"Sabía que ocultaban muchas cosas y sentí mucho miedo"
Cecily Beaufort
El sol entró por un pequeño espacio que había dejado entre el cortinado. Suspiré fastidiada porque me daba directo en los ojos, intenté recobrar el sueño tapando mi cabeza por completo, pero era inútil, aquel hilo de luz había arruinado mi descanso.
Corrí la sábana con fuerzas y me senté en la cama, llevaba el cabello enmarañado y al mirar mi cara en el espejo, noté que tenía las marcas de la almohada en ella. Un desastre, eso era. Cogí un vestido y me traté de arreglar el cabello, lavé mi cara en la jofaina y al secarla, me volví a mirar. Repasé en mi mente la mirada de Peter, sus palabras y cómo había mejorado mi presentación considerablemente, pensé que tal vez se iría pronto a presentar ante sus superiores, y deseé con todas mis fuerzas encontrármelo de nuevo para comprobar qué sucedería, pues me había pedido un beso, ¡Un beso!, Dios mío, al recordarlo se me erizaba la piel y se me paralizaba el corazón. ¿Qué había sido eso?, jamás creí que Peter sintiera de veras algo por mí, algo que no fuera amistad, y la idea de que deseara besarme cambiaba todas mis perspectivas y definitivamente me ilusionaba.
Me quedé en la habitación hasta que llamaron para la comida, entonces bajé las escaleras y tomé mi lugar en la mesa, al lado de Eve, que no dejó de reírse desde que me vio aparecer por el comedor.
—Estoy tan feliz hija por ti... finalmente tu presentación fue bastante aceptable y noté que bailaste con varios caballeros.
Asentí de mala gana, me molestaba que mi madre hiciera notar mis cuestiones personales, que sabía que me avergonzaban, delante de mi padre y de Eve que no hacía más que burlarse.
—Sí madre, bastante aceptable. Cuatro caballeros en toda la noche... —Eve largó una carcajada y yo a ese punto estaba que sulfuraba.
—No entiendo cual es el punto de tus risas Eve... francamente no lo entiendo.
—No... si no es que me río con mala intención, es que de repente recordé algo...
Apoye mi mano con vehemencia en la mesa mientras mi padre intervenía en la conversación, intentando apaciguar los ánimos.
—Estuviste muy bien amor... estoy seguro que la próxima vez será mejor, no estarás nerviosa, ni nada de esas cosas que suelen suceder cuando uno es inexperto. —asentí levemente y contuve mis ganas de gritarle a Eve que Peter Bradley me había pedido un beso.
Él era muy codiciado entre las señoritas debutantes, era atractivo, galante, caballero, militar e hijo de un oficial de alto rango, tenía dinero y su madre era hija de un vizconde. Deseaba verle la cara y sangrar por la herida al saber que él me había pedido un beso, tal vez porque sentía algo especial por mí. Me contuve, era algo precioso e íntimo, algo bonito y que quería guardar para mí misma.
La comida continuó con normalidad, hablando de cosas que habían oído en la reunión, cotilleos de alguna dama, moda londinense, cosas que no me interesaban en lo más mínimo. Mi padre se fue al estudio y aproveche un descuido de mi madre para tomar la puerta trasera de la casa y caminar rumbo al río, rumbo a mi árbol. Creí que si Peter deseaba verme, iría allí, él sabía que amaba ese lugar y tal vez era una oportunidad de encontrarlo.
Pasé toda la tarde sentada a la expectativa, pero nada sucedió. No hubo ni señales de él y pensé que tal vez se había ido, me quise convencer de aquello. Cuando emprendí el camino de regreso a la casa, el cielo estaba de muchos colores y el sol se hacia cada instante más pequeño. Atravesé el campo y el camino, el puente y el pequeño jardín. Mire mi vestido que llevaba todo el faldón sucio, y decanté por la puerta trasera de la casa para evitar los sermones de mi madre sobre lo que una señorita podía o no podía hacer. Abrí despacio y me colé entre los pasillos, pero cuando estaba por tomar la escalera de servicio, oí una conversación un tanto extraña. Era la voz de mi padre, que se oía distinta, triste tal vez; mi madre sollozaba, y allí me acerqué dudando hacia la arcada que daba a la sala. El panorama que encontré me pareció desolador: mi padre de pie junto al sillón, con su mano apoyada en el hombro de mi madre, que tenía los ojos hinchados de tanto llorar y sollozaba desconsoladamente; Eve estaba mirando por el cristal de la ventana y todos los empleados de pie, en fila, cabizbajos.
—¿Qué sucede? —me animé a preguntar finalmente, mientras todos volvían su cabeza hacia mí y me miraban con lástima, compasión y dudaron que decir, hasta que miraron a mi padre, que hizo unos pasos hacia mí.
—Es Liam...
Oí su nombre y retrocedí los pasos que él se había acercado. Dentro de mí se abrió un agujero muy negro que comenzó a tragar todo lo lindo, todo lo hermoso, todo lo feliz, todo lo que era. Presentí lo que seguía, lo intuía, pero me negué aceptarlo.
—Hubo un accidente en la fragata, anoche...
—¿Un accidente? ¿Dónde esta? ¿Cómo está?
Silencio y más lágrimas. Quise sacudir a mi padre para que hablara y a mi madre para que se callara.
—Una explosión. No hay sobrevivientes.