Todo Lo Que Fui

LA NOCHE EN VELA

La habitación estaba apenas iluminada por la lámpara del buró.

La música de la fiesta ya no se escuchaba.
El mundo parecía haberse apagado afuera, pero dentro de ese cuarto el tiempo seguía en alerta.

Dormía a ratos.
Dormir no era la palabra exacta.

Caía en pequeños desmayos hechos de cansancio, alcohol y dolor.

De pronto mi cuerpo se tensaba.
Un sollozo se me escapaba sin permiso.
O me incorporaba con náuseas violentas, como si todo lo que llevaba dentro quisiera salir a la vez.

Y ahí estaban ellos.
Siempre.

Alessia fue la primera en arrodillarse cuando desperté con arcadas.

Sentí su mano firme sosteniéndome el cabello, la otra presionando mi espalda.

—Tranquila… ya pasó… ya pasó… —me repetía, como si pudiera convencer a mi cuerpo de creerle.

Yo apenas podía sostenerme.
Las manos me temblaban.
Los ojos me ardían.

Por dentro era un nudo imposible de desatar.
Cuando terminé, ella me limpió con un cuidado que dolía.
Como se cuida a alguien que importa demasiado.

Thom casi no hablaba.
No sabía qué decir.
Se quedaba sentado cerca de la cama.
Despierto.
Presente.

Cada vez que me agitaba, se levantaba de inmediato.
Cada vez que lloraba dormida, lo sentía tensarse, apretando los puños, sin atreverse a tocarme.

No quería invadir.
Pero tampoco irse.
En uno de esos momentos desperté de golpe.
El llanto salió antes que la conciencia.

—No… no… no…

Mi voz no era mía.
Era la de una niña perdida.

Alessia me abrazó de inmediato.

—Shh… estás a salvo… ya estás aquí… —me decía una y otra vez.

Me aferré a ella con una desesperación que no pedía permiso.

—No quería… yo no quería… —balbuceé entre hipos.

Ella cerró los ojos.
No preguntó qué.
No hacía falta.

Sentí a Thom acercarse un poco más.
Se arrodilló junto a la cama, sin tocarme, pero lo suficientemente cerca para que pudiera verlo.

—Estás a salvo ahora, Vittoria —dijo con una voz firme—. No estás sola esta noche.

Lo miré.
Y mis ojos se llenaron de lágrimas otra vez.
No de vergüenza.
De alivio.
Y eso fue peor.

La madrugada avanzó lenta.
Entre vómitos.
Entre llantos.
Entre silencios que dolían.

Alessia no se movió de mi lado.
Thom no se fue ni un segundo.

Se turnaban sin decirlo:
uno vigilaba mientras el otro respiraba.

Como si ambos supieran que esa noche no se trataba solo de un exceso,
sino de una herida más profunda que todavía no tenía nombre.

Al amanecer, por fin logré dormir de verdad.
Un sueño pesado.
Sin lágrimas.
Sin náuseas.

Antes de caer del todo, alcancé a escuchar a Alessia susurrar:

—Esto no fue solo una mala noche.

Y la voz baja de Thom, respondiendo:

—No.
Luego nada.

Pero incluso dormida, sentí algo distinto:
seguía respirando.

Y por primera vez en horas, alguien estaba ahí solo para asegurarse de eso.

Y aunque nadie lo dijo en voz alta, yo lo supe en lo más hondo:
Esa noche, si alguno de los dos no hubiera estado ahí…
quizá yo tampoco lo estaría ahora.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.