Todo Lo Que Fui

NEÓN, CRISTALES Y PERSONAS QUE SALVAN SIN SABERLO

La música se escuchaba desde los jardines.
No era una fiesta cualquiera.
Era una de esas noches que solo existen en Blackmoor: luces blancas colgando de los árboles, copas finas, alcohol importado, risas caras, vestidos que parecían sacados de pasarelas europeas.

Llegué tarde.
Como siempre.

El vestido negro se me ceñía al cuerpo como una segunda piel. El cabello suelto, ondulado. La sonrisa ensayada, colocada en su sitio exacto. Cuando crucé el arco de entrada, sentí las miradas girar hacia mí, como si alguien hubiera encendido el interruptor correcto.

—Llegó Vittoria —murmuraron.

Y la noche empezó oficialmente.

Adentro todo era movimiento.
Luces de neón.
Cristales brillando.
Perfumes mezclados con sudor y lujo.

Tomé una copa sin pensarlo. Bebí sin contar. Bailé sin sentir el cuerpo. Giré entre gente que reía fuerte, que se tocaba sin realmente tocarse, que gritaba para no escuchar lo que llevaba dentro.

Hasta que choqué con alguien.
Literalmente.

Derramé parte de mi copa sobre un vestido plateado.
—¡Mierda! —dijo la chica, molesta al principio… luego me miró a los ojos.

Y se quedó quieta.

—Tú eres Vittoria.

—Y tú eres… muy brillante —respondí, mirando su vestido empapado.

Se rió.

Una risa real. Desordenada. Viva.

—Soy Alessia.

Tenía el cabello castaño claro, los ojos grandes, la sonrisa torcida y un aura de caos bonito.

—No te preocupes —añadió—. Este vestido ya estaba condenado desde que entré.

Sonreí de verdad por primera vez esa noche.
Horas después estábamos sentadas en el borde de la fuente, descalzas, compartiendo cigarrillos que ninguna sabía fumar bien.

—Todos te aman —dijo Alessia, mirándome sin filtros—. Eres como… necesaria aquí.

Bajé la mirada.

—No soy nada especial.

—Eso dicen siempre los que sostienen el lugar sin darse cuenta.

Alessia no hablaba como las otras chicas.
No medía cada palabra.
No competía.
No fingía.
Era… real.

Y sentí algo extraño y nuevo:
confianza sin espectáculo.
Fue ella quien me señaló a Thom.

—¿Ves ese chico?

Estaba apoyado contra la pared, lejos del centro. Camisa blanca ligeramente desabrochada, manos en los bolsillos, mirada tranquila. No gritaba. No alzaba copas. No parecía necesitar nada de nadie.

—No parece de aquí —dije.

—Exacto. Por eso es interesante.

Lo conocimos por accidente.
O eso parecía.

Alessia nos arrastró hasta él como si ya supiera que ese cruce tenía que pasar.

—Thom, esta es la chica que sostiene Blackmoor con puras sonrisas forzadas.

Solté una carcajada nerviosa.

—Y tú debes ser el chico misterioso.
Thom sonrió.

No grande.
No exagerado.
Solo honesto.

—Yo solo estoy esperando a que esto se termine —dijo—. No soy muy fan del ruido.

Había algo cuidado en su voz. Algo que no intentaba impresionar.

Eso me desarmó un poco.
Bailamos los tres.
Después caminamos.
Después nos sentamos en el pasto, lejos de las luces.

Por primera vez en mucho tiempo, no tenía que ser nada.
No la chispa.
No la reina.
No la salvadora del ambiente.
Solo una chica respirando.

—¿Te cansas de estar siempre bien? —preguntó Thom de pronto.

Lo miré, sorprendida.

—¿Se nota tanto?

—Solo para quien también finge a ratos.

Alessia nos observaba en silencio.

—Yo no finjo —dijo—. Yo exploto.

Las risas se mezclaron con el aire frío.

Sentí algo tibio en el pecho.
No una alegría completa.
Pero sí un descanso.

Esa noche, cuando volví a mi habitación, no me senté en el suelo.
Me recosté en la cama.
Miré el techo.

Y pensé algo que no pensaba desde hacía mucho tiempo:
Tal vez no estoy completamente sola.

Pero también, muy en el fondo, pensé otra cosa:
Eso solo vuelve más peligroso querer desaparecer.




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