"Éramos tan felices que añoraba aquellas épocas con todo mi corazón."
Cecily Beaufort
El carruaje estaba llegando a casa, el viaje había sido agotador. No sólo por el traqueteo de la ruedas, sino el calor que no daba tregua, y mis pensamientos que se agolpaban en medio de la conversación sobre los nuevos vestidos de Camille y la propuesta que Lord Caldwell le había hecho a Eve. Ellas hablaban y yo asentía con mi cabeza o hacía una sonrisa, pero en mis pensamientos me encontraba en casa de los Bradley, en su escritorio revisando algún cajón, escuchando algo comprometedor o sacando algo de información a Peter, que de repente se había convertido en todo lo que se me ocurría, pues para mi pesar, no tenía otro plan.
Movía mi cabeza de lado a lado mientras enredaba uno de mis bucles adorados en mi dedo índice. Y ahí caí en cuenta, cuando lo pensaba así, que mi plan era pésimo. Había estado enamorada de Peter desde los doce años aproximadamente y él jamás me había dicho o demostrado nada, y ahora debía conquistarlo a como de lugar, como si fuera lo más fácil del mundo. No lo era, lo sabía, pero desde que me había pedido aquel beso hacía ya un año, mis expectativas habían mejorado. No se le pide un beso así a cualquiera ¿verdad? El debía sentir algo por mí, y sino, debía lograr que lo sintiera. Cuando lograra ser su esposa, me llevaría a todos lados con él y tendría acceso a mucha información útil. Suspiré, pues definitivamente el plan era pésimo, y eso descontando que casi muero de solo ver sus ojos color de cielo en día de lluvia.
El carruaje por fin se detuvo y apoye mi mano en la puerta, esperando desesperada que abrieran y me ayudarán a descender. Me apremiaba estirar mis piernas y respirar aquel aire que olía a tierra mojada y a hierba de campo.
Bajé apresurada y tras de mí, Eve. Nos despedimos de Camille que seguía hacia la casa de los Bradley y una criada se apresuró a recibirnos y ayudarnos con el equipaje. Miré hacia la puerta principal, pero no había señal de mi padre o de mi madre. Caminamos hasta la entrada y antes de ingresar me volví hacia el campo, hacia aquel árbol donde descansaba la tumba de Liam. Estaba vacía, pero cargada de lágrimas y de dolor.
Finalmente entramos y todo estaba silencioso, cada cosa en su lugar, tal cual lo recordaba. Rose, la doncella, nos recibió sonriente.
—Señoritas, que bueno tenerlas nuevamente aquí.
—¿Mis padres? —me apresuré a preguntar.
—Oh... no se encuentran. —arrugué el ceño, porque ellos sabían que nosotras llegábamos ese día. —Han ido a casa de los Bradley.
—Por Dios del cielo... ¿cómo es que han ido allí y no nos han avisado? Podríamos haber ido con Camille en el carruaje, ahora nos tocará ir caminando.
—Olvídalo. —Me apuré a responderle a Eve; yo no pensaba caminar todo aquello por medio del campo, con el cansancio que cargaba.
—No me quedaré aquí sola... —replicó Eve.
—Pues bien, ve tú... yo aquí me quedo. Estoy agotada y no deseo caminar tanto, menos por medio de los campos. Hoy no. —me dirigí hacia mi habitación y le pedí a la doncella que me preparara un buen baño. Eve resopló, pero finalmente me hizo caso y subió también a la suya.
Me recosté en la bañera y miré alrededor, hacía muchos meses que no estaba en la casa, y todo olía a recuerdos de épocas mejores. Recordé a Liam y nuestras conversaciones profundas sobre el futuro y la vida, sobre el amor y los hijos que soñaba tener. Mis ojos ardían por todos los recuerdos que dolían tanto. Lloré por mi vida, porque una parte había muerto con él, porque ahora no tenía esos sueños bonitos, repletos de ilusiones, sino un corazón ajado y duro. Veía a Peter y a pesar de que mi corazón latía desenfrenado, pensaba en lo que le había hecho, y en cómo utilizarlo para lograr lo que pretendía: sacar todo lo oculto, todo lo malo, a la luz.
Me cambié y me recosté en la cama, dormí un tiempo, no supe cuánto, hasta que oí a mis padres abajo. Me puse la bata y bajé despacio las escaleras. Estaba oscuro y las llamas de las velas que colgaban de los candelabros no alcanzaban a iluminar por completo, sino dar la claridad suficiente para no caerme escaleras abajo. Las voces se oían extrañas, y supuse por dónde venían, que estaban en el estudio. Me aproximé despacio y tratando de oír lo que hablaban, deteniéndome a unos pasos de la puerta y escuché a mi madre.
—Estoy agotada de todo esto... agotada... —me acomodé contra la pared de una pequeña entrada que había al costado del estudio, era el espacio debajo de las escalera, que tenía una puerta donde guardábamos los trastos viejos. Agucé mi oído lo más que pude y contuve mi respiración.