"Me quedé tan sola que podía oír mi respirar"
Cecily Beaufort
Los días siguientes, en casa se mezclaron la alegría y la tristeza. Me sentía orgullosa de mi hermano, era el hombre más bueno del mundo. Honrado, firme en sus decisiones, fiel a sus convicciones, siempre dispuesto a todo, no tenía miedo a nada, y a la vez, era el hombre más dulce y tierno de todos. Lo amaba porque él me había amado primero. Mis padres me contaban que desde que nací, se acercaba a mi madre y tomaba mi mano pequeñita entre las suyas y sonreía cuando yo cerraba mi puñito alrededor de uno de sus dedos; me cantaba cuando no podía dormir, y recuerdo que desde pequeña, siempre me rescataba de todos los peligros, y si había algo que amaba, era meterme en líos. Si no era una serpiente, era una rama del árbol, la correntada del río, el agua profunda del pozo, problemas con mis padres... infinidad de circunstancias donde él se presentaba a rescatarme o interceder por la inquieta Cecily, luego me apretaba la mejilla y me abrazaba. "Eres una loca, Ceci" terminaba siempre sus oraciones.
Ahora simplemente se iba, y no era un viaje convencional al pueblo, a Londres, o a cualquier lugar de Inglaterra donde yo supiera que estaría seguro, donde sabría el día exacto de su regreso, y donde podría esperarlo al cruzar el puente del camino a casa. No. Esta vez, se iba a la guerra.
Aquella noche, terminamos la cena y luego de oír conversaciones vanas sobre el clima, la comida, algún cotilleo de los vecinos y tramas bélicos que no entendía, apoyé mi cabeza sobre mi mano, claramente agotada; yo en lo único que pensaba era en que se iba, y en cuánto lo extrañaría, fue entonces que sentí un toque sobre mi pierna por debajo de la mesa y alcé mis ojos levemente para encontrarme con los suyos que me sonrieron. Lo vi mirar a mi madre con disimulo y luego movió sus labios "Esta noche, no duermas". Asentí con un parpadeo y no puedo negar que sentí una corriente de adrenalina recorriendo desde mis pies hasta mis pensamientos. Cuando mi hermano decía eso, era sencillamente la señal clara de una de nuestras salidas, de esas que yo amaba.
Terminamos la comida y mientras mi hermano y mi padre se reunían en el estudio, seguro que para hablar de cuestiones de honor y moral, mi madre nos reunió en la sala. Yo me quedé de pie mirando la oscuridad, concentrada en todo lo que sucedería al día siguiente, Eve se sentó a su lado.
—Madre, me gustaría que vayamos un tiempo a Londres esta temporada...
—No lo sé Eve, tu hermano no estará, y sabes bien que no tenemos tanto dinero ni posición para poder ir donde tú quieres. (Obviamente Almack's, el antro de elite, donde se codeaban los más adinerados y prestigiosos, sinónimo de condes, duques, vizcondes, etc... todo eso a lo que Eve aspiraba).
—Bueno, pero podría pasar una corta temporada en casa de Georgiana, ellos reciben muchas invitaciones a bailes y reuniones. ¡Por favor madre! Estoy cansada de estar encerrada o sólo asistir a casas de los vecinos... así no conseguiré ninguna propuesta.
Yo simplemente resoplé sobre el cristal de la ventana que enseguida se empañó.
—Está bien... espera unos días y cuando lo de tu hermano haya pasado, hablaré con tu padre. —Eve sonrió y sus ojos brillaron.
—¡Gracias madre! —Sonrió entusiasmada.
¿Cómo mi hermana podía ser tan hueca por dentro, tan superficial, tan tonta...? Me lo preguntaba cada día. Yo allí, alterada, triste y sintiendo que perdería una parte muy importante y ella pensando en los bailes y las reuniones. No podíamos ser más distintas la una de la otra.
Yo sí quería ser presentada en sociedad, conocer los bailes y todo eso, bailar con Peter el vals, mirarlo a los ojos y escuchar de sus labios algo bonito, pero bajo ningún punto, quería ser tan hueca y sin sentimientos.
Subimos a las habitaciones, y a pesar de que la casa se puso muy silenciosa y oscura, no me quité el vestido, esperé la señal y luego de un rato bastante largo, cuando mis ojos se entornaban pesados por el cansancio, lo oí, eran los nudillos de Liam sobre mi puerta. Me puse de pie de inmediato diluyendo el sueño que cargaban mis ojos, abrí despacio y de puntillas bajé las escaleras para encontrarme con él en la puerta principal. Apenas me vio, sonrió y llevó su dedo sobre sus labios para que hiciera silencio.
Me acerqué a él y tomó mi mano, abrió despacio la puerta y simplemente comenzamos a correr. Sonreía e inevitablemente yo también. Mis piernas estaban agotadas y mi mano sudada contra la suya, llegamos al árbol caído junto al río, me extendió la mano y trepamos lo más que pudimos, nos sentamos en la rama más alta y desde allí podíamos ver la luna grande, bien redonda y brillante.