prevenidos.
—Saca esa cosa de tus manos —demandó con la voz ahogada—. Ahora mismo, Nikolaos.
Mi estomago se hundió, pero me quede estático. Ella terminó de bajar las escaleras restantes y me arrebato la funda con enojo. Sus ojos avellana volvieron a mí luego de ver las iniciales en el cuero.
—Mamá…
Parpadeó con los ojos cristalizados, sus ojos se apagaron y su rostro cayó por completo.
—No en mi casa —susurró con la voz ahogada—. Aquí no.
—Está bien, mamá —pedí intentando recuperar el arma.
Quise decirle que era demasiado tarde, había sido condenado a una vida donde tendría que sostener más que un arma. Cerró los ojos con pesar y los abrió negando con la cabeza.
—Quisiera regresar a cuando lo único que sostenías era un pincel.
Ella acarició mi mejilla antes de subir las escaleras. Me quedé de píe por bastante tiempo, deseando que sus palabras hicieran que el tiempo retrocediera, pero eso no sucedió.
Las horas pasaron. A sabiendas que volvería a faltar a clases, tomé el desayunó con mi madre, quien era buena aparentando que nada ocurría. Pero aun podía ver el brillo de tristeza surgir en su mirada de vez en cuando; fue hasta el anochecer que papá apareció en la sala de estar luciendo jodidamente cansado.
—¿Tienen al culpable? —interrogó mamá sin esperar a que dijera algo.
—No, pero el automóvil estuvo en casa de Benedetti.
—Alguno de sus hombros debió traicionarlo —dije tomando asiento.
—Puede ser, pero no podemos saber si alguno de los aliados está involucrado. Tu abuelo convoco a una reunión antes del entierro de Luciano.
—¿Cómo esta su hijo? —Mamá habló con voz maternal.
Editado: 07.09.2025