Desperté con la cabeza pesada.
No era solo dolor.
Era algo espeso, como si mi cuerpo y mi mente no terminaran de estar en el mismo lugar.
Abrí los ojos despacio.
No estaba vestida como recordaba.
Llevaba una pijama suave, clara, que no era mía.
El pánico fue inmediato.
Me incorporé de golpe y el mundo giró.
—Tranquila.
La voz vino desde la ventana.
Thom estaba sentado en una silla, con la espalda recta, mirando hacia afuera. Al verme moverme, se giró de inmediato.
—¿Qué… qué pasó? —pregunté, con la garganta seca.
Se levantó con calma, como si cualquier movimiento brusco pudiera romperme.
—Alessia te cambió la ropa cuando por fin te dormiste —dijo—. No estabas bien para quedarte así.
Los recuerdos volvieron en fragmentos desordenados.
El auto.
La carretera.
El frío en las piernas.
El baño.
El vómito.
El llanto.
La vergüenza me cayó encima como una ola espesa.
—Yo… —intenté decir, pero la voz se me quebró antes de salir.
Thom no me apuró.
Solo señaló la mesita junto a la cama.
Había una bandeja.
Una taza de café caliente.
Un desayuno simple.
Un vaso con agua.
Un par de pastillas para la resaca.
—Alessia fue a preguntar por tus clases —añadió—. Para cubrirte.
Tragué saliva.
Nadie hacía eso por mí.
No así.
Cuando por fin me levanté, el cuerpo aún me temblaba. Cada paso era inseguro, como si todavía no confiara en el suelo.
Alessia entró en ese momento.
El cabello recogido a medias.
El rostro serio.
—Antes de que salgas… —dijo—. Tienes que saberlo.
Sentí cómo algo se me apretaba en el pecho.
—Hay fotos.
No necesitó decir más.
Mi estómago se hundió.
—Videos también —añadió, con rabia contenida—. Alguien los subió. Ya están circulando.
Me dejé caer en la cama.
Las manos empezaron a temblarme.
—Todos lo vieron…
—Sí.
—Todos…
—Sí, Tori.
El silencio fue insoportable.
Caminar por los pasillos de Blackmoor fue como avanzar bajo una lupa.
Las miradas no eran de sorpresa.
Eran de juicio.
Susurros que no intentaban esconderse.
Risas mal disimuladas.
Teléfonos levantados apenas me veían pasar.
—Es ella.
—La de las fotos.
—Qué vergüenza.
—Con razón siempre en fiestas.
Sentía que la piel se me encogía.
Que todo mi cuerpo quería hacerse pequeño.
Inexistente.
Nadie se acercó.
Nadie preguntó cómo estaba.
Solo miraban.
Como se mira un espectáculo que ya terminó, pero dejó restos.
En el comedor, las mesas parecían dividirse solas.
Avancé con la bandeja temblando entre las manos, buscando un lugar donde sentarme.
Nadie hizo espacio.
Hasta que desde una esquina alguien levantó la mirada.
Alessia.
Golpeó la silla frente a ella con el pie.
—Aquí.
Thom ya estaba sentado a su lado.
No dijeron nada.
No me miraron con pena.
No me miraron como un error.
Me miraron como siempre.
Como si siguiera siendo una persona.
Y solo eso estuvo a punto de quebrarme.
Porque de todos los rostros que me señalaban,
de todas las bocas que murmuraban,
de todas las manos que grabaron mi peor momento…
solo dos permanecían sin juzgar.
Solo dos.
Bajé la mirada hacia el café.
Me temblaba tanto la mano que tuve que sostenerla con la otra.
—No quería que esto pasara —susurré.
Alessia apretó los dientes.
—No hiciste nada malo.
—Todos creen que sí…
Entonces Thom habló.
Su voz era baja, pero firme.
—Que crean lo que quieran. No define quién eres.
Lo miré.
Y por primera vez desde que llegué a Blackmoor,
lloré frente a alguien sin esconderme.