"Mañana temprano, te espero en nuestro árbol"
David Bradley
Dejé a Fancy en las caballerizas y mientras caminaba hacia la casa, miré mi mano con aquel tallo envolviendo mi dedo, inevitablemente se dibujó en mi rostro una sonrisa, no podía creer cómo había resultado todo, tanto tiempo que me había preocupado por él, por su implicancia en todo eso tan oscuro, por el secreto de Liam, tanto tiempo cargando en mis hombros el peso de todo lo que descubría, y ahora poder compartirlo con él, me llenaba de esperanzas y me aliviaba. Rememoré sus palabras de amor, su manera dulce y tierna de hablarme, su confesión de un amor sufrido, y todo eso por mí. Me sentí afortunada de tener el amor de ese hombre, su apoyo, sus cuidados, y ahora ser de él y él de mí, pertenecernos.
Me cambié de ropa en la habitación y releí lo que tenía, lo que sabíamos. Robaban a la corona, estaban saqueando a los barcos ingleses, mi padre estaba implicado y bastante metido en el asunto, Peter también, y David, no tenía alternativa. Lamenté por él, pero supuse que si confesaba y ayudaba a terminar de aclarar todo, no lo condenarían. Pensé en mi padre, el hombre que amaba y que me había criado, pensé en que parecía otro, que no era el mismo, y que desde lo de Liam, nadie era el mismo, inevitablemente, nos había cambiado a todos. Me quité el anillo con mucha lástima, lo miré atentamente y me parecía el más perfecto y el más parecido a nosotros dos, natural, salvaje, suave, delicado... lo puse con cuidado entre mis papeles y las cartas que había recolectado y bajé para reunirnos en la sala para la comida.
—Cecily, ¿dónde estuviste?
—Di una vuelta a caballo.
—¿Otra vez? Por Dios niña deja ya esas costumbres, quédate un poco en la casa y compórtate como debes.
—Madre, me comporto como debo, no sé qué es lo que te molesta exactamente...
—Sí madre, no te preocupes que Cecily a pesar de ser una cabra salvaje, ya ha tenido una propuesta matrimonial. —interrumpió Eve y yo deseé matarla allí mismo.
—¿Cecily? —intervino la señora Bradley con una sonrisa en los labios y quería encogerme en la silla, me sentí totalmente cohibida mientras mi madre fruncía el ceño y dibujaba una sonrisa.
—Sí señora Bradley... —insistió Eve, y mientras clavaba en ella los puñales más profundos que mis ojos me permitían, David apareció riendo con el oficial Ross, y detrás de ellos, el capitán Aldrich y el señor Bradley.
Miré a David sin saber a ciencia cierta cómo actuar, de seguro me sonrojé al ver su rostro, sus ojos preciosos y esos labios que me enloquecían, olvidé por completo lo que estábamos hablando y él me sonrió levemente mientras se acercaba. Deseaba que se aproximara y me diera un beso, y debe ser que escuchó mi pensamiento, pues rodeó la mesa y saludó a cada una de las damas, llegó a mí, tomó mi mano y la besó muy suave y la detuvo un segundo entre las suyas. Terminó de rodear la mesa y se sentó frente a mí.
—¿Peter? —Interrumpió el oficial Ross.
—Ha tenido que salir a una diligencia hasta Londres, en unos días estará aquí nuevamente con nosotros.
—Seguro que sí, y ha de esperar una respuesta. —Evelyn acotó y me dije a mí misma que esa misma noche, la pondría en su sitio por entrometida.
Vi a la señora Bradley fruncir el ceño y a mi madre mirarme inquisidora, pero los caballeros obviaron el comentario por completo, a excepción de David, que no dudó en volver a mirarme y dejarme claro que aquello no le gustaba nada.
El resto del día, los hombres salieron a caballo y las mujeres nos quedamos en la sala. Miré mi bordado, que a la fuerza mi madre me había obligado a comenzar y suspiré. Estaba espantoso, no podía concentrarme en nada, estaba feliz por todo lo que había vivido con él, y triste por recordar todo lo oscuro que nos rodeaba.
Miré por la ventana y vi a mi padre conversando con Aldrich, me acerqué lentamente y noté que discutían por algo, a mi padre se le había marcado aquella arruga en la frente, que sólo se dejaba ver cuando algo le pesaba en demasía, cuando estaba preocupado, alterado o muy triste. La última vez que la había visto fue la noche que me dijo lo de Liam, y no pude entender por qué seguía delante a pesar de todo. Recordé la conversación que había oído entre Bradley y Aldrich ya que habían dejado muy claro que no podía dejarlo, y temí por él, a pesar de todo, era mi padre y lo amaba.
Cuando el sol fue escondiéndose, luego de la cena, cuando los caballeros habían ocupado su sitio en la sala a fumar y beber, oía sentada en el sillón, las conversaciones absurdas de Evelyn y Camille sobre el conde de Hampshire y su reciente prometida, una muchacha sencilla, carente de título y de gran dote. Sonreí al oír esa historia, y aunque a ellas les parecía absurda y sosa, yo admiré a ese hombre que había resignado mucho por ese amor. Cuando levanté mi mirada, detrás de la columna que daba al pasillo, vi unos ojos verdes brillantes y chispeantes mirándome. Sonrió y avanzó en la oscuridad hacia la escalera de servicio, por lo que yo busqué la excusa más absurda y caminé exactamente hacia allí.
—¿David? —susurré mientras me acercaba a la escalera, y desde debajo de ella, tomó mi mano y nos escondimos allí.
—Te extrañé—me susurró al oído y yo morí. —¿Y tú?
—También. —musité.