"...No quiero arrepentirme luego y tampoco quiero arriesgar más mi vida..."
Cecily Beaufort
David suspiró profundo, me miró fijamente a los ojos y comenzó hablar.
—Ese día que me enseñaste la carta, volví a mi casa mientras te quedaste en la tuya con tu padre, pero cuando me acerqué a las caballerizas para dejar el caballo, vi a mi padre y a tu madre junto al capitán Aldrich tomar el carruaje. Me decidí a seguirlos para saber dónde iban, me llamaba la atención que en esta oportunidad Aldrich fuera con ellos, entonces me mantuve a una distancia prudente. Tomaron el camino viejo y luego de unas millas, los vi entrar por el sendero de las viejas minas. Aldrich se quedó en el cuartel y mi padre y tu madre siguieron adelante. No pude avanzar más, pero me di cuenta que había algo más, algo que desconozco y que no encuentro manera de averiguar si no es ganando la confianza de mi padre, algo de que sabes que carezco, puesto que siempre que ayudé o participé en algo fue por sus presiones constantes...— yo lo oía atentamente, tenía mi frente apretada en finas líneas y mis ojos extrañados y esperando más. —...Volví a la casa y me detuve a esperarlos en las inmediaciones de las caballerizas. Te juro que pensé mil veces lo que iba hacer, pero tú me lo habías dicho, todo valía la pena, incluso este amor tan grande. —Las lágrimas se volcaban por mi mejilla. —Cuando regresaron, era ya de noche y entonces acompañé a mi padre y le dije lo de la carta de Liam. Lo siento, pero fue lo único que se me ocurrió. —moví mi cabeza en negativa, pues a pesar de que no confiaba en él, todo lo que me relataba coincidía por completo con lo que yo había visto esa noche bajo la escalera de servicio: a mi madre llegar con su capa por la puerta trasera, y a él y el señor Bradley hablar por largo rato en el despacho.
—No puedo creerlo David... —dije llorando y él se acercó lentamente a mí, tomó mis manos que temblaban y secó mis lágrimas, me acercó a él y me habló bajito, allí, bien pegado a mi rostro, erizando mi piel y mis labios que deseaban los suyos.
—Mi amor...te amo... sabes que es así... mírame... —me obligó a levantar mi barbilla y me miró con aquellos ojos preciosos que se veían tan sinceros. Me volví a sentir la tonta más tonta, pues le creía. Se acercó más a mi boca y lo detuve con mi mano, que asenté suavemente sobre la suya.
—¿Y de qué sirvió? ¿Qué obtuviste a cambio?
Inspiró profundo y me miró dudando.
—Concreto nada, sólo el leve indicio de que en esa mina hay algo y que ahora me hace participar de sus reuniones con Aldrich, tu padre y Peter. Me ha llevado en dos oportunidades, incluso, hemos atravesado el cuartel, pero me hace esperar fuera.
—Y anoche mi madre estaba allí... debiste dejarme... tal vez hubiera visto algo más...
—No... ya lo intenté... luego de cruzar el cuartel y la entrada principal, luego de eso, todo está cerrado y no hay forma de entrar si no cuentas con la voluntad de los guardias o capataces, algo que mi padre sabe pagar muy bien.
Apreté mis ojos y mi corazón se aceleró, pues en mi mente vino la imagen de una llave.
—David, yo sé dónde se encuentra esa llave. —No pensé lo que decía, o si le creía o no... me salió así, sin plantearme nada más, olvidé por completo que él era el traidor, volví a creer en él, lo necesitaba con todo mi corazón. Me miró extrañado. —Tu padre la guarda en un cajón bajo el escritorio del despacho, yo la vi. Y la llave del cajón la deja en su mesa en la habitación, es pequeña y dorada. —Antes de que siguiera diciendo nada, me abrazó y me rodeó por completo, le correspondí rodeando su cuello y rozando su cuello con mis labios.
—Cecily... tenemos que ver que hay allí, tal vez hay algo más que nos permita terminar d e unir las piezas y las pruebas que faltan—asentí y él llevó mi mano a su boca y la besó. —Te amo... no vuelvas a dudar nunca de mí. —yo lloraba y él me abrazó, correspondí a ese abrazo volcando mis lágrimas en su cuello, giró su rostro lo suficiente para encontrar mis labios que rozaron los suyos y me estremecí por completo, yo le pertenecía. Atrapó mi boca con amor y pasión, primero un leve roce de sus labios, y luego, acariciándolos más intensamente, levantó su mano hasta mi rostro y acaricio mi comisura con su dedo pulgar, haciendo que separara mis labios lo suficiente para que nuestro aire se fundiera y se hiciera uno solo, yo subí mi mano y enredé su cabello entre mis dedos mientras me quedaba por completo temblando y deseando ser suya.