Aquella misma tarde, tía Margot le ofreció a David un puesto en sus plantaciones, no era un cargo alto, pero entendí que debía hacerse su propio camino y crecer por su propio esfuerzo.
Mientras, planificamos la boda que quisimos hacerla antes que Liam se volviera a Inglaterra, es decir, ese mismo mes. Sí, era apresurado, pero ya habíamos perdido demasiado tiempo enroscados en la vida de otros, develando secretos y corriendo peligros, sólo deseábamos estar juntos, vivir nuestra propia historia.
El casamiento fue sencillo, tía Margot me regaló el ajuar, era un bello vestido blanco tanto como la nieve, guantes largos y un tocado precioso. David estaba tan guapo que sentí mi corazón salirse de mi pecho cuando lo vi esperándome en el altar, Liam me acompaño y apenas había algunos invitados más, no conocíamos a nadie allí y solo asistieron conocidos de tía Margot. Fue el día más feliz de mi vida, sentí que algo se había encendido en mí, algo bonito y especial, no entendí que era, pero sentí que crecía y sacaba todo lo oscuro que había quedado resultado de mi afán por descubrir secretos ajenos.
Luego de la ceremonia, llegamos en el carruaje hasta nuestro hogar, una pequeña casa en un terreno que colindaba a la plantación, ese fue mi regalo de bodas. Era la casa más sencilla del mundo, tenía un pequeño jardín, una escalera de tres peldaños por donde subíamos a una galería donde David había hecho un banco de madera rústico y bonito. Cuando cruzabas el umbral, una sala con una estufa para encender en el invierno, un comedor, una cocina modesta, y dos habitaciones. Cruzando la puerta trasera, había espacio para ampliar nuestro hogar y mucho verde para hacer una huerta, o al menos esa era mi idea. Me ayudó a bajar del carruaje y cuando partió el cochero, me tomó en sus brazos y me llevó hasta nuestra habitación.
Me paré de espaldas a la puerta e inspiré nerviosa, no sabía nada de la noche de bodas y los nervios me carcomían. Todo estaba silencioso y sólo se escuchaba el sonido de los grillos y el croar de los sapos del campo. Lo vi rodear la cama y encender las velas de la mesita, luego se detuvo cerca de mí y me observó con esos ojos preciosos y especiales.
—¿Estás nerviosa? —Asentí tímidamente y bajé la mirada. —¿Tienes miedo?
—No... es solo que no sé qué debo hacer... —Me sonrió.
—Yo tampoco... —Reí. —Sólo sé que te amo, y que si es así, debe ser lo más hermoso del mundo.
Lo vi aproximarse a mí, tomó mis manos y me hizo volverme hacia él. Acarició mi rostro, lo recorrió descubriéndolo, y fue tan suave que sentí mi piel diferente donde él la había tocado. Se acercó más aún y acomodó sus manos alrededor de mi cuello, me dio un beso delicado en las mejillas, deslizó sus labios sobre mi piel hasta que encontró los míos y los arrulló delicadamente, como si fueran un tesoro precioso que debía ser descubierto a fuerza de amor. Sentí mi interior diferente, sentí que todos mis nervios se disipaban, que todos mis miedos desaparecían y que deseaba ser suya. Intensificó aquel beso mientras deslizaba sus manos por mi cuello hasta mi espalda, me abrazó tan fuerte que sentí por primera vez que me amaba tanto o más que yo y esa sensación me estremeció a tal punto que una lágrima se me escurrió. Me había casado con el hombre más hermoso y dulce del mundo. Se separó levemente de mí y me miró a los ojos.
—¿Estás bien?—asentí. —Dime por favor si te sucede algo —me susurró mientras volvía acariciar mi rostro allí donde esa lágrima había mojado.
—Estoy feliz... eso es todo. —Me sonrió y volvió a besarme. Me abrazó y besó mis mejillas, mis labios, acarició mi espalda mientras sentía que desabrochaba los botones de mi vestido.
Me recostó delicadamente sobre nuestra cama y esa noche fui suya por primera vez. Me sentí la mujer más amada y deseada del mundo.
Tuvimos tres niños, Peter el mayor, Danielle fue la segunda, la niña mimada de la casa; y John, era el calco mismo de su padre, traviesos, risueño y con un corazón enorme. Nos quedamos para siempre en esa casita, fuimos felices, tanto como podría afirmar que es posible ser en la vida. Tuvimos momentos duros y muchos hermosos, pero siempre estuvimos juntos y nunca nos ocultamos nada.
Liam murió en la guerra tres años después de que nos casamos. No volví a ver a mi madre y supe que murió después; Evelyn apareció una tarde en la plantación, casi me desmayo al verla, pero nos dimos el abrazo más sentido que pudiera darse entre dos hermanas que finalmente vuelven a encontrarse. Lisbeth luego de la muerte de su padre, viajó y se instaló en casa por un tiempo, hasta que conoció a O'Brien, y me sentí muy feliz por ella, él era un buen hombre y se notaba que estaba loco por ella. A la madre de David y a Camille nunca pudimos ir a visitar, pero una vez al año, viajaban para vernos y conocer a sus nietos y sobrinos.