…Nik…
Había estado hasta las cuatro de la mañana en la “oficina”. Mi abuelo había regresado a Grecia como lo tenía planeado desde junio y dejó a papá a cargo. Por ende, se me delegaron más responsabilidades. Algo que no tenía planeado cuando arme mi horario escolar.
Terminé de arreglarme para dirigirme a la residencia Asbourne, Olivia se iba en unas cuantas horas y James y Rowen le habían organizado una cena temprana de despedida.
Estaba bastante molesto por no haber podido verla desde hacía días, pero el abuelo me había enviado a Pensilvania unos días para revisar la contabilidad de uno de los casinos. Y odie con todo mi ser tener que mentirle a Olivia, aún más sabiendo que ella se iría tan lejos y yo aun no tenía el coraje de decirle la verdad.
Salí de la casa donde mi automóvil ya me esperaba con mis sombras.
—¿Señor? —dijo Tasio.
Le había pedido que me llamara Nik, pero su orgullo tradicionalista no se lo permitía. Podría ser mi padre, sin embargo, parecía determinado a seguir los protocolos.
—Su padre lo requiere en la oficina.
Cerré los ojos tomando aire con fuerza.
—Dijo que era urgente. —Eso me hizo desistir de la idea de negarme.
Subí el conocido elevador con Philippos a mi lado.
—Buenas tardes —saludé entrando en la oficina de papá.
Me encontré con Ernesto Garduño y Adriano Benedetti.
—Nik ¿recuerdas a Ernesto?
—Claro —dije acercándome y estrechando su mano—. ¿Cómo le va?
—He tenido mejores días.
—Benedetti —saludé con un movimiento de cabeza—¿Me necesitabas, papá?
Este asintió invitándome a sentar.
—Ernesto vino en persona a mostrarme esto. —Papá manifestó dedicándole una breve mirada antes de tomar el pequeño control y encender la pantalla frente a nosotros.
Me obligué a no apartar la mirada cuando apareció una fotografía de siete hombres colgados en un puente a plena luz del día.
—¿Fue en tu territorio?
—En Boston, lo hicieron en el puente Leverett. Recibimos el reporte al amanecer antes de que la policía apareciera.
Esto no pasaba desde hace décadas, era una clase de amenaza publica que no se había visto en el país. Números rojos.
—¿Quiénes fueron? —pregunté sin querer una respuesta.
—Fui informado de que un grupo extranjero entró por New Beford, se dirigieron al territorio de los franceses en Springfield.
—¿Algún indicio de quienes son esos extranjeros? —Adriano preguntó con su semblante de hielo.
Garduño le dedicó una mirada hostil antes de contestar.
—No, pero tal vez tengamos una pista.
Observé a papá, este apretó los labios y cambio la imagen en la pantalla. Los cuerpos que habían sido colgados del puente yacían en el suelo con una palabra escrita en sus pechos. Icor.
Era la forma en que le llamaban a la sangre de los dioses griegos. No podía ser una mera coincidencia, no después de la nota de amenaza y la referencia a las raíces griegas de La Corporación. Regresé la mirada a papá sintiendo el miedo detrás de mis oídos.
—¿El abuelo lo sabe?
—Si.
Quería preguntarle cuando iba a regresar, pero tenía que esperar a que estuviéramos solos.
—Creemos que fue la misma persona que ha estado detrás de los daños recientes, incluido la muerte de Luciano.
Papá añadió mirando al nuevo capo de La Matera.
—Si la amenaza va dirigida a La Corporación ¿por qué matar a mi padre y no a Leónidas o alguno de ustedes?
Mi sangre se enfrió.
—Lo de tu padre fue la primera advertencia —manifestó Garduño—. Debo recordarte que la persona que dio la información sobre la supuesta colaboración de tu padre con La Bolsa y quienes amenazaron a La Corporación es la misma. Y no me parece que fuera fan de Luciano.
Benedetti no respondió.
—Debemos alertar al resto de aliados.
Garduño le dijo a papá y ambos se sumergieron en una conversación mientras Midas era llamado. Me puse de píe con la cabeza punzando. Podía sentir el ataque de pánico comenzar a vibrar dentro de mí.
—Nik —llamó papá a mis espaldas.
Parpadeé un par de veces antes de girar. Cerrando la mirada y controlando mi temperamento.
—Iré con Ernesto a Boston
Garduño hablaba por teléfono en una esquina y Benedetti nos observaba con interés desde su lugar en el sillón.
—¿Que? —Mi voz casi se quebró.
Papá tomó mi brazo y me condujo a la terraza.
—Contrólate, Nik —dijo con voz tranquilizadora.
—¿Vas a ir allá? —insistí incrédulo y temeroso—. Papá es peligroso pueden…
—Tengo que hacerlo, estaré devuelta mañana.
Editado: 07.09.2025