Todo lo impredecible

A. Benedetti

Olivia

Guiliana dejó un plato de pasta frente a mí. Mi espalda se presionaba en el respaldo de la silla de forma dolorosa mientras la veía moverse en la pequeña cocina. No había ni una sola ventana y eso hacía que mi pulso se acelerara.

—Debes estar hambrienta —dijo mirándome por encima de su hombro con una sonrisa.

No respondí.

—Se que todo esto es abrumador, pero prometo que lo entenderás.

Guilliana sirvió limonada en un vaso de vidrio y me le extendió.

Lo tomé incapaz de hacer algo que la molestara. Se sentó frente a mí y podía jurar que ni siquiera parpadeaba, solo me observaba con esa inquietante sonrisa.

—Ahora me recuerdas ¿no es así?

—Intentaste secuestrarme.

Su mano golpeó la mesa con fuerza, su sonrisa nunca se borró.

—Yo solo intentaba recuperarte —masculló. Su mirada era escalofriante—. Pero no debes preocuparte, pequeña. Los que te arrebataron de mi lado ya pagaron por su crimen y los que se interponen entre nosotras pronto desaparecerán.

Un nudo se formó en mi garganta mientras el frio recorría mi espalda. Ella estaba loca.

—¿Dónde está mi hermano? —pregunté reuniendo valor.

—¿Te refieres a James Asbourne?

Guilliana tensó sus labios con amargura.

—James es mi hermano.

—¡No lo es! —gritó colocándose de píe.

Salté en mi lugar apartando la mirada de ella.

—Perdóname —pronunció con más calma—. Se que te hicieron creer eso, no es tu culpa.

Cerré los ojos deseando despertar de la pesadilla.

—Aunque si tienes un hermano, también fue arrebatado de mi lado. Estaba encantado cuando supo que tendría una hermanita, fue quien eligió tu nombre.

El pánico se instaló en mi pecho, ella de verdad creía que era su hija. ¿Por qué? ¿Por qué hasta ahora pude recordar que ella había querido secuestrarme cuando era niña? La cabeza comenzó a dolerme.

—¿Dónde está James? —insistí en un hilo de voz.

—Vivo, si eso es lo que buscas saber.

Su voz era tan gélida y desalmada.

—¿Por qué lo secuestraste? James no te ha hecho nada.

—Ya te lo dije, pequeña —habló cerca de mí. Me alejé lo más posible de ella—. Voy a desaparecer todo lo que se interpone entre tú y yo.

Mis ojos ardieron ante el significado de sus palabras y el corazón se encogió en mi pecho. Las lágrimas comenzaron a salir sin permiso de mis ojos. Tenía mucho miedo.

—Oh. No llores, mi niña —pidió con lamento—. No busco hacerte sufrir, lo único que quiero es que se haga justicia. Mereces la verdad y volver a mí, con tu madre.

Guilliana tomó un mechón de mi cabello provocando que comenzara a temblar.

—Me tienes miedo —gimió dolida.

Sentí su presencia alejarse, fue cuando pude abrir los ojos de nuevo.

—Ellos hicieron de mí una pesadilla, sabían que era la única manera de asegurarse que nunca supieras la verdad.

Negué con la cabeza, mordiendo el interior de mi boca para no soltarme a llorar sin reparo.

—¿No me crees? —Guilliana apareció frente a mí con mirada triste.

Deslizó algo frente a mí en la mesa, no podía ver, me negaba hacerlo.

—Se que hay una razón por la que traías esto contigo, pequeña —susurró parpadeando con ojos cristalizados—. Te han mantenido rodeada de secretos toda tu vida y yo seré quien te de respuestas, te lo juro.

Mi mirada fue hasta la mesa, la hoja de Blaire y la caja musical con el dije estaban frente a mí. Mi respiración se tornó temblorosa.

—Harrison Asbourne se aseguró de guardar las pruebas del crimen, un asqueroso ser humano.

—Mi padre….

—¡Él no era tu padre! —bramó sosteniendo mis hombros—. No vuelvas a decirlo, ese hombre era un criminal y recibió su merecido.

La sangre se heló en mis venas.

—Pero no puedo contarte la verdad todavía, al menos no toda.

Sonrió con cariño, pero en realidad eso me revolvió el estómago.

—Esto es tuyo, pequeña —declaró tomando el dije con sumo cuidado.

Me mostró su otra mano, en esta yacía un brazalete de oro y con suavidad, colocó el dije en este.

—¿Quieres saber quién es A. Benedetti? —pronunció con voz lenta—. Tu.

Escucharla decir eso me hizo estremecer. Ella de verdad creía que era su hija.

—Mi hija. —Sonrió con satisfacción antes de mirarme con sus enormes ojos y tomar mi mano derecha—. Angela Benedetti.

Abrochó el brazalete y lo dejó descansar contra mi muñeca con una pequeña caricia que me hizo sobresaltar. Por un momento mi sangre se heló. James nunca me había dicho porque me llamaba ángel y escuchar ese nombre solo empeoraba la situación.




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