Todo lo impredecible

El sucesor perfecto

Nik

Me habían roto el corazón antes, pero nada se comparaba a lo que sentía esta vez. Era imposible sentir tanto y a la vez nada. Una parte de mí, la misma que escribía poemas de niño, la que le habló sobre el Caos y le regaló ese estúpido brazalete, deseaba no haber acompañado a Grayson esa noche. Quería regresar en el tiempo y haberme negado a ir con él a casa de Beth. Pero yo era testigo de que lo que uno quería y obtenía, raramente era lo mismo.

Esa noche la tierra no se abrió y me hizo caer, en su lugar, me dejó atrapado. Rodeado de un vacío sin salida. Era lo mejor, me repetía una y otra vez. El tiempo se me estaba acabando, pero eso ya no importaba, ya no lo necesitaba. Ahora sabía que nunca tuve la oportunidad de tenerla para siempre.

—Deberías irte —dijo Freddy del otro lado del escritorio—. Mañana tendré un reporté de todo lo que encuentre.

Observé el reloj de la computadora, pasaban de las ocho de la noche y yo había entrado en el sótano de la oficina poco antes de las nueve de la mañana.

—Me llevaré esto —respondí tomando las carpetas con información de algunos soldados y capos sospechosos. Aun seguíamos tratando de averiguar quién era el infiltrado.

Y mientras iba de camino a casa no pude evitar retomar mis sospechas, no lo había compartido con nadie, ni siquiera con Benedetti. No había hablado con él desde Misuri, habían pasado muchas cosas desde entonces que tenían mi cabeza ocupada, pero tenía una tregua con él y debía averiguar si él había faltado a su palabra. Aun creía que Alessio era el chico por el que Beth dejó a Grayson dos días después de que Olivia y yo acabáramos con lo nuestro. No quería perderlo a él también. Y fue mi egoísmo lo que no me dejó decirle de mis sospechas sobre Alessio. Incluso si lo había visto igual de jodido que yo.

Mi vista se enfocó notando la ligera capa de nieve sobre las calles y coches, algo usual a una semana de navidad; observé el portafolio en el asiento. Recordando la junta en casa de Garduño y al ruso mercenario. Bruno Morelli fue a la única persona que miró, no tenía pruebas para inculparlo, solo corazonadas basadas en esa interacción.

Bajé del auto deseando que nadie notara mi entrada y poder ir directo a la cama, pero como había dicho, lo que uno quiere y lo que obtiene raramente era lo mismo.

—¿Nik? ¿Eres tú, cariño? —Mamá habló desde la sala.

Había más voces y fueron más claras cuando fui acercándome. Me quede estático en la entrada de la sala al ver a Stefanos y a Phoebe.

—Sorpresa —manifestó mi hermano con una sonrisa nerviosa.

Phoebe sonreía con menos seguridad. Luciendo temerosa.

—¿Qué hacen aquí? —logré decir.

—Venimos pasar las fiestas.

Stefanos se puso de píe y amplió su sonrisa para mí. No sabía si podía llamar falsa a la sonrisa que le devolví. Lo extrañaba. Pero se suponía que el estaría lejos, así tendría más tiempo para guardar el secreto.

Nos envolvimos en un abrazo cálido y no pude evitar tensarme un poco al notar la carpeta que aun sostenía en mi mano. Al separarnos intenté que pasara desapercibida, era probable que reconociera el logotipo de La Corporación Deligiannis.

—Hola, Phoebs —saludé a la chica con un beso en la mejilla y un rápido abrazo.

Mamá comenzó a parlotear sobre lo increíble que sería la navidad y una sarta de cosas que no pude entender. Margot Warren siempre fue buena sacando lo mejor de todo, incluso era capaz de hacer espacio para lo positivo en esta situación. Fijé mis ojos en mi padre, el cual escondía muy bien lo tenso que se sentía, pero su mirada siempre lo delataba. Ella decía lo mismo de mí.

—¿Cómo has estado? —preguntó Stef sentándose a mi lado.

—Bien, disfrutando un poco de las vacaciones. La escuela fue dura este semestre.

—¿Estabas con Olivia?

Algo se aplastó contra mi pecho.

—Estaba con unos amigos.

—Phoebe quiere conocerla ¿no es así, amor? Le dije que estás loco por ella y no ha podido creerlo. —Río compartiendo una mirada con su novia.

—Bueno, es que desde que te conozco nunca has tenido algo serio.

Papá se movió al otro lado de la sala y fue por eso que me di cuenta que me había quedado callado.

—Eso ya se acabó —declaré impasible.

Extendiendo mi mano para tomar un par de tartaletas de fresa.

—¿Qué? —expresó Stef desconcertado—. ¿Por qué?

—No funcionó.

No volteé a verlo, no sabía que tanto podía controlarme.

—¡Tengo la cena! —exclamó Sophia desde la entrada. Papá se puso de píe y nos invitó a ir a la cocina. Mi hermana y su novio, quien había llegado hace un par de días, habían traído pizzas para todos.

Ignorando la mirada significativa de Stef, salí de la sala y pasé la cocina hasta llegar al estudio de papá, dejando el portafolio en uno de los cajones.

Cuando me uní a los demás, me obligué a actuar como lo haría normalmente.

—Maldición, Nik —rezongó Christos—. ¿Por qué ahora no puedo ganarte?




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