"¿No vas a escucharme?"
David Bradley
—Señorita Cecily... —nudillos golpeaban mi puerta y entorné mis ojos apenas lo suficiente para que el sol entrara y los volviera a cerrar de inmediato. —señorita Cecily...
—Mmm
—Señorita es tarde ya... sus padres llegarán de un momento a otro, ¿va a tomar el desayuno?
—Aha...
—¿Necesita que le ayude con el vestido? —Desee decirle que necesitaba silencio y oscuridad para seguir durmiendo. Había pasado gran parte de la noche con los ojos abiertos como dos botones, y llorando por todo lo que sentía. —Señorita...
—No... gracias...
Me senté en la cama y pasé la mano por mi rostro y mi cabello despeinado. Cogí un vestido y me acerqué al espejo. Tenía los ojos hinchados y los párpados por completo deformes. Suspiré y miré de reojo por la ventana, hacia ese árbol y hacia esa lápida. Me sentía terrible y sola de nuevo, más sola que antes, pues ahora me costaría el doble conseguir algo de información, ya los Bradley sabían que yo había recibido aquella carta, y aunque contaba con la protección de mi padre, supuse que también Liam había contado con ella y ahora de él parecía sólo quedar todos sus recuerdos agolpados en mi corazón y una lápida sobre un féretro vacío. Me sentí la peor de las hermanas y supe que iría hasta las últimas consecuencias, iría hasta donde estuviera segura que no quedaba nada más para hacer.
Me puse el vestido y luego de improvisar un poco con mi cabello rebelde, bajé a tomar el desayuno.
La sala estaba vacía, me senté a la mesa y frente a mí, una gran taza de porcelana con bellos detalles y un café bien negro humeaba dentro de ella. La tomé entre mis manos y la llave hasta mis labios, bebí un sorbo y tomé un bizcocho del plato mientras giraba mi cabeza hacia la escalera y rememoraba el golpe de Gregory Bradley, la carta quemándose frente a mis ojos y mi corazón destruido por completo. ¿Había algo peor que el desengaño, que la traición? Algo dentro de mí había muerto ese día, ya había perdido dos partes, una con Liam, otra con David. ¿Qué quedaría después de todo? Sólo jirones.
—¿Señorita desea más café?—La voz de la criada me hizo caer en cuenta que había bebido todo y estaba apoyada sobre mi mano mirando hacia la nada. Suspiré y le agradecí, pero decidí salir de la casa y tomar algo de aire y fuerzas antes que regresaran los demás y tuviera que fingir que mi vida seguía completa.
Tomé el camino hacia el bosque, crucé el puente y me adentré en los senderos, tomé caminos nuevos que estaban repletos de hojas que crujían al pisarlas. El otoño estaba llegando y con él esos colores cálidos en las hojas, algo que adoraba.
Caminé y caminé sin más compañía que el ruido de los pájaros, el sonido de las hojas que se movían por la brisa fresca, lloré y sorbí mi nariz tantas veces que perdí la cuenta y cuando abrí mis ojos estaba frente a mi árbol. Miré sus ramas tortuosas que se acostaban sobre el lecho del río y me detuve a contemplarlo.
—Cecily...
Su voz me hizo volverme de repente y como si respondiera ante todo lo que él hacía, mi corazón se aceleró y parecía saltarse de mi pecho, no le respondí nada, pero de inmediato hizo un paso para acercarse a mí, me apuré alejarme y él a seguirme por detrás.
—¡Por Dios Cecily! déjame explicarte, déjame... —extendió su mano y alcanzó mi brazo, que de un sacudón liberé. Sus ojos miraron los míos y sentí que me quemaban, se veían dulces y tristes, corrí mi rostro, levanté mi falda y comencé a correr hacia la casa. —¡¿No vas a escucharme?! —seguía a zancadas por detrás de mí y yo intentando alejarme y no escucharlo más, mientras mis lágrimas se volcaban.
—¡¿Qué vas a decirme?! Nada va a cambiar lo que pienso y lo que hiciste.
—¿Puedes por una vez escuchar y ser sensata?
—¡¿Puedes por una vez dejarme en paz?! —Dije gritándole.
—¡David! —La voz de Peter me detuvo y me volví hacia él que se aproximaba a nosotros. —No quiere hablar contigo...
—No te metas en esto, no te incumbe.
Yo lloraba y cerré mis ojos húmedos un instante.
—Claro que me incumbe... Respétala David. —Se paró frente a él y David frunció el ceño mientras se miraban fijamente a los ojos y se acercó mucho a su rostro, casi tocando su frente.
—No te metas. —oí decirle y volverse de nuevo hacia mí, mientras Peter lo tomó por el brazo y lo golpeó fuertemente en el rostro haciendo que cayera hacia atrás sobre la hierba. De inmediato se puso de pie y corrió hacia su hermano y lo embistió mientras se trenzaban a golpes en el suelo.
—¡Basta ya! —grité una y otra vez, pero los dos estaban enceguecidos mientras se golpeaban mutuamente. De sus rostros manaba sangre y me asusté. Terminé acercándome a David y tocando su hombro. Cuando sintió mi mano, dejó de golpearlo y me miró. Su pómulo sangraba al igual que el arco de su ceja y se puso de pie en un afán de acercarse a mí, pero de inmediato, hice un paso hacia Peter que se incorporaba desde el suelo y le ayudé.