Todo lo oculto saldrá a la luz

Capítulo 3

"Lo extrañaba y aún podía ver su mano moverse, saludándome"

Cecily Beaufort

Cuando la hora avanzó, luego de recibir el saludo de todos los que estábamos allí, tomaron sus bolsos de viaje y avanzaron hacia los caballos. Liam se despidió de mi madre con un beso en su mejilla y vi en sus ojos un poco de tristeza. Mi padre se limitó a estrechar su mano y asentir con la cabeza; Eve solo le dio un beso y siguió conversando con Camille, en cambió yo, basto verlo ataviado con aquel uniforme y acercarse a mi, que un nudo apretado se formó en mi garganta, no podía hablar, no podía reir, no podía si quiera pensar que ya se iba. Mi corazón se estrujo dentro de mí y por más que estaba rodeada de mi familia y aquella que era conocida, no bastó para sujetar mis brazos que se arrojaron sobre él abrazándome a su pecho y llorando desesperada.

—Tranquila Ceci... —me susurro en el oído y me apretó fuerte contra él, pero yo seguía sin poder hablar. Lo sostuve allí con la ilusión de que ese momento no terminara, pero fue entonces que se apartó de mí y montó.

Lo sostuve allí con la ilusión de que ese momento no terminara, pero fue entonces que se apartó de mí y montó

Mis ojos ardían y mis mejillas estaban mojadas. Sentí la mano de mi padre sobre mi hombro en un intento de consolarme, mientras los hermanos subían también y los caballos comenzaban a mover sus patas.

Cuando se alejaron lo suficiente, todos volvieron a entrar a la casa, pero yo no podía apartar mis ojos del camino, y entonces vi que se detuvo y movió su mano, despidiéndome. Me detuve allí, quieta, inmóvil, mojada por completo en lágrimas. Ya lo extrañaba y aún podía ver su mano moverse, saludándome.

Cuando ya no podía verlos, sentí que había perdido algo muy, muy importante para mí, se me quitaron las ganas de hablar y en lo único que pensaba era en dormirme en mi cama y despertar cuando volvieran, cuando pudiera volver a oír sus risas locas en el camino. Suspiré y sequé mis lágrimas, entré a la casa y me senté con los demás en la sala.

Eve y Camille subieron a sus habitaciones y no me quedó otra que ir tras ellas, pues tampoco deseaba quedarme allí con los demás que parecían de lo más cómodos y felices mientras yo había perdido lo que más amaba, a Liam y a Peter.

Unos meses después

Unos meses después...

Moví mis brazos impulsándome mientras movía los pies para avanzar, mis pulmones ansiaban aire y me había propuesto contenerlo del todo. Abrí mis ojos un breve momento, para ver bajo el agua, pero sólo había algas y piedras. Cuando sentí que ya me dolía, apoyé mis pies en el fondo y me impulsé hacia arriba, estirando mis brazos. Cuando alcancé la superficie, miré hacia el lugar donde me había lanzado y fastidiada salí de allí. No había avanzado tanto como la última vez. Me senté en las piedras dejando que el sol secara mi cabello y mi ropa.

Aquella noche, había oído cierta conversación entre mis padres, donde decían que los franceses habían preparado varias fragatas, numerosos barcos menores y embarcado a 500 soldados italianos. Temían porque las escuadras claramente superaban a las británicas, tanto en hombres como en barcos, pero más aún en capacidad de fuego. ​ Querían tomar la isla de Lissa y así menguar el poder de los ingleses. Al oír aquello,  imagine a Liam y los Bradley luchando en aquel infierno, con todo en contra. Es que en mi lógica, no podía entender que se enfrentaran igual, sabiendo que las posibilidades de morir eran sobre las de vivir, prácticamente diez a una.

Dejé que el sol me diera en los ojos y creo que me dormí, pues cuando los volví abrir, me hacía frío y el sol ya no me daba por completo en mi cuerpo, sino se escondía un poco entre los árboles. Me puse de pie y emprendí el camino a casa. Avancé por el campo y cuando ya podía ver mi casa, vi a la diligencia del correo. Corrí desesperada hasta alcanzarlo y recibí toda la correspondencia. Entré a la casa, tiré todas las cartas sobre la mesa ante los reproches y acusaciones de Eve, pero ignorándola por completo, tanto a ella como a sus quejas por el desastre que era mi cabello mojado. Encontré las cartas, una para la familia y la otra exclusivamente para mí, como me había prometido. Sonreí y le lancé todo lo demás sobre la falda de mi hermana, que para ese instante convocaba a quien fuera capaz de hacer que me comportara correctamente.

Subí las escaleras corriendo y como sabía que mi madre no demoraría en aparecer por allí e interrumpir mi lectura, abrí la ventana, caminé por la orilla del techo y me senté sobre el tejado de la casa, donde estaba segura que podría leer tranquila.

Ceci:

No imaginas cuanto te he extrañado estos tres meses. Me siento aturdido por todo lo que está sucediendo, y aunque sé que tengo que ser valiente y enfrentar lo que sea, dentro de mi corazón no hago más que temblar cada vez que tenemos que ir a la batalla.




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