Todo lo impredecible

El monstruo de tus pesadillas

Olivia

Cada latido de mi corazón era más fuerte mientras Guilliana nos llevaba entre los árboles, David venia con nosotros, siguiendo órdenes de Guilliana y apuntándole a mi hermano con una pistola. Quería decirle algo, tratar de convencerla para que lo dejara ir, pero no podía. Algo me decía que mi intervención solo empeoraría las cosas. Avanzamos algunos minutos entre los árboles, nunca aparté la mirada de mi hermano y el arma que David apuntaba hacia él.

—Ve por el auto —gruñó Guilliana cuando llegamos a una puerta lateral que llevaba fuera de la propiedad.

David vaciló con sus ojos llenos de odio fijados en James.

—Obtendrás tu venganza, muchacho, pero para eso tienes que hacer lo que te digo.

Guilliana sonreía como si David fuera un entrañable amigo. Tal vez lo era, ambos tenían algo en común. Odiaban a James porque lo creían el culpable de perder lo que mas amaban.

David asintió tensamente antes de desparecer por la puerta de hierro.

—¿Por qué él? —pregunté sin ocultar mi viejo dolor.

—Porque al igual que a mí, los Asbourne le arrebataron lo que más ama.

Guilliana masculló sacando una pistola y apuntándole a mi hermano. El pánico estallo en mi pecho.

Un movimiento entre los arbustos hizo que Guilliana se pusiera alerta, me di vuelta rápidamente cuando escuché pasos acercándose.

—Tienes dos segundos para bajar el arma si no quieres terminar con un agujero en la cabeza.

Adriano apuntaba a Guilliana con una pistola. ¿Qué hacía él aquí?

La confusión fue dejada de lado cuando Nik apareció detrás de él apuntando a la mujer con un arma. Ni siquiera el arma que sostenía pudo evitar que mi corazón se emocionara al verlo sano y salvo. Sus ojos avellana se fijaron en mí suavizándose un momento, envolviéndome en un alivio silencioso, pero la voz de Guilliana rompió la burbuja.

—No me sorprende —resopló Guilliana viendo a Adriano—. Tu padre te entrenó perfectamente.

Pude notar algo cruzar el rostro de Adriano.

—¿De verdad eres capaz de matar a tu propia madre?

Mis ojos se abrieron ante la revelación y la respiración se estancó en mi garganta.

—Si no quieres que tu muerte sea más dolorosa, te aconsejo que dejes de mentir.

Adriano espetó con furia.

—No miento —replicó con determinación—. Se que todos estos años Luciano hizo que creyeran que estaba muerta, pero aquí estoy…con Angela. Tal y como te lo prometí la última vez que nos vimos.

Y en un segundo, dejó de apuntar a mi hermano y disparó al cielo.

—¡Suelten las armas o lo mato!

Nik y Adriano intercambiaron miradas que parecieron durar una eternidad. Pero al final lo hicieron. La mirada aterradora de Guilliana se fijó en Nik.

—Tú sabes que no estoy mintiendo ¿no es así, Nik? Después de todo, tú lo descubriste.

Nik se mantuvo firme. Guilliana apretó los dientes y presionó con rudeza el arma en la cabeza de mi hermano haciéndolo gemir.

—¡Responde! —bramó—¡Porque mis hijos parecen creen en todos menos en su propia madre!

Nik compartió una mirada significativa con Adriano, el cual abandonó su actitud impasible y se mostró incrédulo.

¿Nik había descubierto que Guilliana no estaba muerta? ¿Sabía que ella quiso secuestrarme?

¿Cómo es que conocía a los Benedetti? Entonces, recordé que él también pertenecía a la mafia y todo este enredo tuvo algo de sentido.

Adriano y Guilliana compartieron miradas por un tiempo, los ojos del chico bajaron a mi hermano y luego se encontraron con los míos.

—Luciano lo fingió todo —agregó Guilliana con furia—. Luego de que me impidieran recuperar a Angela me encerró en una habitación por semanas. ¿Lo recuerdas, hijo?

Guilliana cerró los ojos con fuerza antes de abrirlos mostrándose triste.

—Todos esos días en los que solo hablábamos a través de la puerta, como me pedías que abriera la puerta para estar contigo.

—Lo único que recuerdo perfectamente es como sacaban a mi madre muerta de esa habitación.

Adriano respondió con voz gélida, algo tormentoso atravesando su mirada.

—No estaba muerta —protestó Guilliana con la voz entrecortada—. La última noche que estuve en esa habitación el doctor de Luciano me inyectó algo. Cuando desperté estaba en una ambulancia de camino a un centro psiquiátrico donde me mantuvieron confinada y sedada por años.

Guilliana movió el cuello de su suéter y mostrar una cicatriz peculiar sobre su hombro.

La forma en que el rostro de Adriano se desencajó con dolor, me dejó ver que esa cicatriz confirmaba que era su madre.

Sentí lastima por él, incluso por ella. Y no pude evitar preguntarme si él también había esperado en las escaleras. Viendo hacia la puerta, esperando a que ella volviera.

—He tenido que pagar por los pecados de los demás —añadió con enojo—. Me arrebataron todo, mis hijos, mi libertad…incluso mi vida.




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