Todo lo oculto saldrá a la luz

Capítulo 32

"Me deshacía en llantos aún con la carta en mi mano y me sentí la más ingenua del mundo"

Cecily Beaufort

Me quedé estupefacta, inmóvil, incrédula, de inmediato mis ojos se volvieron sobre David que aún tenía sus ojos fijos en el suelo y dentro de mí volvió abrirse aquel agujero que tragaba todo, dejándome vacía y destruida del todo. Abrí mi boca para decir algo, para reprochar, pero nada me salía. David me había traicionado.

Cerré mis ojos incrédula y mi padre se acercó

Cerré mis ojos incrédula y mi padre se acercó.

—Cecily... tú tienes una carta que Liam te envió. —asentí aún no pudiendo creer lo que estaba sucediendo y sin quitar mis ojos del traidor más grande que ni siquiera se dignaba a mirarme a la cara. —¿Dónde está?

—En la casa. —De nada me servía negarlo, tampoco me lo estaban preguntando, lo había afirmado con toda la certeza del mundo, y yo sabía que tenían toda la información que David les había dado.

—Muy bien, vamos. —interrumpió el Señor Bradley y mi padre asintió, cuando volví a caer en la realidad, estábamos los cuatro montados en el carruaje y a mitad de camino hacia la casa.

Frente a mi iba sentado David, nuestras rodillas casi se rozaban y las encogí porque no deseaba si quiera tocarlo, me retorcía por dentro su presencia y me sentí la más tonta de las tontas por haber confiado en un Bradley. Sentía su mirada sobre mí y un silencio gélido que reinaba. Las lágrimas se volcaron silenciosas por mi rostro ante mi corazón que se había hecho añicos por creer tremenda falsedad y mentira. Había caído como una boba ante sus palabras, sus encantos y sus miradas, había confiado en él todo lo que tenía, pero lo más importante era esa carta, era la única prueba real  con la que contaba.

El carruaje se detuvo y entramos a la sala, de inmediato aparecieron los empleados a quienes mi padre despachó.

—Ve a buscarla. —nuevamente el señor Bradley me intimaba.

Miré a mi padre que me hizo un movimiento con la cabeza para que lo hiciera, su semblante era serio y en ese instante lo percibí grisáceo, a David no me atreví siquiera a mirarlo, pues lo sentía el hombre más miserable del mundo, el mentiroso más ruin, despiadado y me sentí avergonzada de amarlo. Puse los pies en la escalera y subí, fui hasta el techo y tomé mi caja, busqué la carta y en ese instante miré hacia el árbol y hacia Liam, me sentí tan terrible que anhelé remontar el tiempo atrás, y jamás decirle absolutamente nada a David, dejar que se alejara ese día a la vera del río, dejar que se fuera, que se apartara de mi vida, casarme con Peter y seguir con mi plan A que había funcionado perfecto; pero en lugar de eso, le había hecho caso a mi corazón loco que había confiado ciegamente. Deseé no haber besado sus labios nunca, ni ilusionarme con su presencia, o sentir el latir de su corazón en su pecho. Me deshacía en llantos aún con la carta en mi mano, repasé las líneas que mi hermano me había enviado y me detuve en aquella advertencia que me había repetido a mí misma innumerables veces, pero que había sido en vano, puesto que había terminado obviándola sin medir las consecuencias.

Bajé las escaleras deshecha, y el señor Bradley se aproximó rápidamente a mí y extendió su mano para que se la entregara.

No podía decir nada, no podía reclamar, no podía gritar ni decirles lo miserables que eran, tragué saliva temerosa por las consecuencias de mi estupidez y extendí aquel preciado papel.

Lo tomó en sus manos y lo repaso, vi su rostro cambiar y sus ojos oscurecer.

—Todo esto es mentira. ¡¿Cómo has podido esconder semejante infamia?! ¿Tienes idea el daño que esto hubiera podido ocasionar? —Miró a mi padre que estaba estupefacto y continuó —Ese maldito infeliz...

—¡No se atreva señor Bradley a insultar a mi hermano! —Las palabras se escaparon entre mis labios sin control, pero antes de poder continuar con mi defensa, se acercó a mí y me abofeteó con él dorso de su mano, el golpe en mi mejilla me hizo trastabillar y caer prácticamente sentada en la escalera, me ardía y me quemaba el lugar donde instintivamente había llevado mi mano y cuando levante la mirada, David se había adelantado y prácticamente parado frente a él, mi padre frente a ellos dos y cubriéndome con su espalda.

—¡Padre! – Oí a David.

—No te atrevas a volver a tocarla... soy capaz de... de todo. —escuché decir a mi padre y me imaginé que se refería a su aporte en aquella actividad, porque casi de inmediato el señor Bradley retrocedió. —Dámela... —pidió mi padre aquella carta.

—Olvídalo... esto debe desaparecer. Tomó el papel, la aproximó a la vela y antes de que pudiera correr hasta ella, se había consumido sobre la bandeja de plata. —Y tu niña... ¿qué más tienes? ¿Hay algo más? —En una milésima de segundo recordé aquel mapa que había quedado en mi vestido, un mapa que me había dado Liam y que todo el mundo desconocía, incluso el mismo David, ya que gracias a Dios no se lo había enseñado. Moví mi cabeza en negativa mientras me convertía en puras lágrimas.




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