Todo lo impredecible

Promesas rotas

Olivia

Ella lloraba de rodillas frente al altar, con las manos cubriendo su rostro y un llanto débil que de alguna manera hacía eco en todo el lugar. No podía verme, estaba de espaldas a mí y lo único que era visible con claridad era su cabellera negra y despeinada.

Me acerqué a paso lento sintiendo pena por ella y el dolor que transmitía.

—Por favor, te lo suplico —gimió desgarrada.

—¿Necesita ayuda? —pregunté con suavidad.

Extendiendo mi mano para tocar su hombro. La mujer murmuró algo, giró su cabeza y un grito de terror retumbó en las paredes de la iglesia. Caí al suelo completamente paralizada, había sido mí grito, un grito de horror al ver que ella no tenía rostro.

Toqué la superficie de nuevo, respirando con fuerza y abriendo los ojos para encontrarme con el mapa de estrellas en el techo. Mi corazón reguló sus bombeos mientras yo trazaba cada constelación con la mirada. ¿Cuándo iba a parar? ¿Cómo podía hacer que se fuera?

Me senté en la orilla del colchón observando el mural de recuerdos, deteniéndome en la última foto que añadí de mamá y papá, la misma que tenía en mi mesa de noche en la casa de Grecia. Cerré los ojos dejando que la tristeza se apaciguara, al abrirlos mis ojos se clavaron en otra fotografía y el sentimiento arrebatador apareció por milésima vez desde aquel día en el aeropuerto. Llenándome de emoción, miedo y culpa.

Nik me sonreía desde el mural, luciendo relajado en el palacio de Schönbrunn. Subí la mirada de nuevo al mapa. ¿Qué debería hacer? ¿Afrontar mis miedos o sepultarlos como siempre?

Él había estado a punto de decirme que me amaba y aunque no había desparecido como aquella vez, tampoco podía decir que no había puesto distancia entre los dos.

Dejé salir aire con fuerza guardando mis pensamientos y sentir. No podía dejar que nadie lo supiera, ni siquiera el doctor Patrick a quien había visto ayer para nuestra sesión mensual.

—Buenos días, ángel —saludó James desde el desayunador.

Aun llevaba puesto su pijama y tenía el cabelló ligeramente revuelto. Rowen estaba frente a la estufa cocinando panqueques de banana con chispas de chocolate, una de sus especialidades y nuestro desayuno favorito.

—Ya casi están listos, Livy —anunció.

—Genial. —Sonreí sirviéndome café.

—¿Invitaste a Nik?

James preguntó aun con la mirada en su laptop. Mi estomago se agitó con nerviosismo.

—Suele pasar el día en casa de sus abuelos.

—Ah, si —murmuró—. Richard reúne a todas sus hijas ese día, es su tradición.

—Tal vez venga luego de la cena.

—Ojalá, así todos lo conocen.

Rowen mencionó con una sonrisa colocando el desayuno en el centro de la mesa.

—Entonces ¿cocinaras todo tu sola? —pregunté intentando no parecer evasiva.

—Tengo algunas recetas de Nina —dijo sirviéndose jugo—. Y no lo hare sola, tú me ayudaras.

—No recuerdo que me lo hubieras pedido.

—No lo hice, pero lo harás. —Sonrió confiada.

Reí negando con la cabeza, se iba arrepentir luego de verme pelar diez papas en dos horas.

James caminaba por el jardín hablando por teléfono, su semblante estaba rígido y las arrugas de su frente no eran propias para un hombre que había cumplido veintinueve años hace una semana.

Un mensaje de Nik apareció en la pantalla de mi teléfono.

[Es una lástima que no pudieras venir para acción de gracias.]

No planeaba venir, pero James había insistido en que viniera al haber faltado a su cumpleaños. Y luego de cambiar mis lecciones de piano de estos días, acepté. Sin embargo, no se lo dije a Nik. Y aun sabiendo que estaba en lo incorrecto, no planeaba decírselo. ¿Cuándo aprendería?

Pero estaba en mi naturaleza proteger mis sentimientos, lo había hecho por tanto tiempo que no conocía otra manera. Tal y como pasaba con el dolor, era algo a lo que me había acostumbrado. Y sin querer había marcado una línea entre Nik y yo. Temerosa de esas dos palabras que había querido decirme. Él había preguntado si algo andaba mal y aunque hubiera querido decírselo, no podía y no sabía si lo haría.

Unas cuantas horas más tarde, Mason y yo estábamos poniendo la mesa mientras su madre y Rowen sacaban el pavo del horno. Habían sido arduas horas de trabajo, pero la cena había quedado perfecta. Claro que el mérito era de Wen, yo solo fui su ayudante.

—¿Nik vendrá? —dijo Mason del otro lado del comedor.

—No vendrá, ni siquiera sabe que estoy aquí.

Sentí un poco de alivió al confesárselo.

—Pero no quiero hablar de eso ¿sí? —Sonreí con una mueca.

—Solo…sabes que aquí estoy ¿no? Para lo que necesites.

Sonreí con cariño. Mason se había reincorporado en mi vida más rápido de lo que imaginé y estaba sumamente agradecida por ello.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.