Todo lo impredecible

El tiempo se acaba

Nik

Mis ojos estaban clavados en la madera, si no fuera porque está ocultaba el movimiento ansioso de mi pierna, todos sabrían que no estaba realmente presente; habían pasado semanas desde que tuve que despedirme de Olivia por segunda vez. Desde que casi le confesaba que la amaba. Dejé de mirar la superficie de la mesa solo para revisar las notificaciones en mi teléfono. Nada. Lo había jodido, Olivia había podido ver a través de mí. Ella sabía que la amaba. Comenzó acortando y rechazando mis llamadas y luego de días, los mensajes se hicieron cada vez más vagos. Aún más al cuestionarla al respecto. Mi corazón se agitaba de forma dolorosa, no podía llamar a esto rechazo, pero no significaba que no se sintiera como tal.

El abuelo Leónidas continuaba diciendo una sarta de mentiras. Como había dicho aquella vez en casa de Garduño, encontró a quien culpar para apaciguar a Benedetti y Garduño.

Al regresar de Viena, me había obligado a acompañar a Benedetti a Boston para que él y Garduño pudieran llegar a un acuerdo en lo que mi abuelo conseguía a sus culpables. Y cuando regresé, estuvo enviándome a diferentes estados del país para supervisar auditorias de los casinos y clubes. En medio de eso, había perdido días de clases y tiempo para avanzar mi tesis. Apenas y lograba descansar y encontrar tiempo para comer. Días en medio de números ilícitos y hombres peligrosos que odiaban ser supervisados por un simple chico. Había llegado a la ciudad hoy por la mañana luego de cuatro días, solo tuve tiempo de ducharme antes de ir a la universidad para poder cumplir con mi horario al menos un día y reunirme con mi asesor de tesis.

Estaba por ir a comprarme un café para tener mejor energía con mi asesor, cuando Philippos me informó que el abuelo me requería en la oficina. Ni un maldito respiro.

Al parecer “la paz” le había durado poco al abuelo, el grupo enemigo había atacado de nuevo. Esta vez en la frontera de los territorios de Garduño y Benedetti.

—Vamos a interceptarlos en Misuri, apenas los atrapen serán notificados.

—Quiero que un grupo de mis hombres este presente.

Garduño demandó con tensión. Aun desconfiando de Benedetti, el cual parecía estar aburrido.

El abuelo asintió con algo de fastidio, pero no le quedaba de otra.

—Es justo ¿algo más?

Ninguno de los hombres dijo algo.

—Bien, supongo que los veo pronto. Dudo que pase de dos días.

—¿Iras a Misuri, Leónidas? —cuestionó Garduño.

—No, Nikolaos ira en mi lugar.

Sentí toda mi columna tronar con la tensión. Control, todo era control.

—Me parece bien.

Mi padre había cuadrados sus hombros y parecía querer estrellar al abuelo contra la pared. Tal vez no era muy notorio, pero su mirada lo decía todo. Al parecer había heredado eso de él. Adriano me dedicó una mirada interrogante. La florecita irá a la cruzada de fuego.

Cuando los capos se fueron, la compostura de mi padre salió junto con ellos.

—Yo iré a Misuri —determinó sin ver a su padre.

El abuelo arqueó una ceja y sonrió.

—Claro que no, he dicho que Nik se encargara de la misión y punto. Además, necesito que te quedes aquí. Yo tengo que volver a Grecia.

—No necesitas hacerlo, papá.

—Tu no vas a decirme que es lo que necesito o no, Dimitris —masculló con enfado—. Y deja de perder tu tiempo, no voy a cambiar de opinión. Le diré a Midas que le de unas horas de entrenamiento general eso será suficiente, según me dijo, eres bueno disparando.

Me había mantenido estático solo para no colapsar.

—Vámonos, Nik —espetó papá caminando a la salida.

Pasé por un lado de mi abuelo incapaz de mirarlo, pero me detuvo por el brazo con algo de fuerza.

—El Jet estará esperando por ti mañana, no quiero errores ¿entiendes? Nada de lloriqueos por un poco de sangre.

—¿Poca? —Reí con amargura soltándome de su agarre.

—Hablaré con él más tarde —declaró papá cuando entramos en el ascensor—. No voy a dejar que vayas.

—Está bien, papá.

—No lo está —habló entre dientes—. Nada lo está.

Una punzada de dolor se instaló en mi pecho, sintiendo y compartiendo la desesperación.

—¿Papá? —llamé una vez en el garaje—. ¿Era igual con Stef? El abuelo, tu…

Pude ver sus ojos apagarse, llenos de recuerdos y algo parecido a la decepción.

—No tienes que responder, lo siento.

—Si tendría que hacerlo. El problema es que no sé cómo.

Y de alguna manera lo entendí. Asentí y con una sonrisa de despedida, fui hacía mi auto donde mis sombras ya estaban esperando. Tenía que reunirme con mi asesor de tesis, que amablemente accedió a cambiar la hora cuando mi abuelo requirió mi presencia. Revisé mi teléfono una vez más, pero no había nada de Olivia. Reprimiendo la decepción, guardé el teléfono en mi chamarra y saqué mi portátil revisando los avances que le mostraría al asesor.




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